sábado, 27 de octubre de 2012

SOLO SI NO ERES CONSCIENTE


Si eres consciente, es imposible cometer un asesinato;...ser violento...violar, robar, torturar

"...no hay más pecado que la inconsciencia, ni más virtud que la consciencia. Pecado es aquello que no puede hacerse sin inconsciencia. Virtud es aquello que sólo puede hacerse a través de la consciencia. Si eres consciente, es imposible cometer un asesinato; es imposible ser violento en modo alguno, si eres consciente. Es imposible violar, robar, torturar, esas cosas son completamente imposibles si hay consciencia. Sólo cuando prevalece la inconsciencia, en la oscuridad de la conciencia, entran en ti toda clase de enemigos.

Buda dijo: Si hay luz en una casa, los ladrones la evitarán; si el vigilante está despierto, los ladrones ni siquiera lo intentarán...

Contigo sucede exactamente lo mismo. Tú eres una casa con las luces apagadas. El estado ordinario del hombre es el de funcionamiento mecánico...

Sólo hace falta una cosa. La consciencia es la llave maestra que abre todas las cerraduras de la existencia. Consciencia significa que vives momento-a-momento, alerta, consciente de ti mismo, y de todo lo que ocurre a tu alrededor, en una respuesta momento-a-momento. Eres como un espejo...como un espejo reflejas, y reflejas tan totalmente que todo acto que nace de ese reflejar es correcto porque encaja, está en armonía, con la existencia...".

Osho
Geometría de la conciencia. Enseñanzas místicas de Pitágoras
Osho Maestro Blogspot

jueves, 25 de octubre de 2012

LA ALEGORÍA DEL CARRUAJE

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
—Salí a la calle que hay un regalo para vos.

Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.

Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: “¡Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué lindo...” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.

Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.

Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.

De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:

—¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?

Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.

—Le faltan los caballos —me dice antes que llegue a preguntarle.

Por eso veo siempre lo mismo —pienso—, por eso me parece aburrido...

—Cierto —digo yo.

Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro grito:

—¡¡Eaaaaa!!

El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.

Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.

Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.

Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren.

Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.

Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.

En ese momento, veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto:

—¡Qué me hizo!

Me grita:

—¡Te falta el cochero!
—¡Ah! —digo yo.

Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar a un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.

Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron.

Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir.

Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.

Yo... Yo disfruto del viaje.

Jorge Bucay
El Camino de la Autodependencia.

EL CAMBIO


EL CIRCO DE LA MARIPOSA


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