El camino de la generosidad es conectar con esta riqueza, atesorarla tanto que comencemos a regalar cualquier cosa que la bloquee. Regalamos nuestras gafas de sol, nuestros abrigos largos, nuestras capuchas y nuestros disfraces. En resumen, nos abrimos y nos dejamos tocar. A esto se le llama crear confianza en la riqueza omnipresente. A nivel ordinario y cotidiano la experimentamos como flexibilidad y calidez.
Cuando uno toma el voto formal de bodhisattva, debe dar un regalo a su profesor, y esa donación será el punto focal de la ceremonia. Las directrices dicen que se ha de dar algo precioso, algo de lo que nos cueste separarnos. Una vez pasé todo un día con un amigo que estaba decidiendo qué dar. En cuanto pensaba en algo, su apego por ello se hacía más intenso. Al cabo de un rato estaba al borde de un ataque de nervios. El pensamiento de perder una de sus queridas pertenencias era más de lo que podía soportar. Más tarde comenté aquel episodio con un profesor que estaba de visita, el cual me dijo que quizá hubiera sido una buena ocasión para que aquel hombre desarrollara la compasión por sí mismo y por toda la gente atrapada en la miseria del deseo vehemente, por todos aquellos que son incapaces de soltar.