La confusión y la ignorancia nos hacen creer que somos los únicos que sufrimos, que nuestro hijo o nuestra hija no sufren, pero en realidad siempre que sufras, tus hijos también sufrirán, porque estás en cada célula del cuerpo de tu hijo, en cada célula del cuerpo de tu hija. Cada una de sus emociones y percepciones son tus emociones y percepciones. Por eso debes recordar la visión que tenías al principio de que él y tú, de que ella y tú, sois una misma cosa. Entabla un diálogo con tus hijos.
En el pasado has cometido errores, has hecho sufrir a tu estómago. Tu forma de comer y beber, de preocuparte, ha afectado mucho a tu estómago, tus intestinos y tu corazón. Eres responsable de ellos, al igual que lo eres de tus hijos, no puedes negar este hecho. Sería mucho más sensato acercarte a tu hijo y decirle: «Querido hijo, sé cuánto estás sufriendo. Durante muchos años has sufrido enormemente. Cuando tú sufres, yo también sufro. ¿Cómo podría ser feliz cuando mi hijo sufre? Reconozco que los dos hemos estado sufriendo. ¿Podemos buscar juntos una solución? ¿Podemos hablar? Quiero de veras restablecer la comunicación entre nosotros, pero sola no puedo hacer gran cosa. Necesito tu ayuda».









