jueves, 22 de noviembre de 2018

LA ENSEÑANZA DEL SABIO VEDANTÍN


Era un sabio vedantín, es decir, que creía en la unidad que se manifiesta como diversidad. Estaba hablando a sus discípulos sobre el Ser Supremo y el ser individual, explicándoles que son lo mismo. Declaró: 

--Del mismo modo que el Ser Supremo existe dentro de sí mismo, también existe dentro de cada uno de nosotros. 

Uno de los discípulos replicó

--Pero, maestro, ¿cómo nosotros podemos ser como el Ser Supremo, cuando Él es tan inmenso y poderoso? 

Infinitos universos moran dentro de Él. Nosotros somos partículas a su lado. 

El sabio le pidió al discípulo que se aproximase al Ganges y cogiese agua. Así lo hizo el discípulo. 

Cogió un tazón de agua y se lo presentó al sabio; pero éste protestó: 

--Te he pedido agua del Ganges. 

Ésta no puede ser agua de ese río. 

--Claro que lo es -dijo el discípulo consternado. 

--Pero en el Ganges hay peces y tortugas, las vacas acuden a beber a sus orillas, y la gente se baña en él. Esta agua no puede ser del Ganges. 

--Claro que lo es -insistió el discípulo-, pero en tan poca cantidad que no puede contener ni peces, ni tortugas, ni vacas, ni devotos. 

—Tienes razón -afirmó el sabio-. 

Ahora devuelve el agua al río. 

Así lo hizo el discípulo y regresó después junto al sabio, que le explicó: 

--¿Acaso no existen ahora todas esas cosas en el agua? El ser individual es como el agua en el tazón. Es una con el Ser Supremo, pero existe en forma limitada y por eso parece diferente. Al devolver el agua del tazón al río, volvió a contar con peces, tortugas, vacas y devotos. Si meditas adecuadamente, comprenderás que tú eres el Ser Supremo y que estás en todo, como Él. 

***

El Maestro dice: Hasta en una brizna de hierba habita el Alma Universal.


Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

INTUICIÓN


martes, 20 de noviembre de 2018

CONTROL DE LOS PENSAMIENTOS


SOBRE EL DIAMANTE EN TU BOLSILLO


Prólogo del libro: El diamante en tu bolsillo
Por; Eckhart Tolle

<<Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres>>. Estas palabras, pronunciadas por Jesús, no se refieren a alguna verdad conceptual, sino a la verdad de quien o lo que eres más allá del nombre y la forma. No se refieren a algo que tengas que saber respecto a ti mismo, sino a otro conocimiento más profundo, y sin embargo se funden en uno. Entonces integradas la división característica del ego y vuelves a estar completo. Podríamos describir la naturaleza de este conocimiento diciendo que, de repente, la conciencia se hace consciente de sí misma. Cuando esto ocurre, te alineas con el impulso evolutivo del universo, orientado hacia la irrupción de la conciencia en este mundo. Por mucho que hayas alcanzado aquí, a menos que conozcas esta verdad viva, eres como una semilla que no ha germinado: no has cumplido el verdadero propósito de la existencia humana. Y aunque tu vida haya estado llena de sufrimiento y errores, basta con este conocimiento para redimirla, ya que dotará de un profundo significado lo aparentemente insignificante. Si todos tus errores te han traído a este punto, a esta comprensión, ¿Cómo puedes llamarlos errores? <<Yo no soy lo que sucede, sino el espacio en el que sucede>>. Este conocimiento, esta verdad viviente, te libera de la identificación con la forma, del tiempo y del falso sentido de identidad fabricado por la mente. ¿Qué es este espacio en el que ocurre todo? La conciencia antes de tomar forma.

Gangaji, con razón, dice: <<Lo que digo no tiene nada que ver con la religión>>. Aunque en el núcleo de cada religión está <<la joya en el loto>> -por hacer uso de un antiguo término budista tibetano-, la religión misma no es la verdad, sino una historia entretejida entorno a la verdad, que aún es capaz de brillar a través de ella. En otros momentos la oscurece, e incluso la usurpa. Cuando la religión divide, como ocurre frecuentemente, sabes que la historia se ha adueñado de la situación. La esencia que apunta a la unidad subyacente de toda vida se ha perdido. La historia, por supuesto, es pensamiento, el pensamiento condicionado y vinculado al tiempo. La esencia apunta hacia lo incondicionado, hacia lo intemporal, lo informe, el reino de lo sagrado. <<Aquiétate y conoce que soy Yo soy Dios>>.

Durante miles de años, la mitología –que no deja de ser un conjunto de historias- fue a portadora de la verdad espiritual. Casi todo el mundo era capaz de reconocer la verdad cuando se señalaba directamente. La mayoría de los profesores espirituales usaban este tipo de historias, convertidas en sus principales herramientas de enseñanza. <<Todas estas cosas Jesús decía a las multitudes en parábolas, y nada les decía sin parábolas>> (Mateo 13:34).

Para muchos millones de seres humanos de nuestros días, la era de las mitologías colectivas ha llegado a su fin. Se ha probado con alternativas totalmente carentes de profundidad, como el comunismo, pero han demostrado ser efímeras y rápidamente se ha reconocido su sustrato ilusorio. Ahora todo lo que queda es la mitología privada de cada individuo, <<mi historia>>. Como dice Gangaji: <<Contar la historia personal es la principal religión de la mayoría del planeta>>. Al despertar por la mañana es posible que recuerdes lo que has soñado y pienses: sólo ha sido un sueño, no era real. Pero debe de haber algo real incluso en un sueño, pues de otro modo no podría ser. ¿Y qué es? Es eso que permite que el sueño o la historia, el pensamiento o la emoción, sean. Eso es la conciencia que tú eres.

La gente seguirá disfrutando de las historias que contienen verdades espirituales en libros y películas, pues siguen desempeñando la función vital de iniciar el primer despertar en aquellos a los que no se habría llegado de no ser por ellas y por su capacidad de traspasar sigilosamente las defensas del ego. Hasta que ya es demasiado tarde el ego no se da cuenta de que todas las historias espirituales hablan de ti.

Este libro está pensado para aquellos buscadores espirituales que, en número creciente, se acercan al final de su búsqueda y están preparados para escuchar la verdad sin concesionesComo dice Gangaji, <<en este punto de la historia humana, lo que antiguamente se reservaba para los seres más especiales, ahora está al alcance de todo el mundo>>. 

Asistimos, por tanto, con esta obra a la esencia del trabajo de Gangaji con innumerables personas a lo largo de 15 años. Durante ese tiempo, Gangaji debió de escuchar y desbrozar miles de mitos personales (historias), pero aquí no encontrarás ninguno de ellos. En cambio se te facilitan medios, como el cuestionamiento y la investigación, para traspasar tu propia historia, los constructos mentales que constituyen tu realidad conceptualizada. 

A excepción de un breve relato de la historia de Gangaji y de cómo ésta llegó a su fin, y de la historia del diamante que le da título, este libro no contiene historias, ni las necesita. Las palabras mismas están cargadas de una extraordinaria vivacidad y poder transformador, pues surgen de la realización viva de la verdad, más que del conocimiento mental acumulado.

No sólo habla de la trascendencia del pensamiento compulsivo e inconsciente y del fin del sufrimiento humano, sino que forma parte de una transformación evolutiva humano, sino que forma parte de una transformación evolutiva de magnitud cósmica: el proceso por el que la conciencia despierta del sueño de su identificación con la forma, despierta del sueño de al separación. El hecho de que estés leyendo estas palabras significa que tu destino es ser parte esencial de esta gran aventura del despertar colectivo.


Extracto tomado del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Fotografía tomada de internet

lunes, 19 de noviembre de 2018

HACE MUCHO TIEMPO...


Aunque no lo recuerdes, viviste, hace ya tiempo, en el útero de tu madre. Eras un ser humano vivo y muy pequeño. Había, en el útero materno, dos corazones, el suyo y el de tu madre. Durante ese periodo, ella lo hacía todo por ti: comer, beber y hasta respirar. Estabas unido a ella por el cordón umbilical, a través del cual te llegaban el oxígeno y el alimento. En el interior de tu madre, estabas seguro y satisfecho. Nunca hacía demasiado calor ni demasiado frío. En ese suave cojín líquido al que, en China y Vietnam, denominamos “palacio del niño”, descansaste plácidamente los nueve meses más cómodos de tu vida. 

Luego llegó el momento del nacimiento. Todo era, a tu alrededor, diferente, y sentiste las acometidas del nuevo entorno. 

Entonces tuviste que enfrentarte al frío y el hambre. Las luces eran demasiado intensas y los ruidos demasiado fuertes y, por primera vez, experimentaste el miedo. Ese es el miedo original. 

En el palacio del niño, no necesitabas usar los pulmones pero, después de que nacieras, alguien cortó el cordón umbilical y dejaste de estar físicamente unido a tu madre. Y cuando la respiración de tu madre dejó de aportarte el oxígeno necesario, tuviste que aprender a conseguirlo solo, porque, de no haberlo hecho, hubieses muerto. El nacimiento es un hito especialmente doloroso, porque supone el destierro del palacio y el descubrimiento del sufrimiento. Trataste de inhalar, pero el líquido de tus pulmones te lo impedía. Lo primero que tuviste que hacer, para respirar fue expulsar ese líquido. Por ello, en el momento mismo en que nacemos aparece, junto al miedo original, el deseo original: el deseo de sobrevivir. 

Pero para que el niño sobreviva necesita que alguien cuide de él. 

Y es que, después de que se haya cortado nuestro cordón umbilical, nuestra dependencia de los adultos es, para la supervivencia, absoluta. 

Y esa dependencia implica la existencia de un vínculo al que podríamos considerar como una especie de cordón umbilical invisible. 

Cuando crecemos, nuestro miedo y deseo originales siguen todavía ahí. Y es que, aunque hayamos dejado ya de ser bebés, si nadie cuida de nosotros no podemos sobrevivir. Todos los deseos de nuestra vida hunden sus raíces en el deseo original fundamental de sobrevivir. 

De niños, todos necesitamos encontrar el modo de garantizar nuestra supervivencia. Somos impotentes. Tenemos piernas, pero no podemos caminar y tenemos manos, pero no podemos tomar nada. Por ello necesitamos a alguien que nos proteja, cuide de nosotros y garantice nuestra supervivencia. 

Todo el mundo tiene miedo en ocasiones. Tenemos miedo, entre otras muchas cosas, a la soledad, el abandono, la vejez, la enfermedad y la muerte. Hay veces en las que tenemos miedo sin saber exactamente a qué. Pero si miramos profundamente, advertiremos que ese miedo es un resultado del miedo original, del miedo que experimentamos cuando éramos recién nacidos, impotentes e incapaces de hacer nada por nuestra cuenta. Pero, por más que hayamos crecido y seamos adultos, el miedo original y el deseo original siguen todavía vivos en nosotros. Nuestro deseo de tener una pareja es, en parte, una prolongación del deseo de que alguien cuide de nosotros. 

Cuando llegamos a la edad adulta, tenemos miedo a recordar y conectar con ese miedo y ese deseo originales porque, por más que no hayamos tenido la ocasión de hablar con él, ese niño impotente vive todavía dentro de nosotros. No nos hemos dado el tiempo necesario para cuidar de ese niño herido y desamparado que yace en nuestro interior. 

Ese miedo original sigue, de algún modo, vivo dentro de la mayoría de nosotros. A veces tenemos miedo a estar solos. Quizás sintamos que “no podemos hacerlo solos” y que necesitamos la ayuda de alguien. Pero por más que esa sea una prolongación de nuestro miedo original, si miramos profundamente, descubriremos también, en nuestro interior, la posibilidad de calmar el miedo y encontrar la felicidad. 

Necesitamos observar atentamente nuestras relaciones para ver si se asientan en nuestras necesidades o en nuestra felicidad. Tendemos a pensar que nuestra pareja tiene el poder de hacernos sentir felices y que, en su ausencia, no podremos estar bien. Pensamos: «Necesito que esa persona cuide de mí porque, en caso contrario, no sobreviviré». 

Las relaciones que no se basan en la comprensión y la felicidad, sino en el miedo, no tienen un sólido fundamento. Quizá creas que, para ser feliz, necesitas a esa persona…, pero tarde o temprano acabas dándote cuenta de que tus sentimientos de paz y seguridad no proceden realmente de esa persona, que su presencia es un engorro y quieres desembarazarte de ella. 

Si te gusta, de manera parecida, pasar el tiempo en un café, quizás ello no se deba a que ese sitio sea tan interesante como crees. 

Quizás se trate sencillamente de que tienes miedo a estar solo y quieres estar siempre acompañado. Y quizás también, cuando enciendas la televisión, no se deba tanto a que ese programa te resulte fascinante, sino a que tienes también miedo a estar solo. 

Del mismo lugar procede también el miedo a lo que los demás puedan pensar de ti. Tienes miedo a que, si los demás piensan mal de ti, no te acepten y te dejen solo y en una situación peligrosa. La necesidad de que los otros piensen siempre bien de ti es también una prolongación del mismo miedo original. Y lo mismo podríamos decir de la necesidad de comprar regularmente ropa, una necesidad derivada del deseo de ser aceptado por los demás. Tienes miedo al rechazo. 

Tienes miedo a que te abandonen y te dejen solo, sin nadie que cuide de ti. 

Tenemos que ver profundamente para descubrir los miedos y deseos originales primordiales que se ocultan detrás de muchas de nuestras conductas. Todos y cada uno de los miedos y deseos que hoy en día te aquejan son prolongaciones del miedo y el deseo originales. 

Un día, mientras estaba paseando, experimenté una especie de cordón umbilical que me conectaba al sol. Entonces me quedó claro que, de no estar el sol ahí, yo moriría de inmediato. También experimenté un cordón umbilical que me conectaba con el río, y me di cuenta de que, en su ausencia, yo también moriría, porque no tendría agua para beber. Y también sentí la presencia de un cordón umbilical que me ataba al bosque, cuyos árboles se encargaban de generar el oxígeno necesario para que pudiese respirar; si desaparecieran, también moriría. Y también vi el cordón umbilical que me une al campesino que cuida las verduras, el trigo y el arroz que cocino y de los que me alimento. 

La práctica de la meditación te ayuda a ver cosas que los demás no pueden ver. Y es que, aunque tú no puedas verlos, todos esos cordones umbilicales están ahí, uniéndote a tu madre, tu padre, el campesino, el sol, el río, el bosque, etcétera. Y, como la meditación incluye también la visualización, si dibujas esos cordones, descubrirás que no se limitan a cinco o diez, sino que estás atado a centenares y hasta miles de ellos. 

En Plum Village, en donde vivo en el sur de Francia, nos gusta utilizar gathas, breves poemas prácticos que recitamos, en silencio o en voz alta, a lo largo del día, para ayudarnos a profundizar en las acciones de nuestra vida cotidiana. Tenemos un gatha para despertar cada mañana, un gatha para cepillarnos los dientes e incluso gathas para utilizar el coche o el ordenador. Este es el gatha que utilizamos cuando nos servimos la comida: 

En esta comida veo, con toda claridad, la presencia del universo entero sustentando mi existencia.  

Si contemplamos profundamente las verduras que estamos a punto de ingerir, descubriremos en ellas la puesta de sol, las nubes y la tierra y el trabajo amoroso y duro. Comer así nos conecta, aunque no compartamos con nadie la comida, con nuestra comunidad, con nuestros ancestros, con la madre Naturaleza y con la totalidad del cosmos. Nunca, desde esa perspectiva, volveremos a sentirnos solos. 

Una de las primeras cosas que podemos hacer para aliviar el miedo es hablar con él. Puedes sentarte con ese niño interno asustado y, dirigiéndote amablemente a él, decir algo así como: «Querido niño, soy tu yo adulto. Quiero decirte que has dejado de ser un bebé impotente y vulnerable. Tienes manos y pies fuertes y puedes defenderte perfectamente. No hay razón, pues, para que sigas teniendo miedo». 

Creo que hablar de este modo con el niño interno puede ser muy útil, porque puede estar profundamente herido y esperando que volvamos a cuidarle. Todas las heridas infantiles de ese niño siguen ahí, pero hemos estado tan ocupados que no hemos tenido tiempo de ayudarle. Por ello es tan importante tomarnos el tiempo necesario para ayudarle a curar, reconociendo la presencia, en nosotros, del niño herido y hablando con él. Podemos recordarle varias veces que hace tiempo que dejamos de ser niños desamparados, que ya hemos crecido y que, como adultos, podemos cuidar ya perfectamente de nosotros.


Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

HOY NO VOY A PENSAR


domingo, 18 de noviembre de 2018

CURIOSIDAD


No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso.
(Albert Einstein)

Esta frase la escribió Albert Einstein en una carta dirigida a Carl Seeling en 1952, y hace referencia al motor que enriquece e impulsa a avanzar nuestra vida, aunque no le prestemos toda la atención que merecería.

Los niños aprenden gracias a la curiosidad, y absorben e investigan todo lo que los rodea, aunque ese impulso natural va perdiendo fuerza con los años por culpa de la educación y la rutina.

A fin de demostrar que los grandes descubrimientos de la humanidad han sido realizados gracias a la curiosidad, los psicólogos estadounidenses Martin Seligman y Chris Peterson realizaron un estudio para conocer las características de esos descubridores, concluyendo que la curiosidad nos aporta felicidad y plenitud en la búsqueda.

Ha sido esta capacidad de búsqueda y renovación la que nos ha permitido avanzar en todos los aspectos de nuestra sociedad a pesar de lo que hubiera en contra. Un estudio realizado en 1996 y publicado en Psychology and Aging puso de relieve que las personas que se muestran más curiosas en su edad adulta, a pesar de sus capacidades físicas, viven más años y con mejor salud mental que el resto.

Desarrollar la curiosidad nos permite ser permeables al aprendizaje, incluso en edades avanzadas, porque mejora nuestra flexibilidad mental.

Algunos trucos para tener esa capacidad bien engrasada:

Cambia algo cada día. Puede ser el trayecto que realizas habitualmente, los cereales del desayuno, la mano con que te cepillas los dientes, tu horario... Varía la rutina todo lo posible.

Investiga. Aunque sean cosas pequeñas, mantén esa alarma que tienen los niños que les hace preguntar «¿por qué?». Hoy en día tenemos muchas herramientas a nuestro alcance, en especial en el océano de internet, para obtener respuestas.

Aprende siempre algo nuevo. Busca nuevas aficiones y nuevos retos. No te conformes. Aprende a cocinar un nuevo plato, un nuevo deporte, un idioma...


Tomado del libro:
Einstein para despistados
Allan Percy
Fotografía de Internet

CREENCIAS


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