Érase una vez un apacible jumento  de Poitou (antigua provincia de Francia)  al que unas circunstancias  fortuitas llevaron allende los mares. El barco en el que había embarcado en compañía de treinta de sus congéneres, ochenta vacas y terneros  y muchos corderos, gallos y  gallinas,  naufragó  en el  océano  Pacífico.  El azar de las corrientes lo arrojó  medio  muerto a la costa de China.   Allí  tuvo  que  sobrevivir   según  la  hierba  y  los meandros de los ríos.  Así es como un año después  de la catástrofe pacía tranquilamente  en el corazón del bosque de Tian. 
Los habitantes corrientes  del bosque, el mono,  el zorro y Su Señoría el tigre, nunca habían visto un animal semejante. El mono fue el primero que lo observó desde  lo alto de un árbol: 
-Se parece al caballo-dijo  a sus compañeros-,  pero es más pequeño,  más peludo.  Sus orejas  son grandes  y la cola, delgada como un látigo, termina  en un  mechón  de pelo. 
-Y ¿qué hace? 
-Pace (comer hierba), pace infatigablemente. 
-¿Tiene  intenciones  belicosas? -preguntó  el zorro, siempre  prudente. 
-Por  lo que a mí respecta,  no les temo  mucho  a los  comedores  de hierba  -declaró   Su Señoría  el tigre-, y, encogiéndose dcsdeñosamente   de hombros,  volvió a acostarse.









