lunes, 1 de enero de 2018

VALENTÍA DE GRANDES PROFESORES


Cuando era niña, tenía un libro lleno de dibujos llamado Vidas de Santos. Estaba lleno de historias de hombres y mujeres que nunca habían tenido un pensamiento agresivo y nunca habían hecho daño ni a una mosca. El libro me pareció totalmente inútil como guía para enseñarnos a los seres humanos cómo vivir una buena vida. Para mí, La vida de Milarepa es mucho más instructiva. Con los años, a medida que leía y volvía a leer la historia de Milarepa, descubría consejos para mi propia vida cuando me quedaba atascada y parecía no poder avanzar. Para empezar, Milarepa era un asesino, y como la mayoría de nosotros cuando metemos la pata, quería reparar sus errores. Y, también como la mayoría de nosotros, a menudo se rompía la cara mientras buscaba la liberación. Mintió y robó para conseguir lo que deseaba, se deprimía tanto que tenía arranques suicidas y sentía nostalgia de los viejos tiempos. Como nos ocurre a la mayoría, en su vida había una persona que le ponía a prueba constantemente y hacía estallar su apariencia de santo. Incluso cuando casi todos lo consideraban uno de los hombres más santos de Tíbet, su vengativa tía continuaba pegándole con palos e insultándole, y él tenía que seguir pensando qué hacer en esas situaciones tan humillantes. 

Podemos sentirnos agradecidos de que un largo linaje de profesores se haya dedicado a mantenerse en su lugar en medio de grandes aprietos. Sufrieron pruebas, fracasaron y continuaron explorando cómo permanecer en su sitio, sin buscar suelo sólido bajo los pies. Practicaron sin descanso a lo largo de toda su vida para no renunciar a sí mismos y no salir huyendo cuando se quedaban sin conceptos y sin sus nobles ideales. Desde su propia experiencia nos transmiten sus ánimos para que no pasemos por encima del gran aprieto, sino que lo observemos directamente, tal como es, no sólo con el rabillo del ojo. Nos enseñan a experimentar el gran aprieto plenamente, no como algo bueno o malo, sino como algo incondicionado y ordinario.

EL MUNDO DE LAS PALABRAS


domingo, 31 de diciembre de 2017

NAM MYOHO RENGE KYO


Nam-myoho-renge-kyo podría ser descrito como un juramento, la expresión de la determinación de abrazar y manifestar nuestra naturaleza de Buda. Es el compromiso con nosotros mismos de no ceder jamás ante las dificultades y remontarnos victoriosos sobre nuestros sufrimientos. Al mismo tiempo, es el juramento de ayudar a los demás a revelar esta ley en sus propias vidas y alcanzar la felicidad.

Nam proviene del sánscrito “namas“, que significa “dedicar o consagrar la vida”.

Myo puede traducirse como “místico” o “maravilloso”, y ho significa “ley”. Esta ley es llamada mística porque resulta difícil de comprender. Pero, ¿qué resulta exactamente difícil de comprender? Es el prodigio de las personas comunes que, acosadas por la ilusión y el sufrimiento, despiertan a la ley fundamental en sus propias vidas, dándose cuenta de que inherentemente son Budas, capaces de resolver sus propios problemas y los de los demás.

Renge significa “flor de loto”. La flor de loto es pura y fragante, inmaculada a pesar del agua fangosa en la que crece. Del mismo modo, la belleza y la dignidad de nuestra humanidad se revelan en medio de los sufrimientos de la realidad diaria.

Kyo significa literalmente “sutra” y en este caso indica la Ley Mística que se asemeja a una flor de loto, la ley fundamental que permea la vida y el universo, la verdad eterna.

Link para el mantra:
https://www.youtube.com/watch?v=ad4hN3FbwFo
https://www.youtube.com/watch?v=KfRcUpoPl7w

PLEGARIA INDÍGENA (No te detengas en mi tumba a llorar)

Do not stand at my grave and weep.

Do not stand at my grave and weep
I am not there. I do not sleep.
I am a thousand winds that blow.
I am the diamond glint on snow.
I am the sunlight on ripened grain.
I am the gentle autumn rain.
When you awaken in the morning's hush
I am the swift uplifting rush
Of quiet birds in circling flights.
I am the soft star shine at night.
Do not stand at my grave and cry;
I am not there. I did not die.

MENTE CLARA


sábado, 30 de diciembre de 2017

EL BRAHMÍN ASTUTO


Era en el norte de la India, allí donde las montañas son tan elevadas que parece como si quisieran acariciar las nubes con sus picos. En un pueblecillo perdido en la inmensidad del Himalaya se reunieron un asceta, un peregrino y un brahmín. Comenzaron a comentar cuánto dedicaban a Dios cada uno de ellos de aquellas limosnas que recibían de los fieles. El asceta dijo:

--Mirad, yo lo que acostumbro a hacer es trazar un círculo en el suelo y lanzar las monedas al aire. Las que caen dentro del círculo me las quedo para mis necesidades y las que caen fuera del círculo se las ofrendo al Divino.

Entonces intervino el peregrino para explicar:

--Sí, también yo hago un círculo en el suelo y procedo de la misma manera, pero, por el contrario, me quedo para mis necesidades con las monedas que caen fuera del círculo y doy al Señor las que caen dentro del mismo.

Por último habló el brahmín para expresarse de la siguiente forma:

--También yo, queridos compañeros, dibujo un círculo en el suelo y lanzo las monedas al aire. Las que no caen, son para Dios y las que caen las guardo para mis necesidades.

MÁS ALLÁ DEL PENSAMIENTO


viernes, 29 de diciembre de 2017

PREGUNTAS


Inés, de tres años, hija de Alejandra Rosencof:

—¿Qué tengo yo, mamá? ¿Tengo hambre o tengo sueño?

Julieta, de tres años, hija de Nelly Hughes:

—¿Por qué me voy a ir, si aquí estoy más?

Manuel, de cuatro años, hijo de Minou Tavárez Mirabal:

—¿Otra vez vas a salir, mamá? ¿Pero es que tú no sabes que me haces falta? ¿Que cuando tú te vas, yo lloro?

Soledad, de cinco años, hija de Juanita Fernández:

—¿Por qué los perros no comen postre?

Camilo, de seis años, hijo de Glenda Irazábal:

—¿Por qué me llamás «mi vida», mamá? Vos tenés tu vida y yo tengo la mía.

Vera, de seis años, hija de Elsa Villagra:

—¿Dónde duerme la noche? ¿Duerme aquí, abajo de la cama?

Luis, de siete años, hijo de Francisca Bermúdez:

—¿Se enojará Dios, si no creo en él? Ay, mamá, no sé cómo decírselo.

FALSAS IDEAS


jueves, 28 de diciembre de 2017

LA FUNCIÓN DEL MAESTRO


Los maestros no dicen la verdad; aunque quisieran, no podrían hacerlo. Es imposible. Entonces, cuál es su función? ¿Qué es lo que siguen haciendo?

No pueden decir la verdad, pero pueden evocar la verdad que dormita en ti. Pueden provocarla, pueden desafiarla. Pueden conmoverte, pueden despertarte. No pueden darte ni Dios ni verdad ni nirvana, pues todo ello ya está en ti. Tú naciste con todo ello. Es innato, es intrínseco. Forma parte de tu naturaleza misma. Por tanto, cualquiera que pretenda darte la verdad simplemente está explotando tu estupidez, tu credulidad; esa persona es astuta, astuta e ignorante al mismo tiempo. No sabe nada; ni siquiera ha vislumbrado la verdad. 

La verdad no se te puede dar, pues ya está en ti. Puede evocarse, suscitarse, provocarse. Puede generarse el contexto, o el espacio, para que surja en ti y no dormite más, para que despierte. 

La función del maestro es mucho más compleja de lo que crees. Sería mucho más fácil, más simple, si la verdad se pudiera transmitir. Pero no puede transmitirse, por lo que deben crearse maneras y mecanismos indirectos. 

La función del maestro es llamar: "Lázaro, sal de la cueva! Sal de tu tumba! Sal de tu muerte!" El maestro no puede darte la verdad, pero puede suscitar la verdad. Puede despertar algo en ti. Puede desencadenar un proceso en ti que encenderá una llama. La verdad eres tú, pero se ha acumulado mucho polvo a tu alrededor. La función del maestro es negativa: es darte un baño, lavarte, para que desaparezca el polvo. 

Los maestros iluminan. Colman tu ser de una gran luz, son luz. Esparcen luz sobre tu ser. Son como un reflector: enfocan su ser en tu ser. De repente la linterna de un maestro comienza a iluminar algunos territorios olvidados de tu ser. Están en tu interior, el maestro no los crea, simplemente está aportando su luz, enfocando su ser en ti. El maestro enfoca sólo cuando el discípulo se abre, cuando se entrega, cuando está dispuesto, listo para aprender y no para argüir; cuando el discípulo llega, no a acumular conocimientos sino a conocer la verdad; cuando el discípulo no es simplemente un curioso sino un buscador de la verdad y está dispuesto a arriesgarlo todo. Aun si es preciso arriesgar y sacrificar la vida, el discípulo está dispuesto a hacerlo. En realidad, al arriesgar tu adormilada vida, al sacrificarla, alcanzas una calidad de vida totalmente diferente: la vida de luz, de amor, la vida que está más allá de la muerte, más allá del tiempo, más allá del cambio. 
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