El hijo de un noble acababa de contraer matrimonio y los nuevos esposos se amaban mucho. El hombre dijo a su mujer: “Ve a la cocina y trae vino de la tinaja para brindar”. La mujer fue la cocina y al abrir la tinaja se vio reflejada en el vino y pensó que había en ella otra mujer escondida. Enfurecida volvió donde estaba su marido y le dijo: “Ya tenías una esposa, y la has metido en la tinaja para poder venir a pedirme en matrimonio”.
El marido fue él mismo a la cocina para ver qué sucedía. Abrió la tinaja y vio su propia imagen reflejada. Volvió con su mujer y se lanzó contra ella acusándola de haber escondido a un hombre. Ambos estaban furiosos el uno contra el otro, cada uno de ellos convencido de tener razón.
En estas estaban cuando un brahmán llegó para visitar a la pareja. Preguntó cuál era la causa de la disputa, y fue a su turno a ver de qué se trataba, encontrando también él su propia imagen. Se irritó entonces con el hijo del noble que, pensaba, había escondido a uno de sus amigos en la tinaja y luego había fingido discutir con su mujer. Así que inmediatamente se fue.
Más tarde, una monja a quien el noble hacía donaciones vino y se enteró de cuál era su discusión. Ella quiso conocer el problema por sí misma, y encontró con gran sorpresa una monja en la tinaja, marchándose encolerizada ella también.
Un sabio que pasaba por allí, curioso ante esta historia, quiso mirar, pero él sí comprendió que se trataba de un simple reflejo. Suspiró: “Los hombres de este mundo, ignorantes y estúpidos, toman el vacío por la realidad”. Llamó entonces a los esposos para que vinieran a mirar juntos. Les dijo: “Voy a hacer salir para vosotros a las personas que están en la tinaja”. Cogió entonces una gran piedra y rompió la tinaja. Cuando todo el vino se hubo derramado, no quedó nada en ella. En ese momento el entendimiento de las dos personas despertó y ambos comprendieron que habían discutido por un vulgar reflejo de su propia persona, y ambas se sintieron muy confusas.