jueves, 24 de diciembre de 2020
LA COMUNICACIÓN PROPORCIONA SEGURIDAD
Si queremos seguridad, tenemos que construirla. Pero ¿cómo se crea la seguridad? Para erradicar el miedo, no sirven ni las fortalezas, ni las bombas, ni los aviones. Es muy probable que todos esos intentos no hagan más que intensificarlo. Estados Unidos posee el ejército más poderoso y las armas más sofisticadas del mundo, pero no por ello se siente más seguro. Lo cierto es que los estadounidenses se sienten muy vulnerables y asustados. ¿Dónde encontrar, pues, algún refugio verdadero que nos haga sentir realmente seguros? Tenemos que aprender a construir la seguridad con cada inhalación y con cada exhalación. Tenemos que aprender a construir la seguridad con cada uno de nuestros pasos, con nuestra manera de actuar y de reaccionar, con nuestras palabras y con nuestros esfuerzos para entablar una buena comunicación.
No podrás sentirte seguro si no te comunicas bien con la gente con la que vives y a la que ves regularmente. No podrás sentirte seguro si la gente que te rodea no te mira de manera amable y compasiva. Tu manera de hablar, de sentarte y de caminar muestra a la otra persona que vienes en son de paz y puede sentirse segura en tu presencia. Así es como se genera la confianza. La paz y la compasión que experimentas contribuirán a que la otra persona se sienta segura y permitirán que se relacione contigo con compasión y comprensión, y tú también, por tu parte, te sentirás más seguro. La seguridad no es una cuestión estrictamente individual. Por ello la mejor garantía de nuestra seguridad consiste en ayudar a que los demás también se sientan seguros.
Nuestro país no se sentirá seguro si no hace nada que contribuya a que los demás países se sientan seguros con nosotros. Si Estados Unidos aspira a una mayor seguridad, debe ocuparse también de la seguridad de las otras naciones. Si Gran Bretaña quiere seguridad, tiene que pensar en la seguridad de otros pueblos. Cualquiera puede ser víctima de la violencia y el terrorismo. Ningún país se halla, en este sentido, a salvo. La policía, el ejército y hasta las armas de destrucción masiva son incapaces de garantizar nuestra seguridad. Quizás lo primero que deberíamos hacer es decir: «Soy consciente, querido amigo, de que quieres vivir seguro. Yo también quiero vivir seguro. ¿Por qué no trabajamos juntos para conseguirlo?». Esto es algo muy sencillo, pero no lo llevamos a cabo.
La comunicación es la práctica. Por más que vivamos en una época en la que existen medios de comunicación muy sofisticados (como el correo electrónico, los teléfonos móviles, los mensajes de texto, Twitter, Facebook, etcétera), es muy difícil que naciones, grupos e individuos se comuniquen entre sí. Y como no parece que sepamos utilizar las palabras para hablar, acabamos empleando, en su lugar, las bombas. Y cuando llegamos al punto en que la comunicación verbal resulta imposible y apelamos a las armas, sucumbimos a la desesperanza.
Tenemos que aprender a comunicarnos. Si podemos mostrar a un grupo con el que estamos en conflicto que no tienen nada que temer de nosotros, alentaremos la confianza. En los países asiáticos, por ejemplo, la gente suele saludarse inclinándose y juntando las palmas de las manos como si de una flor de loto se tratara. En Occidente, cuando dos personas se encuentran, estrechan sus manos, una tradición que, según tengo entendido, se originó en la época medieval, cuando la gente tenía miedo. Ese era el modo en que mostraban, cada vez que se encontraban, que se hallaban inermes.
Lo mismo seguimos haciendo en el presente. Con nuestras acciones, podemos decir: «¿Ves, querido amigo, que estoy desarmado? Compruébalo por ti mismo. No temas nada de mí». Este es el tipo de práctica que puede desarrollar la confianza. Con confianza y comunicación, el diálogo se torna posible.
Son muchos los millones de dólares gastados desde que comenzó la llamada “guerra contra el terror”, pero la violencia, el odio y el miedo no han hecho sino avanzar. No hemos tenido éxito en nuestro intento de eliminar el miedo, el odio y el resentimiento, ya sea en su expresión externa, como es el caso del terrorismo, o lo que es más importante en la mente de las personas. Ha llegado el momento de que contemplemos y encontremos una forma más adecuada de aportar paz al mundo y a nosotros mismos. Solo la práctica de la escucha profunda y la comunicación amable puede contribuir a eliminar las percepciones erróneas que se hallan en el origen del miedo, el odio y la violencia.
Esas percepciones no pueden ser eliminadas a punta de pistola.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
miércoles, 23 de diciembre de 2020
NO BUSQUES FELICIDAD
Yo conocí a un anciano que siempre se estaba quejando, siempre de mal humor. Todo le parecía mal; era un crítico nato. Pero los críticos sufren y él también; sufría porque a veces hacía demasiado frío o llovía demasiado o no llovía en absoluto todas las temporadas, a lo largo de todo el año, sufría. Una mente negativa, una actitud negativa, y siempre buscando ser feliz, haciendo un esfuerzo por estar contento y satisfecho. Pero nunca he visto un hombre tan descontento como él; era la personificación misma del sufrimiento y el descontento. En sus ojos había más que descontento. En su rostro se veían arrugas de tensión y descontento; todas las quejas de toda la vida se reflejaban en ese rostro.
Pero un día de repente cambió. Tenía sesenta años y al día siguiente era su cumpleaños. Las personas que llegaron a felicitarlo no podían creer lo que veían: había cambiado de repente, de la noche a la mañana. Alguien me lo dijo, entonces yo también fui hasta su casa a preguntar, pues era una revolución! La revolución rusa, la revolución china no eran nada comparadas con esta revolución. A lo largo de sesenta años este hombre se había entrenado a sí mismo para estar descontento. Pero ahora, de repente... ¿Había ocurrido un milagro? Yo no podía creer que ni siquiera Jesús podía haber obrado un milagro tan grande, no era posible, no hay nada parecido en la Biblia... Jesús curaba a los ciegos, curaba a los sordos y a los mudos, hasta resucitaba a los muertos; pero no hay nada que diga que Jesús curaba a la gente de su descontento. No es posible.
Le pregunté al anciano, que parecía radiante de felicidad: ¿Qué le ha ocurrido? Me respondió: ¡Basta ya! A lo largo de sesenta años intenté ser feliz y no lo logré; así que anoche me decidí: 'olvídalo, no te preocupes por ser feliz, simplemente vive la vida'. Y aquí estoy, feliz.
Él buscó la felicidad durante sesenta años. Si buscas, vas a estar cada vez más frustrado. Estás actuando como una flecha, moviéndote en línea recta, y Dios no cree en los atajos. Llegarás a la meta, pero la felicidad no estará allí.
Cuando te olvidas de la felicidad, de repente eres feliz. Cuando te olvidas de la satisfacción, de repente ahí está. Siempre ha estado cerca de ti, pero tú no estabas presente. Estabas pensando que había que alcanzar una meta, lograr la felicidad. Tú te concentrabas en el futuro mientras la felicidad flotaba en tu entorno como la fragancia de una flor. Para ser feliz no tienes que hacer nada. Ya has hecho demasiado para ser infeliz. Si quieres ser desgraciado, haz demasiado. Si quieres ser feliz, permite que las cosas ocurran solas.
FUENTE: OSHO: ‘El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos’, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 148
martes, 22 de diciembre de 2020
LA FLECHA ENVENENADA
En cierta ocasión se acercó un monje a Buda y le dijo: «¿Sobreviven a la muerte las almas de los justos?».
Como era propio de él, Buda no respondió. Pero el monje insistía. Y todos los días volvía a hacerle la misma pregunta; y un día tras otro recibía el silencio como respuesta. Hasta que no pudo soportarlo y amenazó con abandonar el monasterio si no le era respondida aquella pregunta de vital importancia para él; porque ¿a santo de qué iba él a sacrificarlo todo para vivir en el monasterio, si las almas de los justos no iban a sobrevivir a la muerte?
Entonces Buda, compadecido, rompió su silencio y le dijo: «Eres como un hombre que fue alcanzado por una flecha envenenada y al poco tiempo estaba agonizando. Sus parientes se apresuraron a llevar a un médico junto a él, pero el hombre se negó a que le extrajeran la flecha o se le aplicara cualquier otro remedio mientras no le dieran respuesta a tres importantes preguntas: Primero, el hombre que le disparó ¿era blanco o negro? Segundo, ¿era un hombre alto o bajo? Y tercero, ¿era un bracmán o un paria? Si no le respondían a estas tres preguntas, el hombre se negaba a recibir todo tipo de asistencia».
El monje se quedó en el monasterio.
Es mucho más placentero hablar del camino que recorrerlo; o discutir acerca de las propiedades de una medicina que tomarla.
Del libro:
Anthony de Mello
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet
lunes, 21 de diciembre de 2020
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