martes, 12 de enero de 2021

PREFERENCIAS


Por lo que a mí respecta, prefiero el vicio 
silencioso a la virtud ostentosa.
(Albert Einstein)

Un relato tradicional de Oriente señala las limitaciones del lenguaje para definir la realidad, motivo por el que muchos genios se entregan a un silencio que contiene, como embriones, todas las respuestas.

Cuenta que dos monjes paseaban por el jardín de su monasterio, conversando sobre asuntos intrascendentales, cuando uno de ellos paró el pie un segundo antes de aplastar a un hermoso caracol que cruzaba por el húmedo sendero. Con delicada precisión tomó al desorientado animalito entre el pulgar y el índice y lo miró tiernamente. El monje se sentía feliz de no haber interrumpido el ciclo de vida y muerte de ese pequeño destino. Delicadamente, lo colocó encima de una fresca lechuga.

Sonriente, miró a su compañero buscando su complacencia, pero se encontró un rostro frío que arqueaba una ceja.

—¡Inconsciente! —le recriminó este—. Ahora, salvando a ese insignificante caracol, pones en peligro el huerto de lechugas que nuestro jardinero cultiva con tanto esmero.

Ambos monjes discutieron acaloradamente bajo la mirada curiosa de otro que se acercó a arbitrar la disputa. Como no conseguían ponerse de acuerdo, este último propuso contar lo sucedido al gran sacerdote. Él sería lo bastante sabio para decidir cuál de los dos tenía razón.

Se dirigieron, pues, los tres a ver al anciano, y el primer monje expuso el caso.

—Has hecho bien. Era lo que convenía hacer —contestó el sacerdote.

El segundo monje dio un brinco.

—¿Cómo? —exclamó—. ¿Salvar a un devorador de ensaladas?¿Eso es lo que convenía hacer? Deberíamos haber proseguido nuestro camino sin importarnos si aplastábamos aquel minúsculo caracol. Eso habría protegido el trabajo del jardinero, gracias al cual tenemos todos los días buenos alimentos para comer.

El gran sacerdote escuchó, movió pensativo la cabeza y dijo:

—Es verdad. Es lo que convendría haber hecho. Tienes razón.

El tercer monje, que había permanecido en silencio hasta entonces, se adelantó.

—Pero ¡si sus puntos de vista son diametralmente opuestos! —dijo—. ¿Cómo pueden tener razón los dos?

El gran sacerdote miró largamente al tercer interlocutor.

Reflexionó, movió la cabeza y con una cálida sonrisa en su rostro sentenció:

—Es verdad. También tú tienes razón.



Tomado del libro:
Einstein para despistados
Allan Percy
Fotografía de Internet

lunes, 11 de enero de 2021

EMPEZAR AHORA


 

CEDE EL PASO


 

EL HUEVO


Nasruddin se ganaba la vida vendiendo huevos. Entró una persona en su tienda y le dijo: «Adivina lo que llevo 
en la mano». 

«Dame una pista», dijo Nasruddin. 

«Te daré más de una: Tiene la forma de un huevo y el tamaño de un huevo. Parece un huevo, sabe como un huevo y huele como un huevo. Por dentro es blanco y amarillo. Antes de cocerlo es líquido y, una vez cocido, es espeso. Además, ha sido puesto por una gallina...». «¡Ya lo tengo!», dijo Nasruddin, «¡es una clase de pastel!». 

El experto tiene el don de no acertar con lo evidente. 

El sumo sacerdote tiene el don de no reconocer al Mesías.


Del libro:
Anthony de Mello 
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet

domingo, 10 de enero de 2021

SIN ESPERAS


 

CALOR PARA EL INVIERNO


 

TAO TE KING: PRINCIPIO 60


Un gran país se debe gobernar
como se asa el pescado pequeño.
Si se gobierna el mundo conforme al SENTIDO,
los difuntos no vagan errantes, como espíritus.
No es que los difuntos dejen de ser espíritus,
sino que dejan de causar daño a los hombres.
Ni los espíritus ni el Sabio perjudican a los hombres.
Si estas dos potencias no se mutilan mutuamente,
unen sus FUERZAS VITALES y aumentan su eficacia.


Extracto del libro:
Lao-Tsé
Tao Te King
Fotografía tomada de internet

sábado, 9 de enero de 2021

SIN FUTURO


 

PIEDRAS


 

LA GUERRA CONTRA EL EGO


Un sufí llamado Ayazi decía: 

He participado en noventa guerras, con el cuerpo desnudo, sin protección alguna. He recibido así heridas múltiples, lanzazos o heridas de espada, esperando saborear la muerte de los mártires, pero ninguna flecha me ha tocado en un punto vital. Esto no es más que una cuestión de suerte y mi esfuerzo era inútil. No habiendo podido saborear la dicha del martirio, me retiré a una celda. Ahora bien, oí el ruido de los tambores y comprendí entonces que los soldados volvían a la guerra. Sentí como un lamento de todo mi ser que decía: 

«Ha llegado el momento de combatir. ¡Levántate y realiza tus deseos en la guerra!». 

Yo le respondí: 

«¡Oh! ¡Maldito inconstante! Dime la verdad. ¿Qué escondes detrás de tu trapacería? Yo sé muy bien que no hay en ti ninguna inclinación por el combate. ¡Si no me respondes en serio, te haré sufrir las angustias del ascetismo!». 

Y mi ego respondió: 

«En estos lugares no hay día en que no me martirices. ¡Mi estado es peor que el de tus enemigos y nadie lo sabe! Me matas por falta de descanso y de alimento. ¡Si muero en el combate, entonces, al menos el pueblo verá quién soy yo! 

—¡Pobre ego! le respondí. No eres más que un hipócrita. No eres más que vanidad. No sólo vives en la calumnia, sino que, además, quieres morir en la calumnia». 

Y así fue como me prometí no dejar nunca más la celda. Pues todo lo que hace el ego en semejante circunstancia sólo puede ser pomposidad. Semejante combate es el único verdadero combate. La otra clase no es sino un pequeño combate. ¡No es para quien se asusta de un ratón! Nuestro hombre era un sufí como el de la historia anterior. Pero uno muere por un pinchazo de alfiler, mientras que ninguna espada resiste al otro. El primero tiene la apariencia de un sufí, pero no tiene su alma. Esta especie es la que empaña la reputación de los sufíes.



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
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