Los buenos maestros de los tiempos remotos formaban
uno con las misteriosas fuerzas invisibles.
Eran tan profundos que no podemos conocerlos.
No conociéndolos,
apenas sabemos describir su apariencia.
Eran tardos, como los que atraviesan un río en invierno,
prudentes, como los que temen estar rodeados de
vecinos,
discretos, como los invitados,
pasajeros, como el hielo que se funde,
sencillos, como la tela sin cortar,
amplios, como el valle,
y opacos, como el agua turbia.
¿Quién sabe cómo ellos, a través del reposo,
aclarar poco a poco lo turbio?