Se necesita presencia para tomar conciencia de la belleza, de la majestad, de la sacralidad de la naturaleza.
¿Has mirado alguna vez la infinitud del espacio en una noche clara, quedándote anonadado ante su absoluta quietud e inconcebible enormidad? ¿Has escuchado, realmente escuchado, el rumor de un arroyo de montaña en el bosque? ¿Y el sonido de un mirlo al atardecer un tranquilo día de verano?