lunes, 20 de noviembre de 2017
domingo, 19 de noviembre de 2017
EL DESPRENDIMIENTO
La única manera de cambiar es cambiando su comprensión. Pero ¿Qué quiere decir comprender? ¿Cómo se hace? Piense en la forma como nos esclavizan varios apegos; tratamos de reorganizar el mundo de manera que podamos conservar esos apegos, porque el mundo los amenaza constantemente. Temo que una amiga deje de amarme, puede preferir a otra persona. tengo que hacerme permanentemente atractivo porque tengo que ganarme a esa persona. Alguien me lavó el cerebro para creer que necesito su amor. Pero realmente no lo necesito. No necesito el amor de nadie; sólo necesito entrar en contacto con la realidad. Necesito escapar de mi prisión, de mi programación de mi condicionamiento, de mis falsas creencias, de mis fantasías. Necesito escapar hacia la realidad. La realidad es amable; es absolutamente encantadora. La vida eterna es ahora mismo. estamos rodeados de ella, como el pez en el océano, pero no lo sabemos. estamos demasiado distraídos por este apego. Pasajeramente, el mundo se reorganiza para adaptarse a nuestro apego, de modo que decimos: "¡Sí, maravilloso, Mi equipo ganó!" Pero espere; cambiará; mañana estará deprimido. ¿Por qué seguimos haciendo esto?
Haga este pequeño ejercicio durante unos pocos minutos: Piense en algo o en alguien a quien esté apegado; en otras palabras, en una casa o una persona sin la cual usted cree que no será feliz. Podría ser su empleo, su carrera, su profesión, su amigo, su dinero, lo que sea. Y dígale a ese objeto o persona, "Realmente no te necesito para ser feliz. Solamente me estoy engañando al creer que sin ti no seré feliz. Pero realmente no te necesito para mi felicidad; puedo ser feliz sin ti. Tú no eres mi felicidad, tú no eres mi alegría". Si su apego es una persona, ella no se sentirá muy feliz al oír esto pero dígalo de todos modos. Puede decirlo secretamente, en el fondo del corazón. En todo caso, usted se pondrá en contacto con la verdad; destrozará una fantasía. La felicidad es un estado en que no hay ilusiones, en que se descarta la ilusión.
O podría probar otro ejercicio: Piense en una ocasión en que su corazón estaba destrozado y usted creía que no volvería a ser feliz (su esposo murió, su esposa murió, su mejor amigo lo abandonó, perdió su dinero). ¿Qué sucedió? El tiempo pasó, y si usted pudo apegarse a otra cosa o encontrar a alguien atractivo o algo atractivo, ¿qué pasó con el viejo apego? Realmente no lo necesitaba para ser feliz ¿no es verdad? Eso debiera haberle enseñado a usted, pero nunca aprendemos. Estamos programados; estamos condicionados. Cómo es de liberador no depender emocionalmente de nada. Si usted pudiera tener esa experiencia durante un segundo, escaparía de su prisión y vería el cielo. Quizás, algún día hasta podrá volar.
Temía decir esto, pero le hable a Dios, y le dije que no lo necesito. Mi primera reacción fue: "Esto es muy opuesto a todas las cosas con que me criaron". Bien, algunas personas quieren hacer una excepción respecto a su apego a Dios. Dicen: "¡Si Dios es el Dios que creo que debe ser no le va a gustar que renuncie a mi apego a él!". Pues bien, si usted cree que no será feliz si no obtiene a Dios, entonces ese "Dios" en que usted piensa no tiene nada que ver con el Dios verdadero.
sábado, 18 de noviembre de 2017
LA ACRÓBATA
Yolanda Barnés empezaba el día saludando a sus dos pescaditos, el triste y el entusiasta, en su casa de Los Angeles.
Cuando murió el entusiasta, el triste creció, brilló y pasó del color gris al rojo fuego. A los saltos saludaba y exigía su comida. Así Yolanda descubrió que el pescadito era pescadita, porque esas son cosas que a veces ocurren a las viudas.
La pescadita saltaba cada vez más alto, y daba vueltas en el aire. Una mañana, Yolanda encontró la pecera vacía. En vano buscó a la acróbata por toda la cocina, hasta que por fin la descubrió hundida en un plato de ajos a medio pelar. La devolvió al agua, la pescadita quedó aplastada contra el fondo de la pecera.
Así pasaron los días. La pescadita continuaba su quieta agonía, echando una burbuja que otra. Yolanda, que se sentía mirada por esos ojos rodeados de orillas de sangre, discó el primer número que le vino a la cabeza, pero era el teléfono de un amigo que entendía de autos y de vacas, y que sólo había visto peces en el plato, fritos o a la plancha.
La pescadita no tenía nombre. Yolanda pensó que era muy triste morirse sin nombre, pero no se le ocurrió ninguno. Pegada al vidrio, le dijo que ella era lo más interesante que había conocido en su vida en materia de peces, y le dijo adiós. Y se marchó a comprar leche y huevos y también un pescadito nuevo. Pero sólo trajo la leche y los huevos.
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