domingo, 12 de mayo de 2019
sábado, 11 de mayo de 2019
NIJINSKY
Nijinski, uno de los bailarines más importantes del mundo, de la historia del baile... En mi opinión, es el mejor bailarín que ha dado la humanidad. Era un auténtico milagro de la danza. De vez en cuando daba un salto tan prodigioso que desafiaba las leyes de la gravedad; era imposible, científicamente imposible. Semejante salto, tan enorme, era absolutamente imposible según las leyes de la gravedad. Ni los atletas que compiten en la prueba de salto de longitud de los Juegos Olímpicos pueden compararse con Nijinski cuando daba esos saltos. Y era aún más milagroso cómo descendía: volvía al suelo como una pluma, lentamente. Eso contradecía aún más las leyes de la gravedad, porque con la gravedad el peso de un cuerpo humano cae de repente, rápidamente. Lo normal es caer de golpe, incluso fracturarte algún hueso. Pero él descendía como cae una hoja muerta de un árbol: lenta, perezosamente, sin prisas, porque no hay ningún sitio al que llegar. O mejor dicho, como una pluma, porque una hoja cae un poco más rápido. Una pluma de ave es ligera, muy ligera: simplemente baila. Así bajaba hasta el suelo Nijinski. Cuando tocaba el escenario con los pies no se oía ni un ruido.
Le preguntaron una y otra vez: «¿Cómo lo hace?». Y él respondía: «No lo hago yo. He intentado hacerlo, pero siempre que lo intentaba no salía. Cuanto más lo intentaba, más me daba cuenta de que no era algo que yo pudiera controlar. Poco a poco fui dándome cuenta de que ocurre cuando no lo intento, cuando ni siquiera estoy pensando en ello. Cuando ni siquiera estoy allí, de repente me doy cuenta de que allí está, de que está ocurriendo. Y cuando me pongo a pensar en cómo ha ocurrido, ya no está allí, ya se ha ido, y estoy otra vez en el suelo».
Este hombre sabe que no se puede buscar la felicidad. Si Nijinski hubiera formado parte de la comisión encargada de redactar la Constitución estadounidense, se habría opuesto a esa palabra y habría dicho que «búsqueda» era un despropósito. Habría que decir que la felicidad es un derecho inalienable, pero no su búsqueda. No es como el cazador que va en busca de su presa. Entonces te pasarías la vida corriendo, persiguiendo sombras, sin llegar jamás a ninguna parte. Se te pasará la vida y la habrás desperdiciado por completo.
Pero la mente estadounidense tiene esa idea, y «buscan» en todas las esferas: la política, la economía, la religión. Los estadounidenses no paran, siempre van corriendo, y muy rápido, porque, ya que tienes que ir, ¿por qué no hacerlo rápido? Y no hay que preguntar adonde vas, porque nadie lo sabe. Hay algo seguro: que van a toda velocidad, a toda la velocidad que pueden mantener, que pueden adquirir. ¿Qué más hace falta? Vas, vas a toda velocidad. Estás ejerciendo tu derecho inalienable.
Así se pasa de una mujer a otra y a otra, de un hombre a otro y a otro, de un negocio a otro, de un trabajo a otro..., todo en busca de la felicidad. Y curiosamente, siempre se tiene la impresión de que la felicidad está ahí mismo y de que hay otro disfrutando de ella, de modo que tú te pones a buscarla. Cuando llegas a donde crees que vas a encontrarla, no está allí.
Nadie está contento con su suerte; la del vecino es mejor. Pero no te metas en casa del vecino para comprobarlo, ¡Disfruta de lo que tienes! Si tu vecino tiene más suerte que tú, disfrútalo. ¿Por qué destruir las cosas pasando a casa de tu vecino para descubrir que tiene peor suerte que tú?
Pero la gente corre detrás de todo, pensando que a lo mejor así conseguirán lo que se han perdido.
Bibliografía:
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
viernes, 10 de mayo de 2019
jueves, 9 de mayo de 2019
¿QUIÉN ERES TÚ?
LA PREGUNTA MÁS IMPORTANTE que puedes llegar a plantearte es: ¿Quién soy yo? En cierto sentido, esto ha sido algo que te has planteado de forma implícita en todas las etapas de tu vida. Cada actividad, individual o colectiva, está motivada originalmente por la búsqueda de una autodefinición. En el caso más habitual, buscas una respuesta positiva a esta pregunta y te alejas de la respuesta negativa. Cuando esta pregunta se hace explícita, su impulso y su poder dirigen la búsqueda de una respuesta abierta, viva, llena de una comprensión cada vez más profunda.
Por supuesto, el mundo externo te dice quién eres. Empezando por tus padres, se te dice que tienes un nombre, que es niño o niña, y que tienes asignado un papel particular en esa familia. El condicionamiento continúa a lo largo de la escolarización. Eres un buen estudiante, un mal estudiante, una buena persona, una mala persona, alguien que puede hacer las cosas o alguien que no puede hacerlas, y así sucesivamente. Has experimentado el éxito y el fracaso. En algún momento, después de cierta etapa, te das cuenta de que tu identidad, comoquiera que esté definida, no te satisface.
A menos que respondan verdaderamente a esta pregunta, sin limitarte a la respuesta convencional, seguirás teniendo hambre de conocimiento.
Porque, independientemente de cómo te hayan definido los demás, de si lo han hecho con buena voluntad o no, e independientemente de cómo te hayas definido ti mismo, ninguna definición puede producir una certeza duradera.
El momento en que reconoces que ninguna respuesta ha satisfecho nunca esta pregunta resulta clave. Suele conocerse como el momento de maduración espiritual: aquel en el que has alcanzado la verdadera madurez.
En este punto puedes investigar conscientemente tu identidad.
Con su poder y simplicidad, la pregunta ¿Quién soy yo? Dirige la mente a la raíz de la identificación personal, la suposición básica de que “yo soy alguien”. En algún lugar de considerar automáticamente que esa suposición es cierta, puedes investigar más a fondo.
No resulta difícil ver que este pensamiento inicial, “ yo soy alguien”, lleva aparejadas todo tipo de estrategias orientadas a creer que “soy alguien mejor”, alguien más protegido, más sensible al placer, alguien que vive de forma más confortable, alguien más iluminado por el éxito. Pero cuando este pensamiento básico es cuestionado, la mente se encuentra con el yo que se suponía separado de lo que estaba buscando. A esto se le llama autoindagación. Esta pregunta básica, ¿quién soy yo?, Es la que más pasamos por alto. Pasamos la mayoría de nuestros días diciéndonos o diciendo a otros que somos alguien importante, alguien sin importancia, alguien grande, alguien pequeño, alguien joven, alguien viejo, sin
cuestionarnos verdaderamente ésta suposición tan básica.
¿Quién eres realmente? ¿Cómo sabes que eso es lo que eres? ¿Es eso cierto? ¿De verdad? Cuando dices que eres una persona, lo sabes porque te lo han enseñado. Cuando dices que eres bueno o malo, ignorante o iluminado, se trata sólo de conceptos mentales. Te olvidas de todos ellos cada noche cuando te vas a dormir. Cualquier cosa que pueda ser olvidada nunca te aportará certeza. En un instante de verdadera y sincera autoindagación, lo que no puede ser olvidado ni recordado se rebela a sí mismo como tu ser. Lo único que se necesita es que dejes de intentar encontrarte en una definición.
Al dirigir la atención a la pregunta ¿quién soy yo?, Tal vez veas una entidad que tiene tu rostro y tu cuerpo. Pero ¿quién es consciente de esa entidad? ¿Eres el objeto, o eres la conciencia del objeto? El objeto viene y va. El padre, el niño, el amante, el abandonado, el iluminado, el victorioso, el vencido…; todas estas identificaciones vienen y van. La conciencia de estas identificaciones está siempre presente. La identificación errónea de ti mismo como un objeto en la conciencia conduce a un placer y a un dolor extremos, y a interminables ciclos de sufrimiento. Cuando estás dispuesto a detener la identificación y a descubrir directa y completamente que tú eres la conciencia misma, y no a esas definiciones perecederas, la búsqueda de ti mismo acaba.
Cuando la pregunta ¿quién? es seguida con inocencia, con pureza, remontando todo el camino de vuelta hasta su fuente, se produce una enorme, sobresaliente realización: ¡Allí no hay, en absoluto, ninguna entidad! Sólo hay un reconocimiento indefinible e ilimitado de que eres inseparable de todo lo demás.
Eres libre. Estás completo. Eres ilimitado. No hay fondo en ti, no hay frontera en ti. Cualquier idea respecto a ti mismo aparece en ti y vuelve a desaparecer en ti. Tú eres atención y la atención es conciencia.
Deja que toda autodefinición muera en ese momento. Deja que todas las definiciones se vayan, y mira lo que queda. Mira lo que no nace y lo que no muere. Siente el alivio de dejar caer al suelo la carga de definirte a ti mismo. Experimenta la no-realidad de la carga. Experimenta la alegría que está aquí. Descansa en la paz interminable de tu verdadera naturaleza antes de que surja ningún pensamiento arraigado en el
Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet
miércoles, 8 de mayo de 2019
EL MOSQUITO
Tú te pareces a un mosquito que se cree alguien importante. Al ver una brizna de paja flotando en una charca de orina de asno, levanta la cabeza y se dice: "Hace ya mucho tiempo que sueño con el océano y con un barco. ¡Aquí están!"
Esta charca de agua sucia le parece profunda y sin límites, pues su universo tiene la estatura de sus ojos.
Tales ojos sólo ven océanos semejantes. De repente, el viento desplaza levemente la brizna de paja y nuestro mosquito exclama: "¡Qué gran capitán soy!"
Si el mosquito conociese sus límites, sería semejante al halcón. Pero los mosquitos no tienen la mirada del halcón.
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
martes, 7 de mayo de 2019
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