viernes, 1 de marzo de 2019
jueves, 28 de febrero de 2019
miércoles, 27 de febrero de 2019
EN POS DE LOS ARCOS IRIS
LA CONSTITUCIÓN DE ESTADOS UNIDOS contiene una idea absurda. Dice que la búsqueda de la felicidad es un derecho inalienable del hombre.
Los que redactaron esa Constitución no tenían ni idea de lo que decían. Si la búsqueda de la felicidad es un derecho inalienable de la humanidad, ¿qué pasa con la infelicidad? ¿De quién es derecho inalienable la infelicidad? Esas personas no comprendían que si pides la felicidad, al mismo tiempo pides la infelicidad, y no tiene nada que ver que lo sepas o no.
Digo que es una idea absurda porque nadie puede buscar la felicidad.
Y si vas en busca de la felicidad, hay algo seguro: que no la encontrarás.
La felicidad es siempre un derivado, no el resultado directo de una búsqueda. Surge cuando ni siquiera estás pensando en ella, sin buscarla.
Surge de repente, como si saliera de la nada, cuando estás haciendo algo distinto.
A lo mejor estás cortando leña, y desde luego, cuando cortas leña no vas en busca de la felicidad, pero sí al sol de la mañana, cuando aún hace fresco, con el ruido del hacha al chocar contra la madera... las virutas saltando por todas partes, el ruido y a continuación el silencio... Te pones a sudar, y la fresca brisa te refresca aún más. Y de repente, la felicidad, una alegría irrefrenable. Pero sólo estabas cortando leña, y no es necesario incluir en la Constitución el cortar leña como derecho inalienable, porque entonces, ¿cuántas cosas habría que incluir?
Bibliografía:
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
martes, 26 de febrero de 2019
2.- EL HOMBRE CULPABLE-SUMISO
Aunque hay muchísimos estilos afectivos masculinos, y aunque algunos pueden llegar a superponerse para crear subtipos, señalaré los que considero más importantes frente al impedimento que genera la oposición a lo femenino.
2. El hombre culpable-sumiso
Este tipo de varones hace un jugada mental supremamente autodestructiva. No contentos con los avatares y la complejidad del proceso de ser hombre, deciden echarse al hombro una nueva carga: la culpa. Como si el inconsciente se reprochara a sí mismo: "Para ser hombre tuve que renegar de mi madre y traicionar su amor". Un Judas afectivo de la peor calaña. Negar a Jesús fue algo espantoso, pero negar a la madre es una monstruosidad genética.
Estos hombres muestran una actitud reverencial y servicial para con las mujeres, realmente sospechosa.
A ellas obviamente les encanta que sean atentos, amables y buenos anfitriones, que les den la razón en cualquier controversia, que se muestren abiertamente feministas y que pidan disculpas todo el día. Pero esta seducción no es buena educación sino un acto de compensación, un tipo de indemnización.
Si pudieran devolverse en el tiempo, serían transexuales, o al menos, solterones empedernidos. Cuando oigo:`Tu marido es un santo de canonizar", de inmediato me pregunto: "¿Qué tipo de santo será, virtuoso o culpase?". Ser bondadoso y conciliador por vocación es algo respetable, pero ser sumiso por necesidad, es lamentable.
Estos hombres muestran un aparente amor incondicional por sus mujeres y una tolerancia sin límites, que no es otra cosa que la penitencia auto impuesta para reparar el supuesto daño afectivo original de separarse de la madre, que trasciende la pareja y se hace extensivo al sexo femenino en su totalidad.
Reivindicarse frente a las mujeres del mundo puede ser bastante agotador. Además, por pura estadística, a más de una dama puede parecerle atractiva la idea de someter de vez en cuando a su pareja; después de todo, él lo quiere así y parece disfrutarlo. El hombre culpable-sumiso se siente internamente miserable y sin derecho a un amor respetable, y por tal razón el castigo suele convertirse en fuente de placer. Por donde se mire, es malo y contraproducente. Estos hombres aceptan complacidos el maltrato. Verlos en acción es desagradable hasta para las mismas mujeres.
Hace poco me tocó presenciar una de estas autolaceraciones públicas en un grupo de amigos. El hombre en cuestión debía traer unas medicinas para su suegra, pero debido a un problema laboral imprevisto llegó bastante retrasado a la comida en su propia casa. La verdad sea dicha, en general había sido un hombre muy puntual y juicioso (su mujer siempre sabía dónde estaba), pero esta vez se había retrasado. Cuando llegó, ya todas las parejas invitadas estábamos cómodamente instaladas, saboreando un delicioso aperitivo y tratando de calmar a su mujer, quien fumaba y bufaba al mismo tiempo. Al verlo entrar, sin mediar saludo de ningún tipo, le gritó a pulmón lleno: "¡Te dignaste a venir!". Él se limitó a esbozar una sonrisita lamentable. Ella se le acercó con paso firme, en verdad parecía un escuadrón de la policía montada del Canadá, le arrancó el paquete de medicinas y literalmente le gruñó. Él se quitó el saco, se aflojó la corbata, que en esos momentos más parecía una soga al cuello, pidió disculpas por llegar tarde y se dejó caer pesadamente, por pura gravedad, en un sillón enorme y mullido que casi se lo traga. Sentado ahí se veía como un niñito regañado y acongojado, lo cual se notaba más por la insistencia en buscar permanentemente la mirada de su malencarada mujer, para ser absuelto.
Al cabo de un rato, cuando por suerte el clima y la temperatura ambiente parecían mejorar, mi amigo tuvo la mala suerte de tumbar y romper una botella de Chivas 24 años, regando el preciado líquido sobre una bellísima y pálida alfombra persa sin muchos arabescos. El accidente, debo ser sincero, me dolió más por el desperdicio del contenido que por el tapete. A la dueña de casa, como es obvio, le pareció al revés. Volvió a gruñir, esta vez con un sonido similar a un elefante marino, y soltó una frase que logró transformar nuestras expresiones en muecas: "¡Calvo huevón, usted no sirve para nada!". No fue precisamente una expresión muy poética, ni ejemplo de la mejor diplomacia, pero por encima de todo, fue humillante. Todas nuestras miradas, como ocurre con el público asistente a un importante partido de tenis, buscamos al unísono los ojos de nuestro infortunado amigo, los cuales estaban más achinados, rojos y chiquitos que de costumbre. Luego, otra vez al unísono, dirigimos la mirada hacia ella esperando algún tipo de rectificación, pero se reafirmó en lo dicho, sin hablar. Entonces, todos nos paramos al tiempo, como impulsados por algún resorte invisible, para colaborar de alguna manera en el accidente, hacer un break y descongelar el cuadro de tragedia. Él, luego de semejante insulto, obviamente se mostró un poco más adusto y serio, pero en realidad estaba más dolido que ofendido. Con el transcurrir de la noche, ante la insistente indiferencia de ella, no aguantó más y en un acto de expiación sin precedentes, le pidió disculpas públicamente y un beso para hacer las paces, a lo cual ella accedió de mala gana.
Aunque algunos elogiaron la nobleza del varón arrepentido y su acto de contrición, la mayoría de los comensales, hombres y mujeres, intercambiamos un acuerdo implícito, muy gestual y secreto, de no aprobación. Lo interesante del relato es que la bravura de nuestra amiga anfitriona sólo hace aparición con su pareja. Con otras personas es una mujer tierna, amable y tolerante. Algo similar ocurrió con la primera esposa de mi buen amigo, y con la mayoría de las mujeres que le conocí a lo largo de su vida: al cabo de un tiempo, todas mostraban el mismo patrón agresivo. Él se encargaba de que fuera así.
El varón culposo coloca su cabeza en el cadalso y dice: "Si me amas de verdad, destrúyeme y así podré amarte", pero el amor, por definición, es ausencia de destrucción. El amor sincero es energía creativa. Intervenir en este suicidio afectivo es supremamente dañino para cualquier mujer, porque desvirtúa la verdadera esencia del amor y compromete, no solo la salud mental de la víctima, sino también la del verdugo. Parafraseando a Erich Fromm: "El amor es la expresión de la intimidad entre dos seres humanos, siempre y cuando se preserve la integridad de cada uno" (las negrillas son mías).
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet
lunes, 25 de febrero de 2019
EL ANCA DE UN CABALLO ROMANO
Nos ha parecido muy interesante esta historia, porque demuestra que algunas cosas se hacen de cierta forma porque siempre se hicieron así.
El ancho de las vías del ferrocarril en Estados Unidos es de 4 pies y 8,5 pulgadas. Es una magnitud bastante extraña. ¿Por qué se usa precisamente esa medida? Porque así es como se hace en Gran Bretaña, y las primeras vías férreas en Norteamérica fueron construidas por los ingleses.
¿Por qué los ingleses usaban esa magnitud? Porque los primeros ferrocarriles fueron construidos por las mismas personas que habían construido los antiguos tranvías y esa era su medida.
¿Y por qué usaban tal cifra? Porque se valían de las mismas plantillas y herramientas que se empleaban para construir los carruajes. Esa era la distancia entre las ruedas.
¿Y por qué era exactamente esa la magnitud del espacio entre las ruedas? Porque si hubiesen usado otra medida cualquiera, los carruajes se habrían hecho pedazos en algún viejo camino inglés, ya que esa es la distancia entre los surcos (huellas dejadas por las ruedas de un carro).
¿Quién construyó esos viejos caminos? Las primeras carreteras de larga distancia en Europa, y específicamente en Inglaterra, fueron construidas por el Imperio romano, para el paso de sus legiones.
¿A qué se deben los surcos en dichos caminos? Los carros de guerra de las legiones romanas formaron con el paso del tiempo, los surcos iniciales, que los otros tuvieron que imitar después para no destruir las ruedas de sus carruajes. Todos los carros del Imperio romano tenían el mismo espacio entre las ruedas, equivalente al tamaño de las ancas de dos caballos.
Entonces, el ancho de las vías férreas en Estados Unidos deriva de las especificaciones originales de los carros de guerra romanos.
Pero hay algo más. Las naves espaciales tienen, a los lados de] tanque de combustible principal, dos grandes cohetes. Son los llamados SRB, Solid Rocket Boosters, construidos por Thiokol en su fábrica de Utah. Los ingenieros que los diseñaron habrían preferido hacerlos un poco más anchos, pero no fue posible. Los SRB han de ser enviados por tren desde la fábrica hasta el lugar de lanzamiento de la nave. La línea férrea pasa por un túnel en las montañas, y si los cohetes fueran más anchos simplemente no cabrían. Así, el diseño de los cohetes impulsores de las naves que viajan al espacio fue determinado hace dos mil años por el tamaño de las ancas de los caballos romanos.
Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 1a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet
domingo, 24 de febrero de 2019
ESTÁ EN MI NATURALEZA MORIR
Está en mi naturaleza morir.
No puedo escapar a la muerte
Este es el tercer recuerdo: «Inspiro y sé que está en mi naturaleza morir. Espiro y sé que no puedo escapar a la muerte». Este es un hecho simple y verdadero al que nos resistimos. Queremos que este hecho se olvide, porque tenemos miedo. Es doloroso mirar profundamente en su interior, pero la muerte es una realidad a la que deberemos enfrentarnos. La mente subconsciente siempre está tratando de olvidarla porque, cuando conectamos con ese miedo sin contar con la energía de la plena consciencia, sufrimos. Nuestro mecanismo de defensa nos empuja a no querer saber nada de ello y olvidarlo, pero en el trasfondo de nuestra mente siempre se oculta el miedo a la muerte.
Cuando asumamos de verdad que un buen día (quizás más pronto de lo que nos gustaría) moriremos, no nos avergonzaremos haciendo cosas ridículas para mantener la ilusión de que viviremos indefinidamente. Contemplar nuestra mortalidad nos ayuda a focalizar nuestra energía en la práctica de transformarnos y curarnos a nosotros mismos y al mundo.
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
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