martes, 18 de septiembre de 2012

EL CUERPO PASAJERO


¿Por qué la mayoría de los que han revivido después de la muerte clínica han perdido el miedo a la muerte? Reflexiona sobre ello. 

Por supuesto que sabes que vas a morir, pero eso no es más que un concepto mental hasta que te topes por primera vez con la muerte «en persona»: por medio de una enfermedad grave, de un accidente que te ocurre o le sucede a alguien cercano a ti o por el deceso de un ser querido, la muerte entra en tu vida haciendo que te des cuenta de tu propia mortalidad. 

La mayoría de las personas se alejan atemorizadas de la muerte; pero si no te acobardas y afrontas el hecho de que tu cuerpo es pasajero y podría desvanecerse en cualquier momento, se produce cierta desidentificación, por pequeña que sea, de tu forma física y psicológica, del «yo». Cuando ves y aceptas la naturaleza impermanente de todas las formas de vida, te sobreviene una extraña sensación de paz. 

Afrontando la muerte, tu conciencia se libera, en cierta medida, de la identificación con la forma. Por eso, en algunas tradiciones budistas los monjes visitan regularmente los cementerios para sentarse y meditar entre los difuntos. 

En las culturas occidentales, la negación de la muerte sigue estando muy extendida. Incluso la gente mayor trata de no hablar ni pensar en ella, y existe la costumbre de ocultar los cuerpos de los muertos. Una cultura que niega la muerte será inevitablemente superficial, pues sólo se preocupa por la forma externa de las cosas. Cuando se niega la muerte, la vida pierde su profundidad. La posibilidad de saber quiénes somos más allá del nombre y la forma, la dimensión trascendente, desaparece de nuestras vidas porque la muerte es la puerta a esa dimensión. 

La gente suele sentirse incómoda con los finales, porque cada final es una pequeña muerte. Por eso, en muchas lenguas, la palabra «adiós» significa «volveremos a vernos». 

Cuando una experiencia -una reunión de amigos, unas vacaciones, que tus hijos crezcan y se vayan de casa- llega a su fin, mueres un poco. La «forma» que esa experiencia tenía en tu conciencia se disuelve. Esto suele producir un sentimiento de vacío que muchas personas prefieren no sentir, no afrontar. 

Sí puedes aprender a aceptar, e incluso a dar la bienvenida a los finales de tu vida, tal vez descubras que el sentimiento de vacío, que inicialmente te pareció incómodo, se convierte en una sensación de espacio interno que es profundamente apacible. 

Aprendiendo a morir diariamente de este modo, te abres a la Vida.

ECKHART TOLLE
El Silencio Habla

lunes, 17 de septiembre de 2012

LOS NATIVOS


OBSTÁCULOS


Voy andando por un sendero.

Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.
Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa.
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide el paso. Temo… dudo.
Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto… Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos… Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo… y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado… descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…
Me siento abatido… Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca… No dejaré que el muro impida mi paso.

Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire… De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.

domingo, 16 de septiembre de 2012

CENTRARSE

Aquello que tratas de negar se vuelve muy atractivo. Así que no crees ninguna condena a extraviarte. De hecho, ve con ello. Si acontece, deja que suceda; no tiene nada de malo. Pasa por algún motivo. A veces incluso extraviarse es bueno. Una persona que realmente quiera permanecer centrada no debería preocuparse por centrarse. Si te preocupa, esa misma preocupación jamás permitirá que te centres, porque la preocupación nunca puede estar centrada... necesitas una mente no preocupada, relajada. De modo que extraviarse está bien, no tiene nada de malo. Deja de luchar con la existencia. 

Deten todo conflicto y la idea de conquista... rinte. Cuando uno se rinde, ¿qué se puede hacer? Si la mente se extravía, ve; si no va, también está bien. A veces estarás centrado y a veces no. Pero en lo más hondo siempre permanecerás centrado porque no hay preocupación. ¿Me seguís? De lo contrario, todo puede convertirse en una preocupación. Entonces extraviarse se convierte en una especie de pecado que no se ha de cometer... y así se vuelve a crear el problema. Jamás crees una dualidad dentro de ti. Si decides ser siempre sincero, entonces habrá una atracción hacia lo no sincero. Si decides ser no violento, entonces la violencia se convertirá en el pecado. Si decides ser célibe, entonces el pecado será el sexo. Si tratas de estar centrado, extraviarse se convertirá en el pecado... ese es el modo en que todas las religiones se han convertido en estupideces.

OSHO
Día a Día (día 35)

EL NIÑO MURIO...


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