viernes, 15 de julio de 2016

UNA SABIA BASE DE DATOS


Los libros que conviene tener cerca:

«Mi afán es comprender.»
José Luis Sampedro

«Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no conoce, no puede hacer. Quien  nada comprende, nada vale. Pero quien comprende, también ama, observa, ve... Cuanto mayor es el conocimiento, más grande es el amor.»
Paracelso

Un buen libro no es sólo un libro. No son sólo datos, información o conocimiento. Es sabiduría y es vida. Es mucha vida. Es abrir la ventana del intelecto y del corazón. Es sentir, pensar, reír, llorar... vivir.

Quiero compartir contigo aquellos libros que de alguna forma me han cambiado la vida. Muchos de ellos están en estas cartas que has leído. Ya sea en fragmentos seleccionados o destilados (con los riesgos que ello supone) por mí.

Sin ellos no sentiría como pienso, no pensaría como siento, no sería quien soy. 

Y no exagero si digo que mi vida sería distinta si no los hubiese leído.

Siento por ellos y sus autores una inmensa gratitud y un profundo y sincero afecto.

Todos los libros que más adelante te enumero curan... o por lo menos me han curado a mí y han sido un remedio ideal, no agresivo y a menudo homeopático en momentos de tristeza, despiste, desasosiego o simplemente de felicidad inquieta a la búsqueda de respuestas.

LA PACIENCIA



Tomado del libro:
El Librito Que Fortalece
Proverbios reconfortantesy máximas motivadora
Lucia Canovi

jueves, 14 de julio de 2016

DAR Y PERDER LA VIDA


Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford, conocí a una niñita llamada Liz, que sufría de una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse era una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, quien había sobrevivido a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.

El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a darle su sangre. Yo lo vi dudar por un momento antes de tomar un gran suspiro y decir: "Sí, lo haré si eso salva a Liz".

ANDAR SOLOS


miércoles, 13 de julio de 2016

MURO DE PALABRAS


El noventa por ciento del lenguaje es una manera de evitar relacionarse. Creamos un gran muro de palabras para esconder el hecho de que no queremos relacionarnos.

Si quieres decir algo, que te sientes tristes, entonces, ¿por qué decirlo? ¡Estate triste! La gente sabrá lo que quieres decir sin el lenguaje. Si quieres decir que estas muy, muy feliz, ;por qué decirlo? ¡Se feliz! Y la felicidad tampoco es italiana, inglesa o alemana... todo el mundo lo entenderá. Puedes bailar cuando estas feliz y te entenderán. Cuando estas enfadado, simplemente puedes pegarle a alguien... ¿por qué decirlo? Lo otro sería más verdadero, auténtico y real. Y nunca falla: cuando estas enfadados te entenderán de inmediato.

EL ÚNICO LUGAR DE DIOS


martes, 12 de julio de 2016

EL BICHO


A la orilla de la soledad, en el último rancho del pueblo de Aguas Dulces, vivía don Toribio. Una noche lo despertaron unos golpecitos en la puerta. Don Toribio abrió. Y después contó, en el bar del Beco:

—Lindo el Bicho. Luminoso. Tenía alas de plumas o pétalos. No me dio tiempo ni a preguntar qué se le ofrece. Señalando al cielo, así, el Bicho me dijo: «Nos vemos allá arriba». Y se voló.

La clientela, muda. Acodado en el mostrador, el Beco preguntó, en un ataque de locuacidad:

—¿Y?

Don Toribio se encogió de hombros:

—Irme, no puedo. Yo tengo mucho qué hacer aquí abajo.

Y siguió en el vino.

Pasaron los días. Eran largas las noches del invierno en aquellos médanos. Noche tras noche, el público acudía al bar del Beco, y don Toribio repetía, palabra más, palabra menos, la historia de la visitación.

NACER Y MORIR SÓLO


lunes, 11 de julio de 2016

ACEPTANDO LA MUERTE

EL BÚNKER DEFENSIVO DEL DOGMATISMO: «SI NO GANO, EMPATO»


Como ya dije antes, cuando una mente rígida establece un juicio acerca de algo o alguien permanece anclada o apegada al mismo de manera obstinada, sin realizar ajustes sustanciales aunque la experiencia le demuestre lo contrario. En cierto sentido nos enamoramos de nuestras creencias. No sólo creemos a pies juntillas en nuestros esquemas sino que, como todo animal de costumbres, creamos lazos afectivos y nos encariñamos con lo viejo.42 Un amigo mío ama profundamente su apartamento, que es lo más parecido a una pocilga. Él no atiende a razones (tampoco las tiene): simplemente ama su espacio de manera incondicional, como si lo atara a él un vínculo genético.

Recuerdo que, en cierta ocasión, me llamaron del colegio donde estudiaba una de mis hijas porque continuamente desaparecían lápices en su aula; y ella era una de las «sospechosas» de robarlos. Lo primero que pensé cuando me lo comentaron fue que mi hija no era una ladrona y que ese colegio era una porquería. Por aquel entonces, mi hija tenía ocho años y yo era bastante sobreprotector. Me presenté ante el director y demás profesores con una marcada indignación de padre maltratado, sin haber hablado siquiera con mi hija. Al ver mi exaltación y mi actitud defensiva, una psicóloga me preguntó: «¿Usted está totalmente seguro de que su hija no ha robado los lápices? ¿Pondría las manos en el fuego? ¿Diría que es absolutamente imposible?». Mi respuesta fue categórica y dogmática: «Sí, estoy totalmente seguro, pondría las manos en el fuego y es absolutamente imposible.»
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