jueves, 6 de agosto de 2020

NADA PUEDE DARTE ALEGRÍA

LAS CAMPANAS DEL TEMPLO


El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban. 

Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo. 

Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, par decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón... 

¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría. 

Si deseas escuchar las campanas del templo, escucha el sonido del mar. 

Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces: no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala. 




Del libro:
Anthony de Mello 
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet

miércoles, 5 de agosto de 2020

martes, 4 de agosto de 2020

¿ERA EL ÁRBOL O SU DESCRIPCIÓN?


USAR Y ABANDONAR LA NEGATIVIDAD


Toda resistencia interior se experimenta como negatividad en una forma u otra. Toda negatividad es resistencia. En este contexto, las dos palabras son casi sinónimos. La negatividad va de la irritación o la impaciencia a la rabia furiosa, de un humor depresivo o un resentimiento sombrío a la desesperación suicida. A veces la resistencia dispara el cuerpo del dolor emocional, en cuyo caso incluso una situación sin importancia puede producir negatividad intensa, tal como ira, depresión o tristeza profunda. 

El ego cree que por medio de la negatividad puede manipular la realidad y conseguir lo que quiere. Cree que por medio de ella puede atraer una condición deseable o disolver una indeseable. Un Curso sobre Milagros señala con razón que, siempre que usted es infeliz, existe la creencia inconsciente de que la infelicidad le "compra" lo que quiere. Si "usted" -la mente- no creyera que la infelicidad funciona, ¿por qué la crearía? El hecho es, por supuesto, que la negatividad no funciona. En lugar de atraer una condición deseable, impide que surja. En lugar de disolver una indeseable, la mantiene en su lugar. Su única función "útil" es que refuerza el ego y por eso al ego le encanta. 

Una vez que usted se ha identificado con alguna forma de negatividad, no quiere abandonarla y en un nivel profundamente inconsciente, no quiere un cambio positivo. Amenazaría su identidad de persona deprimida, iracunda, difícil. Entonces usted ignorará, negará o saboteará lo positivo de su vida. Este es un fenómeno común. Es también demencial. 

La negatividad es totalmente antinatural. Es un contaminante psíquico y hay un vínculo profundo entre el envenenamiento y la destrucción de la naturaleza y la gran cantidad de negatividad que se ha acumulado en la psique humana colectiva. Ninguna otra forma de vida en el planeta conoce la negatividad, sólo los seres humanos, lo mismo que ninguna otra forma de vida viola y envenena la Tierra que la sostiene. ¿Ha visto usted alguna vez una flor infeliz o un roble estresado? ¿Alguna vez se ha encontrado un delfín deprimido, una rana con problemas de autoestima, un gato que no puede relajarse o un pájaro que arrastra odio y resentimiento? Los únicos animales que pueden experimentar ocasionalmente algo parecido a la negatividad o mostrar signos de conducta neurótica son los que viven en contacto estrecho con el hombre y que por eso se vinculan a la mente humana y a su locura. 

Observe cualquier planta o animal y permita que le enseñe la aceptación de lo que es, la entrega al Ahora. Deje que le enseñe Ser. Deje que le enseñe integridad, lo que significa ser uno, ser usted mismo, ser real. Deje que le enseñe a vivir y a morir y no cómo convertir la vida y la muerte en un problema. 

He vivido con varios maestros Zen, todos gatos. Incluso los patos me han enseñado importantes lecciones espirituales. Sólo mirarlos es una meditación. Cómo flotan tranquilamente, a gusto consigo mismos, totalmente presentes en el Ahora, dignos y perfectos como sólo una criatura sin mente puede estar. Ocasionalmente, sin embargo, dos patos se enzarzarán en una pelea, a veces sin razón aparente, o porque uno se ha metido en el espacio privado de otro. La pelea generalmente dura sólo unos segundos, y después los patos se separan, nadan en diferente dirección y aletean vigorosamente unas cuantas veces. Continúan entonces nadando tranquilamente como si la pelea nunca hubiera ocurrido. Cuando observé esto por primera vez, noté de repente que al mover las alas estaban liberando el exceso de energía, evitando así quedar atrapados en su cuerpo y caer en la negatividad. Esto es sabiduría natural y es fácil para ellos porque no tienen una mente que mantenga vivo el pasado innecesariamente y que construya una identidad en torno a él. 


Del libro:
El Poder del Ahora
Eckhart Tolle
Imagen tomada del internet

lunes, 3 de agosto de 2020

MI TESTIGO


EL MUNDO DE LAS DROGAS


Pregunta 13:
¿Puedes decir algo sobre el problema de las drogas? ¿Por qué se mete la gente en el mundo de las drogas?

Osho:
No es nada nuevo; es tan antiguo como el hombre. No ha habido ninguna época en la que el hombre no haya intentado huir. El libro más antiguo del mundo es el Rigveda, y habla mucho de la droga. Esa droga se llama soma.

Desde la antigüedad todas las religiones han intentado evitar el uso de las drogas. Todos los gobiernos están en contra de las drogas, y sin embargo, han resultado más poderosas que todos los gobiernos y todas las religiones, porque nadie ha indagado en la psicología del usuario de drogas. El ser humano sufre. Vive en medio de angustias, ansiedades y frustraciones. No encuentra otra salida sino las drogas.

La única forma de evitar que la gente consumiera drogas sería hacerlas felices, dichosas.

Yo también estoy en contra de las drogas, por la sencilla razón de que te ayudan a olvidar tu sufrimiento un rato, pero no te preparan para luchar contra el sufrimiento y el dolor; por el contrario, te debilitan.

Pero las razones de las religiones y los gobiernos para oponerse a las drogas son completamente distintas a las mías. Quieren que la gente siga sufriendo, frustrada, porque quienes sufren no se rebelan; se torturan en su propio ser, se destrozan. No pueden concebir una sociedad mejor, una cultura mejor, un ser humano mejor. Con ese sufrimiento, cualquiera puede caer fácilmente en manos de los sacerdotes, porque ellos les darán consuelo, les dirán: «Bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados los que sufren, porque ellos entrarán en el reino de los cielos».

La humanidad sufriente también está en manos de los políticos, porque la humanidad sufriente necesita esperanza, la esperanza de una sociedad sin clases en el futuro, la esperanza de una sociedad en la que no exista la pobreza, ni el hambre, ni el sufrimiento. En pocas palabras, los seres humanos pueden soportar sus sufrimientos y seguir adelante si en el horizonte se les presenta una utopía. Y hay que tener en cuenta el significado de la palabra «utopía»: lo que nunca sucede. Es como el horizonte; está tan cerca que crees que con correr un poco llegarás adonde coinciden el cielo y la tierra. Pero ya puedes correr toda tu vida que nunca llegarás a ese sitio, porque ese sitio no existe. Es una alucinación.

El político vive de promesas, y el sacerdote también vive de promesas. Nadie ha repartido los resultados en los últimos diez mil años. La razón que tienen para estar en contra de las drogas es que les destrozan el negocio. Si la gente empieza a consumir opio, hachís, LSD, no les interesará el comunismo, ni qué va a pasar mañana; les dará igual la vida después de la muerte, Dios, el paraíso. Se sentirán plenos en el momento.

Mis razones son otras. También estoy en contra de las drogas, pero no porque destruyan las raíces de las religiones y los políticos, sino porque destruyen el crecimiento interior de la persona hacia la espiritualidad. Te impiden alcanzar la tierra prometida. Vives en la alucinación, cuando eres capaz de alcanzar lo real. Te dan un juguete.

Pero como las drogas no van a desaparecer, yo querría que todos los gobiernos, que todos los laboratorios científicos purificasen esas drogas, para que fuesen un poco más sanas, sin efectos secundarios, algo que ya es posible. Podemos crear una droga como la que Aldous Huxley, en recuerdo del Rigveda, denominó soma, sin efectos secundarios, que no produce adicción, que es pura alegría, felicidad, cantar, bailar.

Si no podemos lograr que todo el mundo sea un Buda Gautama, tampoco tenemos derecho a impedir que la gente al menos vislumbre, de una forma ilusoria, el estado estético en el que debió de vivir Buda Gautama. Quizá esas pequeñas experiencias empujen a algunas personas a intentar explorar un poco más. Tarde o temprano se hartarán de las drogas, porque se repetirá lo mismo, una y otra vez. Por muy bonita que sea la escena, la repetición la hace aburrida.

De modo que, en primer lugar, hay que purificar las drogas, para que no tengan malas consecuencias. En segundo lugar, dejar que la gente las disfrute. Ya se aburrirán. Y entonces su único camino consistirá en buscar algún método de meditación para encontrar la dicha definitiva.

El problema radica sobre todo en los más jóvenes. La diferencia generacional es el fenómeno más novedoso del mundo; antes no existía. En épocas pasadas, los niños de seis o siete años empezaban a utilizar las manos, la mente, con sus padres, en sus oficios tradicionales. Cuando cumplían los catorce ya eran artesanos, trabajadores, se casaban, tenían sus responsabilidades. Al cumplir los veinte o los veinticuatro ya tenían hijos, de modo que no existía la diferencia generacional. Cada generación se superponía a la siguiente.

La diferencia generacional ha aparecido por primera vez en la historia de la humanidad, y tiene una tremenda importancia. Por primera vez, hasta los veinticinco o veintiséis años de edad, cuando acabas la universidad, no tienes ninguna responsabilidad, ni hijos, ni preocupaciones, y tienes el mundo entero ante ti para soñar: cómo mejorarlo, cómo enriquecerlo, cómo crear una raza de genios. Ésos son los años para soñar, entre los catorce y los veinticuatro, porque la sexualidad está madurando, y con la sexualidad maduran los sueños. Te reprimen la sexualidad en el colegio y en la universidad, de modo que toda la energía de la persona joven queda disponible para soñar. Se hace comunista, socialista, lo que sea. Y ésa es la época en la que empieza a sentirse frustrado por el funcionamiento del mundo. La burocracia, el gobierno, los políticos, la sociedad, la religión… No le parece que pueda hacer sus sueños realidad. Sale de la universidad con un montón de ideas, y la sociedad aplastará todas y cada una de esas ideas. Al poco se olvida del nuevo ser humano y de la nueva era. Ni siquiera encuentra trabajo, no puede mantenerse. ¿Cómo pensar en esa sociedad sin clases, sin ricos ni pobres?

Y entonces recurre a las drogas. Le proporcionan un alivio momentáneo, pero pronto descubre que hay que aumentar la dosis. Y tal como son ahora las drogas, destruyen el cuerpo, destruyen el cerebro, te incapacitan al cabo de poco tiempo. No puedes vivir sin drogas, y con las drogas no tienes espacio en la vida.

Pero yo no digo que los más jóvenes sean responsables de todo esto, y castigarlos y meterlos en la cárcel es una completa estupidez. No son delincuentes; son víctimas.

Mi idea consiste en que habría que dividir la educación en dos partes: una intelectual y otra práctica. El niño no empieza a ir al colegio sólo para aprender las cuatro reglas, sino también para aprender a crear algo, aprender destrezas, técnicas. Debería dedicarse la mitad del tiempo a su formación intelectual, y la otra mitad a las necesidades reales de su vida; con eso se mantendría el equilibrio. Y cuando termine la universidad, no será utópico, ni necesitará que otros le ofrezcan trabajo. Será capaz de crear cosas por sí mismo.

Y con respecto a los estudiantes que sienten alguna clase de frustración, habría que cambiar las cosas desde el principio. Si se sienten frustrados, quizá no estén estudiando lo que deberían. A lo mejor a alguno de ellos le gustaría ser carpintero y tú te empeñas en que sea médico; a lo mejor quiere ser jardinero y tú te empeñas en que sea ingeniero.

Se necesita una gran comprensión psicológica para encauzar a cada niño de forma que aprenda algo. Y debería ser obligatoria al menos una hora de meditación en todos los colegios, todos los institutos, todas las universidades, para que cuando te sientas frustrado o deprimido tengas un espacio interior al que puedas trasladarte y librarte inmediatamente de la depresión y la frustración. Entonces el joven no tendría que recurrir a las drogas. La respuesta es la meditación.

Pero en lugar de eso, quienes detentan el poder siguen haciendo estupideces, como prohibir y castigar. Saben que llevamos miles de años de prohibición y que no han servido para nada. Cuando se prohíbe el alcohol hay más alcohólicos, y se pone a la venta un tipo de alcohol peligroso. Millares de personas mueren envenenadas, ¿y quiénes son los responsables?

Condenan a los jóvenes a años de cárcel sin comprender que si una persona se ha dado a las drogas o es adicto a cierta droga lo que necesita es un tratamiento médico, no un castigo. Habría que llevarlo a un sitio donde lo cuidaran, donde pudiera aprender a meditar, e irlo separando poco a poco de las drogas para dirigirlo hacia algo mejor.

En lugar de eso les echan años de cárcel. No valoran en absoluto la vida humana. Si se condena a un joven de veinte años a diez de cárcel se desperdician sus mejores años, y sin ningún beneficio, porque resulta más fácil encontrar drogas en la cárcel que en ningún otro sitio. Los reclusos tienen gran experiencia en el uso de las drogas, y son los maestros de los recién llegados. Tras diez años en la cárcel esa persona saldrá muy bien enseñada. La cárcel sólo enseña una cosa: nada de lo que hagas es malo a menos que te pillen; no te dejes pillar. Y hay maestros capaces de enseñarte cómo no dejarte pillar. De modo que todo esto es absurdo.

Yo también estoy en contra de las drogas, pero de una forma completamente distinta. Supongo que comprendes la diferencia.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
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