miércoles, 17 de abril de 2019

EL BIEN SUPERIOR MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL


¿Hay diferencia entre la felicidad y la paz interior? 


Eckhart Tolle:
Sí. La felicidad depende de las condiciones que se perciben como positivas. La paz interior, no. 




Del libro:
El Poder del Ahora
Eckhart Tolle
Imagen tomada del internet

ESO QUE SIEMPRE HA ESTADO CONTIGO


martes, 16 de abril de 2019

LA MARIPOSA PERDIDA


Dijo un niño: "Dios, habla conmigo".
Y entonces una alondra del campo cantó, pero el niño no la escuchó.

El niño exclamó: "¡Dios, háblame!"
Y un trueno resonó por todo el cielo, pero el niño no lo escuchó.

El niño miró a su alrededor y dijo: "Dios, déjame mirarte".
Y una estrella se iluminó, radiante, pero el niño no se dio cuenta.

Y el niño gritó de nuevo: "Dios, Muéstrame un milagro".
Y una vida nació de un huevo, pero el niño no lo notó.

Llorando desesperadamente, dijo: "Tócame, Dios, para saber que estás conmigo".
Dios se inclinó y tocó al niño. Pero él se sacudió la mariposa.

Muchas veces las cosas que pasamos por alto son aquellas que hemos estado buscando.




Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 1a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet

DETRÁS DE TODO ESO


lunes, 15 de abril de 2019

NOTICIAS


En 1994, en Laguna Beach, al sur de California, un ciervo irrumpió desde los bosques. El ciervo galopó por las calles, golpeado por los automóviles, saltó una cerca y atravesó la ventana de una cocina, rompió otra ventana y se arrojó desde un segundo piso, invadió un hotel y pasó como ráfaga, rojo de su sangre, ante los atónitos comensales de los restoranes de la costa. Entonces se metió en la mar. Los policías lo atraparon en el agua y con cuerdas lo arrastraron hasta la playa, donde sangrando murió. 

—Estaba loco —explicaron los policías. 

Un año después, en San Diego, también al sur de California, un veterano de guerra robó un tanque del arsenal. Montado en el tanque aplastó cuarenta automóviles y rompió algunos puentes y embistió cuanta cosa encontró, mientras lo perseguían los patrulleros policiales. Cuando se atascó en un repecho, los policías se arrojaron sobre el tanque, abrieron la escotilla y cocinaron a tiros al hombre que había sido soldado. Los televidentes presenciaron, en vivo y en directo, el espectáculo completo. 

—Estaba loco —explicaron los policías.



Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

LA INMENSIDAD DE QUIEN VERDADERAMENTE ERES


domingo, 14 de abril de 2019

EL PADRE AUSENTE


1. El padre ausente

La ausencia masculina en los procesos de crianza es indiscutible. Impulsados por los ya mencionados ideales de estatus, éxito y logros materiales, los padres emigramos al mundo de la competencia y olvidamos la familia. Muchas veces, cuando tomamos conciencia del distanciamiento, el mal ya está hecho. Algunos de mis pacientes necesitaron de un infarto o un cáncer para darse cuenta de algo tan elemental. Si los padres hombres hiciéramos la cuenta del tiempo real que dedicamos a nuestros hijos, entraríamos en sopor. Por "tiempo real" entiendo estar con los cinco sentidos puestos y toda la atención disponible para ellos. Lo triste es que el retiro físico produce retiro afectivo. El refrán: "Ojos que no ven corazón que no siente", no sólo es aplicable a los celos.

A diferencia de lo que antes se pensaba en psicología, hoy sabemos que la asistencia y el cuidado paternal son determinantes en las primeras etapas del desarrollo infantil, tanto en animales como en humanos. Los cariños de mamá son imprescindibles, pero si además están los de papá, mejor. Los estudios etológicos muestran que los cachorros de distintas especies, criados por ambos padres, sobreviven mejor y crecen más rápido que aquellos criados solamente por la madre. En el mundo civilizado ocurre algo similar.

Es a partir de los quince meses en adelante cuando el niño busca la referencia masculina, el otro espejo del que hablábamos anteriormente. Si encuentra a un papá sensible y cariñoso, el alivio es evidente: "Al fin, otro igual que yo", pero si lo encuentra a medias, es decir, física pero no psicológicamente, se ve obligado a movilizar otras energías compensatorias, que hacen más daño que bien.

Evidentemente, ciertos aprendizajes masculinos se facilitan considerablemente si el padre está presente. Hay cosas que, aunque muchas madres las hacen bastante bien, los padres podemos hacerlas mejor. Por ejemplo: responder ciertos interrogantes sobre el desempeño sexual masculino, las preocupaciones que surgen de la socialización con otros niños varones, los miedos frente a la derrota y el fracaso, la conquista femenina, la mejor manera de jugar algunos deportes, los complejos masculinos, en fin, la lista sería interminable. No obstante, pese a la importancia del papel del padre como "educador", la amistad de éste con los hijos es muy importante, sobre todo con los hijos del mismo sexo. El compañerismo y la "complicidad" de género bien entendida, fortalecen y aceleran los procesos de aprendizaje social, producen menos prevención hacia las personas del mismo sexo, y amplían el rango de comunicación interpersonal. Cuando un padre varón se despoja de su papel aséptico de "transmisor de conocimientos"o "papá proveedor", y se acerca a su hijo desde una experiencia más vivencial y humana, todo resulta más fácil. Ahí, la masculinidad no es ya una especulación conceptual ni literatura barata, sino sentimiento en acción. Parafraseando al biólogo Maturana: "Los valores se contagian al vivirlos". La paternidad sólo existe y se realiza en la convivencia, lo otro es puro "bla bla".

Un relato personal puede servir de ejemplo. Mi padre era un hombre extremadamente trabajador, y por lo tanto ausente. Era viajante de comercio y se movía de correría en correría. Algunas veces, cuando me daba "papitis", intentaba traspasar la atmósfera de silencio que lo envolvía, pero sin resultado alguno. Él no me dejaba entrar con facilidad, ni yo persistía demasiado en el intento. En realidad, me daba miedo conocerlo porque no sabía cuánto dolor iba a encontrar. Nuestra relación siempre estaba mediada por un espacio invisible, por una película aislante de parte y parte, que nos prohibía estar juntos. Desde esa distancia era imposible, para mí, acceder a su experiencia y enriquecer la mía: era difícil aprender de él.

Pero en esta historia de relación hay un antes y un después.Una noche cualquiera, él estaba en el balcón tomando aire, yo había terminado de estudiar y me senté a su lado. Al cabo de un rato le pregunté si le pasaba algo porque lo veía muy pensativo, él me contestó que no me preocupara, que todo estaba bien. Pero yo lo veía triste y metido en la madeja de sus pensamientos. Le hablé de unas cuantas cosas sin importancia y volví a insistir sobre su semblante fatigado. Después de unos instantes de mutismo compartido, me confesó que teníamos que entregar el apartamento porque ya no podía pagar las cuotas, y me pidió que le guardara el secreto y que no le fuera a decir nada a mis hermanas ni a mi mamá. Como es obvio, no supe qué decir. A los trece años no hay mucho que opinar y menos sobre un tema así. De nuevo opté por la prudencia del silencio, hasta que al cabo de unos minutos, para mi sorpresa total, irrumpió abruptamente en llanto. Sin vergüenza alguna, como si yo no estuviera presente, con la indecencia que sólo otorga el sufrimiento, lloró como lo hubiera hecho yo o cualquier otro niño.

Me asusté muchísimo. Ver llorar a un hombre adulto impacta, aún no estamos acostumbrados, pero ver llorar al padre espanta. Por fin, entre tímido y compasivo, atiné a ponerle la mano sobre el hombro y más tarde, cuando acumulé coraje, logré abrazarlo con fuerza y quedarme así un rato, pegado a él. Esa noche me contó muchas cosas de su vida, sus viejos amores (yo pensaba que nunca había tenido uno), su juventud, sus aspiraciones, sus desengaños, sus locuras de juventud, sus alegrías y sus inseguridades. Desempolvó los archivos del pasado y me los entregó. La capa de dureza que nos había separado por años había desaparecido. Su masculinidad y la mía, al fin, habían hecho contacto. Pese al dolor y las lágrimas, esa noche fue mágica porque descubrí al papá hombre, le miré el alma cara a cara, y precisamente en ese instante comencé a comprenderlo. Cuando me abrió su corazón me convertí en su amigo y él en mi maestro.

De todas maneras, tuvimos que dejar el apartamento y la vida siguió su curso. Aunque nunca fuimos íntimos, porque a veces la soledad nos distanciaba, las puertas siguieron abiertas de par en par. Si queríamos las cruzábamos, si no, ahí estaba la opción. La verdadera amistad no es otra cosa que eso: una alternativa afectiva dispuesta a ser activada en cualquier instante que se necesite. Si está posibilidad existe entre padre e hijo, se vuelve indestructible, tierna y casi milagrosa.


Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

SÓLO ES UN PENSAMIENTO


sábado, 13 de abril de 2019

SIN VENIR Y SIN PARTIR


Nuestro mayor miedo es que al morir nos convirtamos en nada. 

Son muchas las personas que creen que su existencia está limitada a un lapso denominado “vida”. Creen que todo comenzó en el momento en que nacieron (cuando, a partir de la nada, se convirtieron en algo) y que todo finalizará en el momento en que mueran (cuando volverán de nuevo a convertirse en nada). De ahí, precisamente, se deriva el miedo a la aniquilación. 

Pero si contemplamos nuestra existencia con cierto detenimiento, tendremos una visión completamente diferente. Entonces nos daremos cuenta de que el nacimiento y la muerte no son realidades, sino meras nociones. El Buda enseñó que no existe nacimiento ni muerte. Nuestra creencia de que las ideas sobre nacimiento y muerte son reales crea una poderosa ilusión que genera mucho sufrimiento. 

Pero cuando nos damos cuenta de que no podemos ser destruidos, nos liberamos del miedo. Esta es una liberación extraordinaria que nos permite valorar y disfrutar la vida de un modo nuevo. 

Cuando perdí a mi madre, sufrí mucho. El día en que murió, escribí en mi diario: «La peor adversidad de mi vida ha ocurrido». 

Lloré su muerte durante más de un año. Entonces una noche, mientras dormía en mi ermita, una cabaña ubicada detrás de un templo en la falda de una colina cubierta de plantas de té, en las regiones montañosas de Vietnam, soñé con ella. Me vi sentado y charlando con ella. Ella parecía muy joven y estaba muy hermosa con su cabello flotando sobre sus hombros. Fue muy agradable sentarme con ella a hablar como si aún estuviese viva. 

Desperté con la sensación clara e intensa de que mi madre seguía a mi lado y de que jamás la había perdido. Entonces me di cuenta de que la idea de haber perdido a mi madre no era más que eso, una simple idea. Desde entonces, me resulta evidente que mi madre sigue y seguirá siempre viva en mí. 

Entonces abrí la puerta y salí al exterior. La luz de la luna bañaba la ladera de la montaña. Y, al ver las plantas de té perfectamente alineadas bajo la suave luz de la luna, me di cuenta de que mi madre seguía conmigo. Mi madre estaba en la luz de la luna acariciándome con la misma ternura y amabilidad de siempre. Cada vez que mis pies tocaban la tierra, sentía a mi madre conmigo. Supe que este cuerpo no es solo mío, sino la prolongación viva de mi madre, de mi padre, de mis bisabuelos y de todos mis ancestros. Estos pies, que tan “míos” creo, no son, en realidad, míos, sino “nuestros”, y las huellas que dejan al caminar sobre el suelo mojado no son solo mías, sino también de mi madre. 

La idea de haber perdido a mi madre se desvaneció. Desde entonces me basta con mirar la palma de mi mano, sentir la brisa en mi rostro o la tierra bajo mis pies para recordar que mi madre sigue viva y que, en cualquier momento, puedo conectar con ella. 

Es cierto que cuando pierdes a un ser querido sufres. Pero si sabes mirar profundamente, tienes la oportunidad de darte cuenta de que tu verdadera naturaleza es, en realidad, la naturaleza del no nacimiento y de la no muerte. Existe la manifestación y, para que una nueva manifestación tenga lugar, también existe la cesación de la manifestación. Tienes que estar muy atento para reconocer las nuevas manifestaciones de una persona. Pero, para ello, necesitas ejercicio y esfuerzo. Presta atención al mundo que te rodea, presta atención a las hojas, las flores, los pájaros y la lluvia. Si puedes pararte y mirar profundamente, reconocerás a tu ser querido manifestándose una y otra vez en formas muy diversas. Entonces te liberarás del miedo y del dolor y disfrutarás de nuevo de la alegría de vivir. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

TUS PENSAMIENTOS RESPECTO AL MUNDO


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