lunes, 12 de octubre de 2020

EL VINO



Había un emir que era un buen vividor y apreciaba mucho el vino. Su morada era el refugio de los pobres y de los inconscientes. Su corazón encerraba, como el océano, perlas y oro. 

En aquella época, que era la de Jesús, se permitía beber vino. Una noche, nuestro emir recibió la visita inesperada de otro emir cuyo carácter era muy semejante al suyo. Para que nada faltase a su alegría, se hicieron traer vino. Pero, como quedaba muy poco, el emir llamó a su esclavo y le pidió que fuese a buscar vino a casa de un sacerdote vecino suyo. 

«Toma esta cántara, le dijo, y ve a llenarla de vino de ese sacerdote, pues su vino es puro. ¡En una sola gota de esa bebida, se encuentra un efecto que se buscaría inútilmente en un tonel de otro vino!». 

El esclavo tomó, pues, una cántara y corrió al monasterio. Adquirió vino y pagó en moneda de oro. Dio guijarros y recibió joyas. ¡Pues el vino, que anima incluso los huesos, cambia, para el que lo bebe, el trono en un vulgar trozo de madera! 

Así pues, provisto de su preciosa carga, el esclavo se volvió hacia el palacio de su amo. Pero, de pronto, apareció en su camino un asceta de aspecto triste. Su cuerpo estaba como consumido por el fuego de su corazón. Y sus duras pruebas lo habían marcado profundamente. Vivía noche y día en contacto con la tierra y con la sangre. Su paciencia y su lucidez no se apagaban sino pasada la medianoche. Este asceta preguntó al esclavo: 

«¿Qué contiene esa cántara? 

—¡Vino! respondió éste. 

—¿Y para quién es ese vino? prosiguió el asceta. 

—¡Para mi amo! respondió el esclavo. 

—¿Cómo es posible buscar la verdad cuando se entrega uno a los placeres de la bebida? exclamó el asceta. ¿Se puede beber el vino de Satanás cuando la razón nos falla? La razón se dispersa sin que nos demos cuenta y conviene añadir razón a la misma razón. ¡Cuando uno se embriaga tan tontamente, se encuentra como el pájaro cogido en el cepo!». 

Y, tomando una piedra, la lanzó contra la cántara, que se rompió. El esclavo huyó y fue a refugiarse en la casa de su amo. Éste le preguntó si había encontrado vino y el esclavo le contó lo que había sucedido. El emir entró entonces en una violenta cólera y pidió que se le indicara la casa de aquel asceta. 

«¡Se ha ganado un buen estacazo! exclamó. ¡Qué especie de asno! 

¿Qué podría saber él del orden de la sabiduría? ¡Habrá querido hacerse notar adquirir renombre por la hipocresía! ¡Cuando un loco se enreda en calumnias, el látigo es un excelente remedio para hacer salir a Satanás de su cabeza!». 

Vociferando así, con su estaca en la mano el emir llegó, medio ebrio, a la casa del asceta, con la intención de matarlo. El asceta, asustado, se ocultó bajo unos fardos de lana. Al oír desde su escondite las imprecaciones del emir se dijo: 

«¡Desde luego hace falta un gran valor para atreverse a decir a la gente la verdad en su cara! Sólo los espejos son capaces de ello. Hay que tener una cara tan dura como un espejo de metal para atreverse a decir a un hombre semejante: “¡Mira el horror de tu cara!”». 

Finalmente, el emir acabó por encontrar al asceta y se dedicó a la tarea de molerlo a palos. Hizo tanto ruido que todo el barrio estuvo pronto sobresaltado. El asceta estaba magullado por todas partes. 

¡Oh, emir! ¡Perdónalo! Este pobre asceta es un desdichado que ha soportado muchos sufrimientos. ¡Oh, queridos amigos! ¡Tened piedad de los que aman! Pues son como muertos en este mundo de muerte. También tú has roto muchas cántaras por ignorancia. Y tu corazón espera, sin embargo, el perdón. Entonces, perdona tú también si quieres ser perdonado. 

El emir exclamó: 

«¿Quién es él para haberse atrevido a romper esta cántara? Hasta el león me mira con temor. ¿Cómo ha tenido este asceta el atrevimiento de lastimar el corazón de mi esclavo y avergonzarme ante mi invitado? ¡Ha derramado un vino más precioso que la sangre y ahora intenta escapar como una mujer! Aunque fuera un pájaro, ni siquiera eso impediría que la flecha de mi cólera desgarrase sus alas. ¡Aunque se protegiese bajo toneladas de rocas, sería para mí un juego hacer estallar su refugio! ¡Mi intención es apalearlo de tal modo que eso sea una lección para todos los de su especie!». 

Su cólera era tan viva que escupía fuego ebrio de sangre. Al oír estas amenazas, la gente se puso a interceder en favor del asceta. Besaron las manos y los pies del emir: 

«¡Oh, emir! ¿Son dignas de ti tal cólera y tal rabia? Aunque tu vino haya sido derramado, ¿no quieres buscar la alegría sin el vino? La atracción que experimentas por esa bebida proviene de ti. Tu corpulencia y el color de tus mejillas hacen esclavos tuyos a todos los vinos y vuelven celosos a todos los bebedores. Nada tienes que hacer con un vino del color de las rosas. Porque tú mismo eres de ese color. ¡En realidad, el vino en su tonel se estremece de afecto por tus mejillas! Tú eres un océano. ¿Qué es una gota para ti? Tú eres la fuente de las alegrías y del placer. ¿Por qué tomarte ese trabajo por un poco de vino?». 

«¡La joya es el hombre y los cielos no están hechos sino para él! Lo esencial es el hombre y todo lo demás no es más que detalle. No te mancilles, pues la razón, la idea y la previsión son esclavas tuyas. Toda criatura tiene por misión servirte. Puesto que tú eres la joya, no está bien que halagues tu montura. ¡Ay! ¡Tú buscas la ciencia en los libros y en el gusto de los dulces! Pero tú eres un océano de ciencia oculto en una gota. Todo el universo está escondido en tu cuerpo. Pues, ¿qué es el vino, el sama (danza de los derviches) o la fornicación, para que tú esperes encontrar en eso placer o utilidad? ¿Cómo podría tomar el sol algo de las chispas? Tú eres un alma libre pero, ¡ay!, te has convertido en prisionero de las condiciones. ¡Apiadémonos del sol enredado en sus ataduras!». 

El emir respondió: 

«¡No! El vino es mi pasión y no puedo contentarme con vuestros placeres inocentes. Querría ser como el jazmín que se estremece al viento. Querría liberarme de toda esperanza y de todo temor. Querría ser como el sauce que se derrama por todos lados. Querría jugar con el viento, como hacen sus ramas».



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

domingo, 11 de octubre de 2020

LA BRECHA DE CONSCIENCIA



Usualmente pensamos que el sufrimiento es ocasionado por las malas experiencias, pero en realidad es causado por nuestra atención dirigida hacia algo que no está allí o no es muy real, tal como una idea o fantasía, que son verdades muy pequeñas. El sufrimiento termina cuando nuestra atención fluye hacia eso que esta sucediendo, lo que es verdadero en el momento. El sufrimiento es la distancia—la brecha—entre aquello hacia lo que estamos orientados y aquello que es. El tamaño de la brecha entre lo que sucede y aquello a lo cual dedica su atención, representa cuánto sufrirá. Si no hay brecha, entonces no hay sufrimiento.

Esa brecha puede estar presente sin importar si acontece algo bueno o algo malo. Por ejemplo, si alguien a quien ama está muriendo, su consciencia podría estar tan enfocada en lo que sucede en el momento que la experiencia carece del sufrimiento que anticipaba, aunque el sufrimiento podría aparecer luego si se cuelan pensamientos acerca de cómo las cosas debieron o pudieron ser. En contraste, hay veces en que parece que las cosas van muy bien, pero usted está sufriendo, muchas veces porque teme un cambio. Si comprende esta verdad —que su felicidad no depende de lo que esté ocurriendo—esto puede cambiar su vida. Quizá no afecte lo que está sucediendo, pero cambiará su experiencia de ello.

Nuestras esperanzas, sueños, deseos, miedos, dudas y preocupaciones no ocurren realmente, por tanto son verdades muy pequeñas.

Cuando enfocamos nuestra atención en cosas que no están realmente ocurriendo, sufrimos. Cuando nuestra atención está enfocada en estas cosas, no nos sentimos satisfechos nunca porque esas cosas no nos nutren.

Pero cuando dedicamos nuestra pasión y curiosidad a aquello que sí es real en el momento, no sufrimos. ¿A qué dedica usted su consciencia, pasión y curiosidad?

Es muy simple: nuestro sufrimiento se relaciona a la cantidad de atención que fluye hacia aquello que en realidad no está presente, como la esperanza, los sueños, deseos, miedos, ideales y fantasías. Lo que estamos deseando no está presente o no lo estaríamos deseando; tampoco aquello que tememos. Así como los deseos, nuestros miedos son un pigmento de nuestra imaginación. Ninguno de estos pensamientos es real, y dedicar nuestra atención a lo irreal nos desconecta de aquello que sí es real, que es donde la vida del Ser puede ser experimentada.

El rechazo y el deseo son mecanismos con los cuales rechazamos lo que es, lo cual contribuye a nuestro sufrimiento. Operan en un ciclo: Nos mantenemos en un vaivén entre el rechazo y el deseo. Pensamos, “Esto no es bueno. Quizá si consigo esto, o si hubiese meditado más tiempo o si tuviese un mejor amante, más dinero o más libertad, quizá sería mejor.” Luego nos pasamos tratando de satisfacer ese deseo y, alcancemos el éxito o no, regresamos al punto donde igualmente rechazamos aquello que está presente en el momento. Incluso cuando obtenemos lo que creemos desear, podríamos darnos cuenta de que no es tan bueno, así que imaginamos algo más que pensamos mejorará las cosas.

Esta actividad de desear lo que no está presente y de rechazar lo que es, crea y mantiene una sensación de un pequeño— yo. Si las cosas van mal, ¿para quién anda mal? Para mí. Y si las cosas pudiesen ir mejor, ¿mejor para quién? Mejor para mí. Con frecuencia ni siquiera estamos conscientes de rechazar o desear porque estamos enredados en el contenido de nuestros deseos y fantasías. Quedamos tan hipnotizados por nuestras fantasías que no vemos que nos limitan y hacen sentir muy pequeños, incompletos, deficientes e insatisfechos.

Sin embargo, podemos confiar en esa sensación de que algo no está completo. Esa sensación le deja saber si su fantasía le hará sentir mejor.

La sensación de carencia y pequeñez asociada a fantasear le muestra que tanta falsedad hay en su fantasía. Las fantasías no son muy reales.

Sólo existen en nuestra mente. No hay mucha sustancia ni realidad en Estar en el momento presente ellas. También puede confiar cuando su Corazón se siente lleno y completo. La alternativa más sencilla al rechazo y deseo, es dedicar su atención a lo que hay en el aquí y ahora, no solamente a su pensar y sentir.

La mayor sorpresa es descubrir que ¡no hay sufrimiento incluso dentro de nuestro sufrimiento! Cuando regalas toda tu atención a la experiencia de rechazo o deseo en sí, el sufrimiento inherente en ello se disuelve. Cuando nos tornamos curiosos y atentos al proceso de rechazo, deja de herir. Si está totalmente presente en el movimiento del pensamiento, un pensamiento puede ser reconocido como lo que en realidad es: ¡solo un pensamiento!



Extracto del libro:
Eso es eso
aka Nirmala
Fotografía tomada de internet

LA ETERNIDAD


 

sábado, 10 de octubre de 2020

ESTUPIDEZ GRUPAL


 

TRANSFORMACIÓN



A un discípulo que siempre estaba quejándose de los demás le dijo el Maestro: Si es paz lo que buscas, trata de cambiarte a ti mismo, no a los demás. Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra.


Anthony de Mello 
Fotografía tomada del internet

viernes, 9 de octubre de 2020

EL MOMENTO REAL


 

EL HOMBRE DE LA CANTERA QUE SE QUEJABA DE SER PICAPEDRERO (CUENTO)



Pregunta 15: Continuación
¿Por qué estoy siempre fantaseando sobre el futuro?


Érase una vez un hombre que trabajaba en una cantera. Trabajaba mucho y muchas horas, pero su sueldo era muy escaso y no se conformaba.

¿Y quién se conforma con lo que tiene? Ni siquiera los emperadores, o sea que un picapedrero… Trabajaba mucho y casi por nada.

Se quejaba de la dureza de su trabajo y un día exclamó, suspirando: «¡Ojalá fuera rico y pudiera descansar en un diván con una colcha de seda!». Y bajó un ángel del cielo y le dijo: «Eres lo que has dicho».

Y estas cosas ocurren, no sólo en las parábolas y los cuentos, sino en la vida real. Lo que piensas sobre ti mismo empieza a ocurrir. Creas tu mundo con tus pensamientos, creas tu mundo con tus deseos. Si insistes en algo, empieza a ocurrir. La realidad no deja de colaborar contigo. Espera al momento adecuado, al día en el que tú empieces a colaborar con ella. Y hasta entonces también colabora contigo.

Y el ángel dijo: «Eres lo que has dicho». Y de repente era rico, y descansó en un diván con colcha de seda.

Pasó por allí el rey con jinetes delante y detrás de su carruaje y con un parasol dorado para protegerse la cabeza. Cuando el hombre rico vio aquello, se enfadó porque él no tenía un parasol dorado y no se conformaba. Suspirando, dijo: «Ojalá fuera rey». Y el ángel volvió y le dijo: «Eres lo que has dicho».

De repente era rey y llevaba muchos jinetes delante y detrás de su carruaje y un parasol dorado para protegerse la cabeza; el sol lanzaba rayos tan ardientes que la tierra se agostaba y se marchitaba la hierba. El rey se quejó de que el sol le abrasaba la cara, de que superaba su poder, y no se conformaba. Suspirando, dijo: «Ojalá fuera el sol». Volvió el ángel y le dijo: «Eres lo que has dicho». Se convirtió en el sol y lanzó sus rayos en todas direcciones, a derecha e izquierda, por todas partes, y agostó la hierba de la tierra y abrasó el rostro de todos los reyes que habitaban la tierra.

Y de repente una nube se interpuso entre la tierra y él, y los rayos del sol rebotaban, y se puso furioso al ver que se resistía a su poder. Se quejó de que la nube lo superase, y no se conformaba con nada. Quiso ser la nube, tan poderosa como ella, y el ángel volvió y le dijo: «Eres lo que has dicho».

Se convirtió en nube, se colocó entre el sol y la tierra y recogió los rayos para que la hierba verdeara. La nube derramó grandes gotas de lluvia sobre la tierra, los ríos se desbordaron y las riadas se llevaron las casas por delante, destruyeron los sembrados con tanta agua. Cayó sobre una roca que no quería ceder, le lanzó chorros de agua, pero la roca no cedía, y se puso furioso porque la roca no cedía a su poder, porque el poder de tanta agua era vano, y no podía conformarse con eso.

Dijo: «Esa roca tiene un poder que supera al mío. Ojalá fuera una roca». Llegó el ángel y lo convirtió en roca, y no se movió ni cuando brillaba el sol ni cuando caía la lluvia.

Y entonces apareció un hombre con un martillo y una gubia para arrancar trozos de la roca, y la roca dijo: «¿Cómo es posible que el poder de este hombre supere al mío y me arranque trozos?», y no se conformaba. Dijo entre lamentos: «¡Soy más débil que él! Ojalá fuera ese hombre». El ángel bajó del cielo y le dijo: «Eres lo que has dicho», Y volvió a ser picapedrero, a arrancar piedras a base de mucho trabajo, y a trabajar mucho por poco dinero… y se conformó.

Yo no estoy de acuerdo con el final de la historia. Sólo difiero en eso; por lo demás me parece muy bonita. No estoy de acuerdo con el final porque conozco a las personas, y sé que no se conforman así como así. La rueda ha dado la vuelta completa, en cierto sentido la historia ha llegado a su fin natural, pero las historias de la vida real no llegan a un fin natural. La rueda vuelve a girar.

Por eso en India llamamos «la rueda» a la vida. No para de girar, no para de repetirse. Desde mi punto de vista, a menos que el picapedrero se hubiera convertido en un Buda, su historia se habría repetido. Seguiría sin estar conforme. Volvería a desear un diván con su colcha de seda, y la historia volvería a repetirse. Pero si ese picapedrero hubiera estado de verdad conforme habría escapado de la rueda de la vida y de la muerte. Tendría que haberse convertido en un Buda.

Eso es lo que ocurre con la mente de todos: deseas algo, se cumple, pero cuando se cumple sigues quejándote. Hay algo que te produce descontento.

Hay que comprenderlo: si tu deseo no se cumple, te sientes frustrado; si se cumple, también te sientes frustrado. Ésa es la tristeza del deseo. Cuando se cumple, no te sientes satisfecho. Y de repente surgen muchas cosas nuevas.

No se te había ocurrido que cuando fueras rey, escoltado por jinetes y con una sombrilla dorada para protegerte la cabeza, el sol podía ser tan fuerte como para abrasarte la cara. No lo habías pensado. Después soñaste con ser el sol, te convertiste en el sol, pero no se te había ocurrido pensar en la nube. Cuando aparece la nube, tú te quedas impotente. Y así continúa todo, como las olas del mar, interminables, a menos que lo comprendas y te desprendas de la rueda.

La mente te dice una y otra vez: «Haz esto, sé eso. Posee esto, posee lo otro… Si no tienes eso, ¿cómo vas a ser feliz? Tienes que tener un palacio, y entonces serás feliz». Si se imponen condiciones a tu felicidad, nunca serás feliz. Si no puedes ser feliz tal como eres, como el picapedrero… Ya sé que trabajar cuesta mucho, que se gana poco, que la vida es una lucha continua… pero si no puedes ser feliz tal como eres, a pesar de los pesares, jamás serás feliz. A menos que una persona sea feliz porque sí, sin razón alguna, a menos que esté lo bastante loca como para ser feliz sin razón alguna, esa persona no será feliz jamás. Siempre encontrarás algo que destruya tu felicidad. Siempre te faltará algo, siempre habrá alguna ausencia. Y esa «ausencia» volverá a ser objeto de tus fantasías.

Y no se puede llegar a un estado en el que se alcance todo. Incluso si se pudiera, tú no serías feliz. Fíjate en el mecanismo de la mente: si todo fuera alcanzable y lo lograses, de repente te aburrirías. ¿Y entonces qué?



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

APARIENCIAS


 

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