sábado, 2 de noviembre de 2019
INTOXICANTES
Como nos desagrada el miedo, la ira y el dolor, llenamos nuestra vida de las cosas que la civilización moderna nos proporciona, como Internet, juegos, películas o música. Pero todos estos ítems pueden contener venenos que intensifican la enfermedad y el miedo.
Supongamos que estás viendo la televisión durante una hora.
Aunque una hora pueda parecer muy poco, es mucha la violencia, el miedo y otros venenos que esa hora puede contener y que, poco a poco, van intoxicándote. Es cierto que esa diversión te proporciona cierta liberación, pero a la vez que te diviertes introduces en la profundidad de tu conciencia elementos de dolor y sufrimiento. Así es como, en tu interior, el dolor se intensifica. Nos intoxicamos con lo que consumimos a diario. Dejamos que la televisión se ocupe de entretener a nuestros hijos, pero con semejante niñera lo que escuchan va envenenándoles lentamente. El Buda llamaba venenos a todas estas cosas. Hay venenos en lo más profundo de nuestra conciencia y también estamos expuestos a incorporar más venenos e intoxicarnos más todavía.
Nuestro entorno también está muy contaminado. La práctica de la meditación no solo nos ayuda a ser conscientes de lo que sucede en nuestro cuerpo, sino también en el resto del mundo. Nos alimentamos y alimentamos a nuestros hijos con venenos. Eso es lo que sucede en el momento actual. Si te das cuenta de esto, despertarás al hecho de que continuamente estamos intoxicándonos. Tenemos que aprender a abstenernos de los venenos que alientan nuestro miedo.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
EL DERECHO A UNA SEXUALIDAD DIGNA
Dignificar la sexualidad masculina no significa racionalizar exageradamente el sexo, ni coartarlo: lo que propongo es abolir la esclavitud sexual a la que hemos estado sometidos. Liberarnos de la obsesión no implica enterrar la libido, sino trascender con ella. La sexualidad es un regalo. Es el momento en el cual se produce la muerte psicológica (la mente parlanchina se calla y el maya se va a dormir) y cuando podemos identificarnos con el universo. Pero si sólo disfrutamos del sexo desconociendo su significado real, además de quedar aprisionados en lo meramente sensorial, estaremos bordeando el peligroso sendero de la dependencia. Definitivamente, la sexualidad es mucho más que genitalidad, y si no vemos esto nunca lograremos aprovechar su increíble magnificencia.
Una sexualidad masculina digna se refiere a una sexualidad que respete la integridad psicológica, tanto del varón como de la mujer. La sexualidad, cuando es digna, no envilece ni corrompe a nadie, porque no genera apego.
El derecho a una sexualidad digna es no desintegrarse en la adicción; es humanizar el sexo en la vivencia del afecto; es no violentarse internamente, ni violentar; es retirarse a tiempo o estar todo el tiempo; es entender que, al menos en la química corporal, el fin no justifica los medios; es transmutarse en el otro hasta desaparecer y no asustarse por ello; es no regalarse, ni castrarse, ni someterse para obtener "favores"; es desnudarse valientemente y luego no querer vestirse; es poner a madurar el placer para que sepa mejor; en fin, ser digno en el sexo es quererse a uno mismo sin dejar de querer, y entregarse sin misericordia, sin lastimar ni lastimarse.
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet
viernes, 1 de noviembre de 2019
AMBICIÓN
Solamente quien se siente muy desdichado irá a rezar a un templo. ¿Va una persona feliz al templo? ¿Para qué? Me contaron que un día Hitler estaba hablando con un diplomático británico. Estaban en la decimotercera planta de un rascacielos y, para impresionar al diplomático, Hitler ordenó a un soldado alemán que se tirase desde allí. El soldado se tiró, sin vacilar, y naturalmente, se mató. El diplomático británico no daba crédito a sus ojos; era algo increíble. Estaba conmocionado. ¿Para qué este desperdicio? Por ninguna razón. Y para dejarlo aún más boquiabierto, Hitler le ordenó a otro soldado: «¡Salta!», y el soldado saltó. Y para impresionarlo aún más, ordenó lo mismo a un tercer soldado.
El diplomático ya se había recuperado un poco. Se precipitó hacia el soldado, lo aferró por el brazo y le dijo:
-¿Por qué lo haces, por qué vas a destruir tu vida por nada?
El soldado replicó:
-¿Quién querría vivir así, en este país, dominado por este loco? ¿Quién quiere vivir con Adolf Hitler? Más vale morir. ¡Eso es la libertad!
Cuando la gente es tan desgraciada, la muerte parece la libertad. Y cuando las personas son tan desgraciadas, están tan llenas de rabia, de furia, que sienten deseos de matar, incluso arriesgándose a morir. El político existe porque tú eres desgraciado. Así pueden seguir existiendo Vietnam, Bangladesh, los países árabes. Así continúa la guerra. De una u otra forma, la guerra continúa.
Hay que comprender este estado de cosas, por qué existe y cómo salir de él. A menos que lo abandones, a menos que comprendas el mecanismo, el condicionamiento -el estado hipnótico en el que vives-, a menos que te hagas con él, lo controles y lo abandones, nunca llegarás al éxtasis y nunca serás capaz de cantar lo que has venido a cantar.
Entonces morirás sin haberlo hecho. Entonces morirás sin haber bailado tu danza. Entonces morirás sin haber vivido jamás.
Tu vida es sólo una esperanza, no una realidad. Pero puede ser una realidad.
Esa neurosis que llamamos sociedad, civilización, cultura, educación, esa neurosis posee una estructura muy sutil. La estructura es así: te aporta ideas simbólicas de modo que la realidad se va nublando poco a poco, no ves lo real y empiezas a adherirte a lo irreal. La sociedad te dice, por ejemplo, que seas ambicioso; eso te ayuda a ser ambicioso. La ambición significa vivir en la esperanza, en el mañana. La ambición significa que hay que cambiar el hoy por el mañana.
El día de hoy es todo lo que hay; el ahora es el único tiempo en el que eres, el único tiempo en el que serás. Si quieres vivir, es ahora o nunca.
Pero la sociedad te hace ambicioso. Te envenenan desde la infancia, desde que empiezas a ir al colegio te incitan a ser ambicioso: hazte rico, sé poderoso, sé alguien. Nadie te dice que ya posees la capacidad de ser feliz. Todos te dicen que sólo tendrás la capacidad de ser feliz si cumples ciertas condiciones: tener suficiente dinero, una casa grande, un coche grande, esto y lo de más allá; sólo así puedes ser feliz.
La felicidad no tiene nada que ver con esas cosas. La felicidad no es algo que se consiga; es tu naturaleza misma. Los animales son felices sin dinero. No son Rockefeller. Y ningún Rockefeller es tan feliz como un ciervo o un perro. Los animales no tienen poder político -no son ni presidentes ni primeros ministros-, pero son felices. Los árboles son felices; si no, habrían dejado de dar flor. Siguen dando flor; la primavera sigue llegando. Siguen bailando, cantando, ofreciendo su ser a los pies de lo divino. Su oración es continua; no cesan en su culto. Y no van a ninguna iglesia; no les hace falta. Dios va a ellos. En el viento, en la lluvia, en el sol, Dios va a ellos.
Únicamente el hombre no es feliz, porque el hombre vive en medio de la ambición, no de la realidad. La ambición es una trampa, una trampa para distraerte. La vida real ha sido sustituida por la vida simbólica.
Obsérvalo en la vida. La madre no puede querer al hijo tanto como el hijo desea que la madre lo quiera, porque la madre está colgada, no está bien de la cabeza. Su vida no ha sido satisfactoria. Su vida amorosa ha sido un desastre: no ha podido llegar a la plenitud. Ha vivido sumida en la ambición. Ha intentado controlar a su marido, poseerlo. Ha sido celosa. No ha sido una mujer amante. Si no ha sido una mujer amante, ¿cómo puede amar de repente a su hijo?
He estado leyendo un libro de R. D. Laing. Me lo envió él: Las verdades de la vida. En él habla de un experimento en el que un psicoanalista le preguntó a varias madres: «Cuando su hijo estaba a punto de nacer, ¿estaba realmente dispuesta a tenerlo, dispuesta a aceptar al niño?». Presentaba un cuestionario. La primera pregunta era:
«¿Era un niño deseado o vino por casualidad?». El noventa por ciento de las mujeres contestó: «Vino por casualidad; no lo queríamos». A continuación preguntaba: «Cuando se quedó embarazada, ¿tuvo dudas? ¿Quería tener el niño o abortar? ¿Lo tenía claro?». Muchas respondieron que estuvieron dudando durante semanas enteras entre abortar o tener el niño. }
tipo de consideraciones, de tipo religioso, porque eso sería pecado para ellas, significaría el infierno. Si eran católicas, la idea de que el aborto es lo mismo que el asesinato les impidió abortar. O quizás existieran razones de índole social, o el marido quería el niño, o los dos querían el niño como continuación de su ego. Pero el niño no era deseado. Pocas madres dijeron: «Sí, quería el niño. Estaba esperándolo y me sentía feliz».
Nace un niño no deseado; desde el principio la madre ha dudado entre tenerlo y no tenerlo. Tiene que haber repercusiones. El niño notará esas tensiones. Cuando la madre pensaba en abortar, el niño debió de sentirse herido. El niño forma parte del cuerpo de la madre, y cada una de las vibraciones de la madre le llega a él. O cuando la madre piensa, duda y está en una especie de limbo, sin saber qué hacer, el niño también temblará, agitado, entre la vida y la muerte. Después el niño nace y la madre piensa que ha sido por casualidad -habían intentado el control de natalidad, habían intentado esto y lo de más allá; todo falló y de repente ahí está el niño- y hay que aguantarlo.
Aguantar no es amar. El niño echa en falta el amor desde el principio. Y la madre sé siente culpable porque no le da tanto amor como hubiera sido lo natural. Por eso empieza con los sucedáneos. Obliga al niño a comer demasiado. No puede colmar el alma de su hijo con amor y llena su cuerpo de comida. Es un sucedáneo. Podéis ver lo obsesivas que son las madres. El niño dice: «No tengo hambre», pero la madre sigue obligándolo a comer. No tienen nada que ver con el niño, no le hacen caso. Le dan sucedáneos: como no pueden darle amor, le dan comida. El niño crece; como no pueden quererlo, le dan dinero. El dinero se convierte en un sucedáneo del amor.
Y el niño también aprende que el dinero es más importante que el amor. Si no tienes amor, no hay de qué preocuparse, pero tienes que tener dinero. Con el tiempo se hará avaricioso. Irá en pos del dinero como loco. El amor le dará igual. Dirá: «Lo primero es lo primero. Lo primero es tener una buena cuenta corriente. Necesito todo ese dinero; después podré permitirme el lujo del amor».
Pero el amor no necesita dinero; puedes amar tal y como eres. Y si piensas que el amor necesita dinero y vas en su busca, un día quizá lo tengas; pero entonces te sentirás vacío, porque has desperdiciado muchos años en acumular dinero. Y no sólo los has desperdiciado; en todos esos años no ha habido amor, no has practicado el amor. Ahí tienes el dinero, pero no sabes amar. Has olvidado el lenguaje de los sentimientos, el lenguaje del amor, el lenguaje del éxtasis.
Sí, puedes comprar a una mujer preciosa, pero eso no es amor.
Puedes comprar a la mujer más bella del mundo, pero eso no es amor. Y no estará contigo porque te ame; estará contigo por tu cuenta bancaria.
El dinero es un símbolo. El poder, el poder político, es un símbolo.
También es un símbolo la respetabilidad. No son realidades; son proyecciones humanas. No son hechos objetivos; no tienen ninguna objetividad. No existen; son simplemente sueños proyectados por una mente desdichada.
Si quieres ser extático tendrás que abandonar lo simbólico. Liberarse de lo simbólico significa liberarse de la sociedad. Liberarse de lo simbólico significa ser un individuo. Para liberarte de lo simbólico necesitas valor para introducirte en lo real. Y sólo lo real es real; lo simbólico no es real.
Bibliografía:
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
jueves, 31 de octubre de 2019
miércoles, 30 de octubre de 2019
martes, 29 de octubre de 2019
CREAR ARMONÍA
Krishnamurti pregunta:
¿Cuál cree usted que es la cuestión esencial en la vida? Vamos a hablar de ello unos minutos.
Interlocutor: Crear armonía.
Krishnamurti responde:
¿Dónde? ¿Internamente, externamente o en ambos niveles? ¿Cómo se puede crear armonía fuera de uno mismo si no se es armónico internamente? La armonía interior es lo primero, no la exterior. ¿Es esa la cuestión esencial? ¿O podría ser que la armonía fuera un resultado y no un fin en sí mismo? Existe, sobreviene. Es como estar muy saludable y salir a dar un paseo. Pero el buscar la armonía como un fin en ella misma… ¿es eso posible? Tiene uno que hallarla internamente. Para lograrlo tiene que haber una investigación tremenda dentro de sí: ver las contradicciones, los esfuerzos, la disciplina, todo lo que entraña el problema. ¿Es esa la cuestión esencial? Dice usted que la cuestión esencial puede ser la armonía, pero puede ser el placer. Por favor, escuche lo que acabamos de decir. Hemos dicho que la cuestión esencial, para la mayoría de las personas, puede ser la urgencia de placer, su continuidad y reforzamiento. El placer que se deriva de la seguridad, de la experiencia sexual, es deliberado, no una cosa en sí misma. No sé si está siguiendo la discusión. Saco placer de algo: el hacerlo me da placer. Por eso es importante el acto del cual derivo placer: este no es un fin en sí mismo, sino que resulta de algún acto. De modo que ¿es ese el reto?, ¿es esa la cuestión esencial?
Por favor, mire el mundo, mire todas las cosas que están sucediendo: el extraordinario progreso técnico, las guerras, la sociedad opulenta y la pobreza, una nación luchando contra otra por su seguridad, por su gloria, etc. Todo eso es lo que esta pasando, está ahí, ante usted. Si lo mira de modo objetivo, como miraría un mapa, tendría la respuesta, que es: mirar.
Del libro:
La libertad interior
J. Krishnamurti
Fotografía tomada de la internet
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