martes, 28 de agosto de 2018

LAS FANTASÍAS DE UNA ABEJA


Era una abeja llena de alegría y vitalidad. En cierta ocasión, volando de flor en flor y embriagada por el néctar, se fue alejando imprudentemente de su colmena más de lo aconsejable, y cuando se dio cuenta ya se había hecho de noche. Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de un loto. Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la abeja atrapada en su interior. Despreocupada, ésta dijo para sí: “No importa. Pasaré aquí toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso. Mañana, en cuanto amanezca, iré en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan agradable. Seguro que les va a hacer muy felices”. 

La noche cayó por completo. Un enorme elefante hambriento pasó por el paraje e iba engullendo todo aquello que se hallaba a su paso. La abeja, ignorante de todo lo que sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando. 

Entonces se dijo: “!Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso! 

¡Esto es maravilloso! No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo”. Súbitamente, tembló el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja apenas tuvo tiempo de pensar: “Éste es mi fin. Me muero”. 

***

El Maestro dice: Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. Aplícate al instante, haz lo mejor que puedas en el momento y no divagues.

Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

CEMENTERIOS


lunes, 27 de agosto de 2018

LA DESMITIFICACIÓN DEL HÉROE


Tal como afirma Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, la aventura del hombre como héroe aparece una y otra vez en leyendas, tradiciones y rituales de todos los pueblos del mundo: en los mitos polinesios y griegos, en las leyendas africanas, en los cuentos de hadas célticos y en la mayoría de los simbolismos religiosos. Siempre, de una u otra manera, el peso de la figura heroica está presente en la cultura y en la pedagogía que de ella se desprende. Aunque muchos padres hagan lo posible por no seguir la tradición, la aspiración a ser un paladín se cuela, evidente o subrepticiamente, en las formas más modernas de entretenimiento infantil y adulto. Las legiones de superhéroes, escritas y filmadas, invaden el mercado creando valores que recuerdan las épicas más famosas, obviamente más modernas y domésticas.
Desde Prometen, Jasón, Eneas, Hércules, Moisés y Ulises, hasta Robin Hood, el Llanero Solitario, Superman y Robocop, la morfología de las grandes gestas contiene riesgo, espíritu de aventura, autodeterminación, valentía sin límites, habilidades deslumbrantes y, claro está, desprendimiento de la propia vida; además, los héroes no conocen el fracaso y casi siempre son hombres.

No es fácil para un niño renunciar a ser un adalid, si la esperanza de la familia y la humanidad, tal como muestra la antropología del mito, añora y repite sistemáticamente la misma historia secular de proezas. Analizado desde un punto de vista más complejo, quizá sea la propia estructura inconsciente masculina la que posea implícita la sentencia de buscar satisfacer los sueños de grandeza de una sociedad perturbada, que pretende redimirse a sí misma. Parecería que los héroes hacen falta.

No obstante, para muchos hombres, dentro de los que me incluyo, el antihéroe es nuestro preferido.

Las ventajas saltan a la vista: el antihéroe no debe iniciar ninguna partida (no hay gestas en tierras lejanas), no hay pruebas que pasar (no se necesitan victorias o iniciaciones), y no hay retorno triunfante (no hay nada conquistado). El antihéroe rompe el mito y destroza la propia y asfixiante demanda fantástica de la tradición patriarcal. El antihéroe no quiere doncellas, ni corceles ni rescatar a nadie; tampoco añora el peligro para ponerse a prueba, ya que no hay nada que probar; se niega a la demencia brutal del típico combatiente, y no ve a la mujer como una tentación que debe evitar para llevar a feliz término su gesta ególatra. El antihéroe no quiere ser santo, redentor, emperador, ni dueño de ningún reino. El antihéroe quiere abrazar en silencio, dormir en calma, amar intensamente y, ¿por qué no?, ser rescatado por alguna heroína valiente y atrevida, de esas que no aparecen en los cuentos.

El típico varón gasta gran parte de su energía en parecerse al modelo heroico que la cultura le ha inculcado. No importa si se trata de San Martín, Bolívar, Onassis o Rockefeller, la fantasía está ahí.

Como una espina clavada en su alter ego, el hombre transita por el mundo buscando alguna proeza que dé un motivo a su vida. Si pudiéramos medir el tiempo que los varones invertimos en este tipo de desvaríos, sin lugar a dudas quedaríamos sorprendidos.

Nos guste o no, detrás de toda empresa masculina, ya sea económica, deportiva o intelectual, hay un sentido épico que busca concretarse. ¡Qué agotadora tarea ésta, la de buscar hazañas y romper récords Guinnes!

En franca oposición a este estilo legendario, la liberación-masculina pretende soltar la mente de tanto complejo de superioridad y dejar salir al antihéroe personal, ese que gallarda y mansamente reposa en cada uno de nosotros. Ese que escapa, tropieza, cae, se levanta, insiste, vuelve a caer y arranca. El que vive y persiste, aunque muchas veces no sabe qué hacer. Me refiero sencilla y llanamente al varón normal, despojado de todo atributo sobrenatural y sin más carga que su propia identidad.

Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

IMPERMANENCIA DE LAS FORMAS


domingo, 26 de agosto de 2018

PLACER Y ADICCIONES

EL JUEGO


A lomo de mula, a lomo de moto, a lomo de nada, Federico Ocaranza recorre los caseríos perdidos en las montañas del norte argentino. El anda curando bocas en esas soledades, en esas pobredades: la llegada del dentista, el enemigo del dolor, es una buena noticia para los pastores de llamas y los labradores de tierras heladas, y allá las buenas noticias son pocas, como poco es todo. 

Federico me contó que los niños jamás se cansan jugando al futbol en la altura, y se pasan el día persiguiendo una pelota de trapo entre las nubes. Pero me dijo que no es el futbol lo que más les divierte. Mucho más disfrutan haciéndose los muertos. Los niños se acuestan en el suelo de piedra, con los brazos en cruz, y se burlan de los cóndores. Cuando los cóndores, que vuelan en círculos, se lanzan al ataque, ellos pegan el brinco.

UNA TAREA DIFÍCIL: CONOCERSE A UNO MISMO


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