viernes, 8 de marzo de 2019

EL DESIERTO


Román Morales emprende la travesía del salar de Uyuni. Se echa a caminar al amanecer, desde las orillas donde las vicuñas detienen su paso y los cóndores su vuelo. Y a poco andar, pierde de vista las últimas señales de la tierra. 

Más de un caminante ha sido tragado por estas inmensidades, y Román lo sabe. El sabe que el salar, el desierto de sal más grande del mundo, ha nacido del rencor. En el principio de los tiempos, ésta fue una vasta mar de leche agria. Cuando Tunupa, la montaña, perdió a su hijo, se vengó regando la leche de sus pechos sobre las cumbres del mundo, que fueron de odio inundadas. 

Cuanto más camina Román, más miedo siente. Metido en el fulgor, pasa las horas, la mañana, el mediodía, la tarde, mientras crujen los cristales de la sal bajo sus botas, y después de mucho andar quiere volver, pero no sabe cómo, y quiere seguir, pero no sabe adónde. Por mucho que se restregue los ojos, no consigue encontrar el horizonte. Ciego de luz blanca, camina sin ver, a través de la blanca nada. 

Y se desploma. Cae de rodillas al suelo o al cielo, suelo de sal, cielo de sal, y las lágrimas saladas le cruzan la cara rajada por los soles que la sal refleja. Y por primera vez, Román escucha que su boca está suplicando, su boca suplica al desierto, con voz de otro: 

—No me mates. 

Y entonces las piernas, piernas de otro, se levantan y siguen caminando. Varias veces Román cae, pero cada vez que va a desmayarse, las piernas se alzan, por su cuenta, y continúan este viaje sin vuelta. Y cuando la noche llega, Román escucha nuevamente esa voz desconocida que de su boca sale, la voz que ahora ruega a las estrellas: 

—No me dejen solo. 

Y las piernas lo llevan a través de la noche y todo a lo largo del nuevo día. Y mucho después, después de mucho tropezar y caer, después de mucho caer y levantarse, súbitamente las piernas dejan de andar. Tumbado en el suelo de sal, Ramón alza la cabeza, parpadea, y ve: allí nomás, cerquita, está la aldea de Atulcha. En esa aldea, en esas cuatro casas, acaba la mar de sal, y acaba el viaje. 

Mirándose las botas, que la sal ha comido a mordiscones, Román se pregunta: 

—¿Quién ha cruzado el desierto? ¿Quién fui, quién habré sido? 

Una bandada de flamencos, ráfaga rosada, le da la bienvenida. 




Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

RUIDO MENTAL INCESANTE


martes, 5 de marzo de 2019

EN TU IMAGINACIÓN


4.- EL HOMBRE AGRESIVO-DESTRUCTOR


Aunque hay muchísimos estilos afectivos masculinos, y aunque algunos pueden llegar a superponerse para crear subtipos, señalaré los que considero más importantes frente al impedimento que genera la oposición a lo femenino.

4. El hombre agresivo-destructor

Pese a que los disparadores de la agresión masculina son variados (por ejemplo insatisfacción sexual, estrés crónico, desorden antisocial de la personalidad, abuso de sustancias), existe una violencia que se circunscribe principalmente a la relación afectiva. En el hombre agresivo-destructor la motivación principal del alejamiento femenino es el odio. La agresión manifestada por estos varones no es pasiva como en el esquizoide, sino activa y directa. El conflicto latente con lo femenino se manifiesta en múltiples y violentas rupturas con la mujer de turno. Hay un profundo rencor y una marcada incapacidad de perdonar a las mujeres. Ellas siempre son vistas como malas, manipuladoras, explotadoras y poco confiables, pero contradictoriamente, deseables. Este hombre no puede amar porque sus energías están concentradas en procesar una ira que ensombrece el amor, lo oculta y lo eclipsa. Su clave, ojo por ojo; su norma, la ley del más fuerte; su motor, la desconfianza. El dilema queda planteado así:"Me alejo con dolor y me acerco con rabia","No te perdono, pero te necesito".

Como es obvio, suelen ser furibundos machistas y mostrar abierta subestimación por lo femenino, pero no con la apatía y la displicencia que caracteriza a los esquizoides-ermitaños, sino con brutalidad. En estos varones, la ambivalencia frente al sexo opuesto está especialmente resaltada: odian a la mujer y al mismo tiempo la desean con intensidad; precisamente es esto l0 que no pueden perdonarse a sí mismos. En cierto sentido, cuando atacan a sus parejas se están autocastigando por débiles, por no tener la valentía de proclamar su independencia de una vez por todas y de ser consecuentes con el rechazo que sienten por ellas. La mejor opción para las mujeres víctimas de esta violencia masculina, es escapar, tan rápidamente como en el caso de los ermitaños, pero muchísimo más lejos.

Cuando hablo de violencia no me refiero sólo a la agresión física, deplorable y demandable, sino a la psicológica, no siempre demandable y tanto o más peligrosa que la anterior. El odio puede manifestarse como menosprecio, falta de admiración, rechazos afectivos, críticas permanentes, poca amabilidad, insensibilidad por el dolor del otro, burlas y otras formas de no aceptación. El irrespeto psicológico no deja marcas visibles, pero es el que más duele. Si alguna mujer intenta valientemente sanar el odio de un varón así, saldrá muy mal librada. El hombre agresivo-destructor es como un incendio que se aviva con el agua: a más amor y comprensión, más rencor. Un estos casos, con el amor no basta.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

lunes, 4 de marzo de 2019

APRENDÍ Y DECIDÍ


Después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar.
Decidí no esperar las oportunidades, sino buscarlas.
Decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución.
Decidí ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis.
Decidí ver cada noche como un misterio a resolver.
Decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz.

Aquel día descubrí que mi único rival son mis propias debilidades, y que en ellas se encuentra la mejor forma de superarme. Dejé de temer perder, y empecé a temer no ganar.

Descubrí que no era el mejor, y que quizás nunca lo fui.

Me dejó de importar quién ganara o perdiera; ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.

Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir.
Aprendí que el mejor triunfo es tener el derecho de llamar a alguien "amigo".

Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento, es una filosofía de vida.

Dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi tenue luz de este presente.

Aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.

Aquel día decidí cambiar muchas cosas, y aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad. Desde entonces no duermo para descansar, sino para soñar.


Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 1a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet

CONDICIONADOS


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