Una pobre viuda, que vivía en los tiempos de un Maestro de la Sabiduría, tenía un hijo al que adoraba.
Un día su hijo enfermó y murió, y ella, loca de dolor, se negó a enterrarlo y lo llevaba consigo a todas partes sin hacer caso de las palabras de consuelo y resignación que la gente le dirigía.
Alguien le dijo que el Maestro estaba en un bosquecillo cercano a la ciudad con sus discípulos.
La fama del Maestro se había extendido por todas partes, y era considerado un gran santo capaz de hacer los mayores milagros.
La pobre viuda llegó con el cadáver de su hijo ante el Maestro y echándose a sus pies le rogó, entre sollozos, que le devolviera la vida.
El Maestro le dijo:
—Le devolveré la vida a tu hijo a condición de que me traigas un grano de arroz de una casa de la ciudad en donde no haya muerto nadie.