La paramita de la meditación nos permite seguir por este camino, es la base de una sociedad iluminada que no esté basada en pérdidas y ganancias, en ganar o perder.
Cuando nos sentamos a meditar, podemos conectar con algo no condicionado, con un estado mental, con un entorno básico que no se aferra ni reacciona a nada. La meditación es probablemente la única actividad que no añade nada a nuestro escenario vital. Permitimos que todo vaya y venga sin más. La meditación es una ocupación totalmente no violenta y no agresiva. La base del cambio real consiste en no llenar el espacio automáticamente y permitir la posibilidad de conectar con una apertura incondicional. Podrías decir que esto supone prepararnos para una tarea que es casi imposible, y quizá sea verdad, pero, por otro lado, cuanto más nos quedamos con esa imposibilidad, más descubrimos que es posible después de todo.
Cuando nos apegamos a recuerdos y pensamientos, nos estamos apegando a algo que es inasible. Si nos permitimos entrar en contacto con estos fantasmas y dejarlos pasar, podemos descubrir un espacio, un alto en el parloteo, un vislumbre del cielo abierto. Éste es nuestro derecho de nacimiento, la sabiduría con la que nacimos, el vasto despliegue de riqueza primordial, de apertura primordial, de sabiduría primordial.









