martes, 30 de julio de 2013

LA REACCIÓN DEL CUERPO A LA MENTE


EMOCIÓN: LA REACCIÓN DEL CUERPO A LA MENTE

La mente, tal como yo uso la palabra, no es únicamente el pensamiento. Incluye también las emociones y las pautas de reacción inconscientes, tanto mentales como emocionales. La emoción surge en el punto donde cuerpo y mente se encuentran. Es la reacción del cuerpo a la mente o, dicho de otra forma, el reflejo de la mente en el cuerpo.

Cuanto más te identificas con el pensamiento, con lo que te gusta o disgusta, con tus juicios e interpretaciones, es decir, cuanto menos presente estás como conciencia observante, más fuerte es la carga de energía emocional, seas consciente de ella o no. Si no puedes sentir tus emociones, si estás desconectado de ellas, acabarás sintiéndolas a un nivel puramente físico, como un problema o síntoma físico.

Si TE ES DIFÍCIL SENTIR TUS EMOCIONES, empieza por enfocar la atención en el campo energético interno de tu cuerpo. Siente el cuerpo desde dentro. Así estarás en contacto con tus emociones.

Si realmente quieres conocer tu mente, el cuerpo siempre te dará un reflejo fiel; por tanto, observa la emoción o, más bien, siéntela en tu cuerpo. Si existe un conflicto aparente entre ambos, el pensamiento es el que miente y la emoción dice la verdad. No la verdad última de tu identidad real, sino la verdad relativa de tu estado mental en ese momento.

Es posible que aún no puedas hacer consciente la actividad de tu mente inconsciente en forma de pensamientos, pero siempre se reflejará en el cuerpo como una emoción, de la que sí puedes tomar conciencia.

Observar una emoción es básicamente igual que escuchar u observar un pensamiento, tal como he descrito el proceso anteriormente. La única diferencia es que, mientras el pensamiento está en tu cabeza, la emoción tiene un fuerte componente físico, de modo que se siente principalmente en el cuerpo. Puedes dejar que la emoción esté ahí sin ser controlado por ella. Ya no eres la emoción; eres el observador, la presencia que mira.

Si practicas así, todo lo que es inconsciente en ti saldrá a la luz de la conciencia.

ADQUIERE EL HÁBITO DE PREGUNTARTE: ¿Qué está pasando dentro de mí en este momento? Esa pregunta te orientará en la dirección correcta. Pero no analices, simplemente observa. Enfoca tu atención hacia dentro. Siente la energía de la emoción.

Si no hay ninguna emoción presente, lleva la atención más profundamente al campo energético de tu cuerpo.

Es el pasadizo hacia el Ser.

Del libro:
PRACTICANDO EL PODER DEL AHORA
Enseñanzas, Meditaciones y Ejercicios Esenciales
Eckhart Tolle

RECIBIENDO A SU AMIGO DESPUES DE 6 MESES DE NO VERSE


RECURSOS INTERNOS


En el fondo de mi casa hay un cuarto de herramientas. Tengo allí todas las herramientas que podría necesitar para las tareas con las que me enfrento a diario.

¡Es increíble! Hubo una época de mi vida en la que todavía no había descubierto la existencia de este cuarto del fondo. Yo creía que en mi casa simplemente no había un lugar para las herramientas. Cada vez que necesitaba hacer algo tenía que pedir ayuda a alguien o pedir prestada la herramienta necesaria. Me acuerdo perfectamente el día del descubrimiento:

Yo venía pensando que debía tener siempre a mano las herramientas que más usaba y estaba dispuesto a hacerme de ellas, pero me quedé pensando que antes debía encontrarles un lugar en mi casa para poder guardarlas. Recordaba con nostalgia el cuartito de chapa del fondo de la casa de mi abuelo Mauricio y tenía muy presente mi inquietud de aquel día en que llegué a casa con MI primera herramienta. Me desesperaba pensar que se me podía perder si no le encontraba un lugar. Al final, por supuesto, la había apoyado en un estante cualquiera y todavía recuerdo en los puños la bronca de no encontrarla cuando la necesitaba y tener que ir a buscarla a las casas de otros como si no la tuviera.

Así fue que salí al fondo pensando en construir un cuartito pequeño en el rincón izquierdo del jardín. Qué sorpresa fue encontrarme allí mismo, en el lugar donde yo creía que debía estar mi cuarto de herramientas, con una construcción bastante más grande que la que yo pensaba construir. Un cuarto que después descubrí, estaba lleno de herramientas.

Ese cuarto del fondo siempre había estado en ese lugar y, de hecho, sin saber cómo, mis herramientas perdidas estaban ahí perfectamente ordenadas al lado de otras extrañas que ni sabía para qué servían y algunas más que había visto usar a otros pero que nunca había aprendido a manejar.

No sabía todavía lo que fui descubriendo con el tiempo, que en mi cuarto del fondo están TODAS las herramientas, que todas están diseñadas como por arte de magia para el tamaño de mis manos y que todas las casas tienen un cuarto similar.

Claro, nadie puede saber que cuenta con este recurso si ni siquiera se enteró de que tiene el cuartito; nadie puede usar efectivamente las herramientas más sofisticadas si nunca se dio el tiempo para aprender a manejarlas; nadie puede saberse afortunado por este regalo mágico si prefiere vivir pidiéndole al vecino sus herramientas o disfruta de llorar lo que dice que a su casa le falta.

Desde el día del descubrimiento no he dejado de pedir ayuda cada vez que la necesité, pero la ayuda recibida siempre terminó siendo el medio necesario para que, más tarde o más temprano, me sorprendiera encontrando en el fondo mi propia herramienta y aprendiera del otro a usarla con habilidad.

Los recursos internos son herramientas comunes a todos, no hay nadie que no los tenga.
Uno puede saber o no saber que los tiene, uno puede haber aprendido a usarlos o no.
Podrás tener algunas herramientas en mejor estado que otros, que a su vez te aventajarán en otros 
recursos. Pero todos tenemos ese “cuartito de herramientas” repleto de recursos, suficientes, digo yo, si nos 
animamos a explorarlo...

La seducción, por ejemplo, es un recurso prioritario e importante, una herramienta que mucha gente cree 
que no tiene. Y yo digo: “No buscó bien”. En la relación con los otros, si uno no puede hacer uso de este 
recurso, de verdad, le va mal. Alguien que no puede hacer uso ni siquiera mínimamente de su seducción, no 
sólo no puede conseguir una pareja, tampoco podrá lograr un crédito en un banco o un descuento en una 
compra.

Seducir no es “levantarse” a alguien, seducir tiene que ver con generar confianza, simpatía, con generar 
una corriente afectiva entre dos personas. Seducir tiene que ver con la afectividad de todas las relaciones 
interpersonales. Muchos piensan que la seducción es un don natural, y en parte es cierto, pero también es un 
don universal y entrenable.

Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay

lunes, 29 de julio de 2013

LA RECIPROCIDAD DEL AMOR


La idea de un amor universal, indiscriminado e impersonal, que trasciende fronteras y se apodera de las parejas, me parece una mala importación oriental. Una traslación demasiado mecánica y ajena a lo que verdaderamente somos: humanos alborotados, coléricos hasta la médula, intensos y febriles. Krishnamurti decía que es más fácil querer a Dios que a un ser humano. Parecería que así es: con Dios vivimos pero no convivimos. La persona que queremos tiene nombre y apellido, seguro social y cédula de ciudadanía; además come, duerme, protesta, habla, demanda, abraza, llora, en fin, no es cuerpo glorioso: está viva.

Los vínculos afectivos que establecemos con otros humanos siempre son personalizados. No queremos a los “juanes” desconocidos del universo conocido, sino a ese Juan o esa Juana en especial. No hay dos “juanes” o dos “juanas” iguales. Nos enamoramos de lo idiosincrásico, de la existencia particularizada de ese ser único, no clonable e irreproducible. Me enamoro de una singularidad, no de un montón de átomos. Si el contacto entre dos individuos que se aman es a escala cuántica, estelar o intergaláctica, no importa demasiado: la fusión afectiva no es nuclear sino de piel, de “esa” piel con “esta” piel. Quizá Molière tenía razón cuando decía: “Amar a todo el mundo es amar nada”. El amor cotidiano es de ida y vuelta. Cierta vez escuché a un consejero de corte bioenergético decirle a una joven casada con un golpeador crónico, que la solución era brindar “amor impersonal” en cantidad. Una y otra vez, con cierto aire de orgullo mesiánico, esgrimía la inexorable consigna: “Entréguele amor impersonal y verá que cambia”. Al mes de aplicar la estrategia, el marido casi acaba con ella y tuvo que recurrir a una comisaría de familia.

En el amor universal, no hay buzón de quejas, porque no hay con quién ni con qué. La mayoría de los grandes maestros espirituales trascendidos, por no decir todos, son solteros y castos, no trabajan en ninguna empresa y casi siempre son beneficiarios de algún mecenas. A más de uno de ellos se le apagaría el bombillo de la iluminación si tuviera que criar hijos y manejar sobregiros bancarios.

Los lazos afectivos siempre pueden mejorarse y perfeccionarse, pero partiendo de lo que realmente somos, del amor habitual, contaminado y terrenal que se vive en el día a día. Achicar el “superamos” cósmico/universal y meterlo a presión en las relaciones de carne y hueso es ingenuo, además de dañino. Las buenas parejas no vienen determinadas de fábrica. Hay que pulularlas en el trajín diario de esta vida, a fuerza de sudor, esfuerzo y muchas veces, de lágrimas.

Mientras el amor universal no requiere de nada a cambio, el amor interpersonal necesita de correspondencia. Para que una relación afectiva sea gratificante, debe haber reciprocidad, es decir, intercambio equilibrado. El amor recíproco es aquel donde el bienestar no es privilegio de una de las partes, sino de ambas.

Fernando Savater considera la reciprocidad como uno de los universales éticos. En sus palabras: “Todo valor ético establece una obligación y demanda –sin imposición, por lo general– una correspondencia. No es forzosa la simetría pero sí la correlación entre deberes y derechos”.

Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso

TU CAMINAR


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