domingo, 16 de septiembre de 2012

CENTRARSE

Aquello que tratas de negar se vuelve muy atractivo. Así que no crees ninguna condena a extraviarte. De hecho, ve con ello. Si acontece, deja que suceda; no tiene nada de malo. Pasa por algún motivo. A veces incluso extraviarse es bueno. Una persona que realmente quiera permanecer centrada no debería preocuparse por centrarse. Si te preocupa, esa misma preocupación jamás permitirá que te centres, porque la preocupación nunca puede estar centrada... necesitas una mente no preocupada, relajada. De modo que extraviarse está bien, no tiene nada de malo. Deja de luchar con la existencia. 

Deten todo conflicto y la idea de conquista... rinte. Cuando uno se rinde, ¿qué se puede hacer? Si la mente se extravía, ve; si no va, también está bien. A veces estarás centrado y a veces no. Pero en lo más hondo siempre permanecerás centrado porque no hay preocupación. ¿Me seguís? De lo contrario, todo puede convertirse en una preocupación. Entonces extraviarse se convierte en una especie de pecado que no se ha de cometer... y así se vuelve a crear el problema. Jamás crees una dualidad dentro de ti. Si decides ser siempre sincero, entonces habrá una atracción hacia lo no sincero. Si decides ser no violento, entonces la violencia se convertirá en el pecado. Si decides ser célibe, entonces el pecado será el sexo. Si tratas de estar centrado, extraviarse se convertirá en el pecado... ese es el modo en que todas las religiones se han convertido en estupideces.

OSHO
Día a Día (día 35)

EL NIÑO MURIO...


LA CULTURA DEL ENVASE


sábado, 15 de septiembre de 2012

BUSCA EN EL INTERIOR...AHÍ HA ESTADO SIEMPRE...


LA NUBE Y LA DUNA


Una joven nube nació en mitad de una gran tempestad en el mar Mediterráneo. Pero ni siquiera tuvo tiempo de crecer allí: un fuerte viento empujó todas las nubes hacia África. Sólo que, al llegar al continente, el clima cambió: un sol generoso brillaba en el cielo y debajo se extendía la arena dorada del desierto del Sáhara.

Como a las nubes jóvenes les ocurre lo mismo que a los jóvenes humanos, nuestra nube decidió separarse de sus padres y de sus amigos de infancia para correr mundo.

- ¿Qué estás haciendo? -se quejó el viento-. ¡El desierto es siempre igual! ¡Vuelve a la formación y vamos al centro de África, donde hay montañas y árboles deslumbrantes!

Pero la joven nube, rebelde por naturaleza, no obedeció; después de mucho pasear, se dio cuenta de que una de las dunas le sonreía. Vio que también ella era joven, recién formada por el viento que acababa de pasar. En ese mismo instante se enamoró de su cabellera dorada.

- Buenos días -le dijo-. ¿Cómo es la vida allí abajo?

- Tengo la compañía de las otras dunas, del sol, del viento y de las caravanas que de vez en cuando pasan por aquí. A veces hace mucho calor, pero se puede aguantar. ¿Y cómo se vive por ahí arriba?

- También están el viento y el sol, pero la ventaja es que puedo pasear por el cielo y conocer muchas cosas.

- Para mí, la vida es corta -dijo la duna-. Cuando el viento regrese de los bosques, desapareceré.

- ¿Y eso te entristece?

- Me da la impresión de que no sirvo para nada.

- A mí me pasa lo mismo. En cuanto sople un viento nuevo, me marcharé hacia el sur y me transformaré en lluvia. En cualquier caso, ése es mi destino.

La duna caviló un poco y, al cabo, dijo:

- ¿Sabías que, aquí en el desierto, nosotros llamamos a la lluvia "el Paraíso"? He escuchado varias leyendas de las que cuentan las viejas dunas. Ellas dicen que, después de la lluvia, nosotras nos quedamos cubiertas de hierba y de flores. Pero nunca sabré lo que es eso, porque en el desierto es muy raro que llueva. 

- Si quieres, yo puedo cubrirte de lluvia. Aunque acabo de llegar, ya estoy enamorada de ti, y me gustaría quedarme aquí para siempre.

- Nada más verte por primera vez en el cielo, yo también me enamoré -dijo la duna-, pero si transformas tu linda cabellera blanca en lluvia, acabarás muriendo.

- El amor nunca muere -dijo la nube-. Apenas se transforma; y yo quiero mostrarte el Paraíso.

Y se puso a acariciar a la duna con pequeñas gotas, durante mucho tiempo, hasta que apareció el arco iris. Al día siguiente, la pequeña duna estaba cubierta de flores. Otras nubes que pasaban en dirección al centro de África pensaban que eso era parte del bosque que estaban buscando y dejaban caer más lluvia. Veinte años más tarde, aquella duna se había transformado en un oasis, donde los viajeros se refrescaban a la sombra de los árboles.

Todo porque, un día, una nube enamorada no había tenido miedo de dar su vida por amor.

Paulo Coelho
“Como el río que fluye”
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