sábado, 29 de junio de 2019

SEXUALIDAD MASCULINA (Un problema para resolver) PARTE II


La dependencia sexual masculina (continuación):


Tres aspectos han colaborado para que la adicción y la decadencia de la sexualidad masculina sea una realidad: el antropológico-social, el cultural~educativo y el biológico. Aunque todos están entrelazados, los separaré para que puedan verse mejor.


La segunda causa debemos buscarla en los patrones de educación sexual del varón, si es que los hay.

La sociedad occidental es indudablemente discriminatoria frente a la mujer. La cultura no sólo es más tolerante y permisiva ante la sexualidad masculina, sino que la promueve y anima. Se ve bien que el varón dé muestras precoces de su capacidad de procreación: "Macho como su padre", y no se ve muy bien al hombre casto y sin experiencia sexual. Muchas mujeres aún esperan que sea el varón quien les enseñe. El mundo de las recién casadas está repleto de esposas decepcionadas por la escasa habilidad de sus maridos. Algunas han llegado a creer que la luna de miel es una especie de curso sexual intensivo, donde se pueden ensayar maromas y luchas grecorromanas creadas y supervisadas por un marido sobrado en experiencia. La contradicción asoma claramente: mientras por un lado alentamos la sexualidad masculina en los jóvenes como prueba de virilidad, la ética moral y religiosa predica la abstinencia como una virtud recomendable, tanto para el alma como para el cuerpo. No obstante, la mayoría de los padres y madres, incluso los más estrictos en cuestiones normativas relacionadas con la moral y las buenas costumbres, suelen hacer la vista gorda y dejar que el pobre muchacho se desfogue de vez en cuando, eso sí, con altura y corrección.

Uno de los mayores miedos de los padres hombres es a tener un hijo homosexual; por eso, cuantas más muestras de heterosexualidad ofrezca el vástago, mejor. Recuerdo que cuando mi primo tenía cinco años le comentó a su padre, inmigrante napolitano y machista, que si era verdad que los hombres también podían hacerlo entre sí. Aterrorizado por la pregunta, mi tío decidió cortar la cosa de raíz y crear inmunidad de por vida: "¡Cuidado! ¡Los hombres que hacen eso quedan inválidos!". Fue tajante y contundente.

Mi primo y yo nos miramos, como diciendo: "¡Qué interesante!". El problema fue que nuestro consejero sexual no previó las consecuencias. A los pocos días, esperando que cambiara un semáforo en rojo, vimos pasar a un señor de mediana edad en silla de ruedas. Nuestra impresión fue enorme.

Estábamos observando la prueba viviente de la depravación masculina. La marca del peca do hecho realidad, desfilaba tranquila y descaradamente frente a nuestros ojos. No sólo no pudimos disimular nuestra sorpresa, sino que decidimos tomar partido y ser solidarios con la causa de los verdaderos machos.

Al instante, sacamos la cabeza por la ventanilla y, ante la mirada atónita del pobre señor y demás transeúntes, comenzamos a esgrimirlas sagradas consignas: "¡Mariquita!',"iMariquita!", "¡Degenerado!", "¡Ya sabemos lo que hiciste!", "¡Mariquita!"... En fin, las arengas fueron tan efusivas y explícitas que mi tío se pasó el semáforo en rojo, no sin antes preguntar si habíamos enloquecido.

Necesitamos varias sesiones extras de "educación sexual" para comprender que la cosa no era tan drástica, y que había excepciones. En realidad, según la experiencia de mi tío, solamente algunos hombres que hacían el amor con otros hombres se volvían parapléjicos.

Deberíamos ser más sinceros con nuestros hijos. Más allá de cualquier juicio de valor al respecto, hay que preparar mejor a los pequeños varones para enfrentar su vida sexual. Se da por sentado que el hombre viene, desde el nacimiento, con el don sexual en su haber, y pese a que la existencia de este instinto es innegable (es posible detectar erecciones en fetos desde los siete meses), no es suficiente para que un buen desarrollo psicosexual tenga lugar. La información inadecuada y distorsionada sobre el tema crea una ambivalencia ética-biológica (pecado vs. placer), la cual suele disimularse en una doble vida culturalmente aprobada y amparada en el matrimonio: esposa y moza. Una honesta educación sexual masculina, sin mentiras ni falsos principios, está por construirse; el problema es que no parece haber muchos instructores dispuestos a ayudar. Mientras tanto, millones de hombres se entrenan y aprenden el complejo arte de la infidelidad, sin ser vistos.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

AJUSTANDO LAS VELAS


viernes, 28 de junio de 2019

SEXUALIDAD MASCULINA (Un problema para resolver) PARTE I


La dependencia sexual masculina

El deseo irresistible y désbocado por las mujeres es una realidad que afecta a la generalidad de los   hombres. La gran mayoría de los varones, tarde que temprano, nos rendimos al incontenible impulso que nos induce, sin compasión y desalmadamente, no ya a la reproducción sino al placer del sexo por el sexo. La dependencia sexual masculina se hace evidente en el erotismo que tiñe prácticamente toda nuestra cultura: la demanda es desesperada y la oferta no tiene límites. El incremento alarmante de violaciones, prostitución, abuso infantil, acoso sexual y consumo masivo de pornografía violenta, entre otros indicadores, evidencian que en el tema de la sexualidad algo se nos salió de las manos. La prevalencia de parafilias (un tipo de trastorno sexual) que se producen violentamente y contra la voluntad de las otras personas, como el sadismo sexual y la pedofilia (preferencia sexual por los niños), ha aumentado ostensiblemente. Los hombres mantenemos un liderazgo definitivo en esto de las desviaciones sexuales, ya sean peligrosas, simpáticas o inofensivas. En el masoquismo, que es donde menos mal estamos, aventajamos a las mujeres en una proporción de 20 a 1. Las otras alteraciones como el exhibicionismo, el fetichismo (actividad sexual compulsiva ligada a objetos no animados como ropa, zapatos, lencería de mujer, etc.), el voyeurismo (observar ocultamente actividades relacionadas con lo sexual), el travestismo, y el sadismo y la pedofilia que ya nombré, no parecen existir en el 99% de las mujeres. Por el contrario, los llamados trastornos del deseo sexual, es decir, desgano por el sexo, son mucho más frecuentes en mujeres que en varones.
Si algún osado varón decide eliminarlo de una vez por todas, sin cirugías y a plena voluntad, la tarea suele quedarle demasiado grande; nadie está exento. Mientras una mujer promedio puede estar tranquila durante meses sin tener sexo, el varón normal, al mes o mes y medio, empieza a sentir cierta inquietud interior que luego se transforma en incomodidad, y más tarde en barbarie. La libido comienza a nublarle la vista y a maltratar su organismo, e incluso su inteligencia comienza a debilitarse. Un mal humor y cierta quisquillosidad imposible de ocultar afectan su entorno inmediato, sobre todo cuando amanece. La mayoría de los hombres, salvo honrosas excepciones como los eunucos y algunos célibes, no sabe ni puede vivir sin esta tremenda fuerza vital funcionando. El sexo nos quita demasiado tiempo y energía. Si esto no es adicción, se le parece mucho. La famosa frase de Cesare Pavese: "Los hombres estamos locos, la poca libertad que nos concede el Gobierno, nos la quitan las mujeres", adquiere especial significado en lo que a sexualidad se refiere.

La nueva masculinidad quiere canalizar esta primitiva y encantadora tendencia. Jamás eliminarla, no está de más la aclaración, sino reestructurarla, reacomodarla y tener un control más sano sobre ella. No estoy hablando de ”asexualizar" al varón, eso sería desnaturalizarlo; el sexo nos gusta y eso no está en discusión. A lo que me refiero es a romper la adicción, a querer más nuestro cuerpo y a diluir un poco más el sexo en el amor, a ver qué pasa. Ni la restricción mojigata, aburrida y poco creativa que maligniza y flagela la natural expresión sexual, ni la decadencia de la sexualidad manifestada en un afán compulsivo y desordenado por el éxtasis, que no nos deja pensar y nos arrastra a la humillación.

Tres aspectos han colaborado para que la adicción y la decadencia de la sexualidad masculina sea una realidad: el antropológico-social, el cultural~educativo y el biológico. Aunque todos están entrelazados, los separaré para que puedan verse mejor.

Un primer factor lo encontramos en el culto al falo. Desde tiempos inmemoriales y en casi todas las culturas, estatales, tribales y preestatales, han existido ceremoniales de veneración al miembro masculino, a su tamaño y a sus funciones mágicas. La mitología griega y romana está llena de enredos amorosos donde los dioses varones hacen uso y abuso de sus atributos sexuales. También muchas divinidades menores y criaturas eróticas, como los sátiros y los silenos, los faunos perseguidores incansables de las ménades y los Hermes, eran marcadamente fálicas. Pero, sin lugar a dudas, los mayores adoradores del falo fueron los romanos. La fiesta anual del dios Liber estaba representada por un tronco en forma de falo, al igual que el Matunus Tununus, que concedía fertilidad a las recién casadas. Un dios especialmente reconocido en el panteón romano era Príapo, hijo deVenus y Baco (el de las famosas bacanales), cuya imagen física marcadamente desproporcionada dejaría boquiabierto a más de un experto en efectos especiales. Incluso, en su honor se le ha dado el nombre de priapisrno a una enfermedad que consiste en la erección constante y dolorosa del pene, que puede durar horas y que necesita intervención médica. Los amuletos de apariencia fálica eran de uso común, y el mejor antídoto contra el mal de ojo. Se consideraba, además, que cualquier objeto en forma de falo, colocado sobre las puertas de las casas, ejercía un papel protector. La representación del pene erecto aparecía en toda la decoración hogareña romana y por la ciudad entera, pero no obstante, su utilización no obedecía a intenciones pornográficas, sino a la creencia de que el falo era un símbolo saludable de vida.

La adoración fálica adoptó distintas formas rituales a lo largo de la historia. En ciertos puebla~primitivos, y no tan primitivos, las mujeres se frotaban sobre unas piedras verticales fijas llamadas menhires, para aumentar así su fertilidad. Las culturas precolombinas y americanas están plagadas de figuras fálicas, destacando su poder sanador y milagroso. El pene también a veces se involucraba en las batallas; los historiadores relatan cómo los guerreros celtas se lanzaban al ataque totalmente desnudos y con sus miembros viriles en erección, como prueba de vigor y potencia, con el objeto de impresionar a sus enemigos (algo similar ocurre en los primates). En épocas más recientes, la veneración fálica se hizo más sutil. Pareciera existir un efecto paradójico: cuando la cultura reprime o intenta bloquear excesivamente la sexualidad, ella se desvía a formas más indirectas de expresión artística, religiosa y social. Por ejemplo, en la Inglaterra victoriana, bajo el imperio de la flagelomanía, las modas resaltaban exageradamente las figuras femeninas mediante el uso de corsés y prendas superajustadas que hoy podrían escandalizar a más de una señora. A su vez, los diseños mobiliarios estaban sobrecargados de curvas sinuosas, eróticas y evidentemente sensuales. La sexualidad es el instinto que menos se doblega.

Muchos pensadores, religiosos, científicos y filósofos también han contribuido a la devoción fálica.

Algunos, como Aristóteles, llegaron a atribuir al semen propiedades celestiales, considerándolo un fluido metafísico y la esencia misma de la vida y la identidad. En esa época el pene se convirtió en el parlador de los fluidos quinéticos en estado puro: una expresión de la divinidad. La mujer era considerada un simple reservorio material, un mal necesario para que el varón pudiera transmitir el alma. La personal¡dad y los caracteres heredados sólo eran responsabilidad del sagrado líquido masculino.

Otros, como San Agustín y Leopardo da Vinci, le achacaban al pene vida propia y alertaban sobre los peligros y otras consecuencias interesantes si el falo actuaba según su voluntad. El primero, unos mil años antes, más recatado y religioso, aconsejaba control voluntario a discreción y procreación sin placer para controlar al pequeño travieso. El segundo, más científico y desfachatado, sugería menos vergüenza y más exhibicionismo masculino: vestirlo y adornarlo como si se tratara de una personita, y pasearlo con orgullo. Pero tanto para uno como para el otro, el pene era algo que poseía vida propia, y algo de razón tenían si consideramos que la erección es un fenómeno puramente automático.

CONTINUARÁ  EN SIGUIENTE POST DE WALTER RISO



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

DOCTRINAS



jueves, 27 de junio de 2019

LA NATURALEZA DEL NO-NACIMIENTO Y DE LA NO-MUERTE


La nube no puede convertirse en nada. Es posible que una nube se convierta en lluvia, nieve o granizo, pero es imposible que se convierta en nada. Por ello la visión que da por sentada la aniquilación es una visión equivocada. Si eres un científico y crees que después de la desintegración de tu cuerpo dejarás de ser (es decir, que te convertirás en nada y pasarás de ser a no-ser), lo cierto es que no eres un buen científico, porque tu visión contradice la evidencia. 

Nacimiento y muerte son, pues, nociones emparejadas, como ir y venir, permanencia y aniquilación o yo y otro. La nube que aparece en el cielo es una nueva manifestación. Antes de asumir la forma de nube, la nube era vapor de agua producido por el calor del sol evaporando el agua del océano. Podrías decir que esa era su vida anterior. La nube, pues, es una continuación del agua del océano. La nube no viene de la nada, sino que siempre procede de algo. No hay nacimiento, pues, sino solo continuación. La verdadera naturaleza de todo es no-nacimiento y no-muerte. 

El científico francés del siglo XVIII Antoine Lavoisier afirmó: 

«Nada se crea y nada se destruye». Lavoisier formuló la misma verdad que había visto el Buda: que nada nace y que nada muere. Nuestra verdadera naturaleza es el no-nacimiento y la no-muerte. Solo cuando conectamos con nuestra verdadera naturaleza, podemos trascender el miedo a dejar de ser, el miedo a la aniquilación. 

Cuando las condiciones son suficientes, algo se manifiesta y decimos que existe. Cuando una o dos condiciones dejan de estar presentes y la cosa en cuestión no se manifiesta del mismo modo, decimos que no existe. No es adecuado, pues, calificar algo como existente o inexistente. En realidad, no existe nada que sea completamente existente ni completamente inexistente. 




Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

ANHELANDO LA LLEGADA


miércoles, 26 de junio de 2019

LA CORTEZA DE LAS COSAS


Ibrahim Edhem reparaba un desgarrón en su abrigo, sentado a la orilla del mar. Pasó por allí el emir del país, que era un ferviente admirador de este sheij. El emir se puso a pensar:

"He aquí un príncipe que ha abandonado su reino. He aquí un rico que ha abandonado sus bienes. Ahora sufre por su indigencia. ¡Era un sultán y ahora remienda su abrigo, como un pordiosero!"

Ibrahim Edhem había captado estos pensamientos y, de pronto, dejó caer su aguja al mar. Después se puso a gritar:

"¡Oh, vosotros, peces! ¿Sabéis dónde se encuentra mi aguja?"

Al instante aparecieron millares de peces y cada uno de ellos tenía una aguja de oro en su boca y le decía:

"¡Toma tu aguja, oh sheij!"

El sheij se volvió entonces hacia el emir y le dijo:

"¿Qué reino es el mejor? Esto no es sino un signo exterior. Perderías la razón si conocieses la esencia de este reino. De la viña sólo un racimo de uva llega a la ciudad, porque la viña no puede transportarse a ella.

¡Sobre todo si esta viña es el jardín del Amado! Este universo no es más que una corteza."




150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

SENDA ESPIRITUAL


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