Un grito líquido y claro: «Trrui-i-i, tri-i ... », es la alondra, flecha lanzada al sol, ebria de luz, con las alas afiladas, el dorso con rayas negras, el vientre rojizo y suave, y blanco, la alondra de los campos.
«Extrema brasa del cielo, y primer ardor del día», escribe René Char.
«Trru-i-i-i, tri-ri ... », este grito agudo, repetido, obstinado, surgido con la aurora, fascina. Hace mucho tiempo, explica una leyenda japonesa, la alondra cometió la imprudencia de prestar dinero al sol, y éste se niega a devolvérselo. Desde entonces, todos los días al alba, la alondra canta:
-¡Sol, devuélveme mi peculio, mi viático, mi dinero! Y a veces se indigna:
-¡Trrr-ui-iiiii, Trri, rri! ¿Es que no vas a devolvérmelo, ladrón, avaro, agarrado, tacaño?
Y a veces se queja:
-¡Trrui-ui ... Pi-i-i-e-e, pi-i-eee, Sol, devuélveme mi cañamón, mi trigo de luna, mi bello dinero!