Esta es la narración de un anónimo conductor de taxi, en alguna ciudad del mundo:
Hace veinte años yo manejaba un taxi para vivir. Lo hacía en el turno nocturno y mi taxi se convirtió en un confesionario móvil. Los pasajeros se subían, se sentaban atrás y me contaban acerca de sus vidas. Encontré personas cuyas vidas me asombraban, me ennoblecían, me hacían reír o me deprimían. Pero ninguna me conmovió tanto como la mujer que recogí muy tarde en una noche de agosto.