Sentir el sufrimiento nos ayuda a alimentar nuestra compasión y a reconocer la felicidad cuando está presente. Si no estamos en contacto con el dolor, no podemos saber lo que es la verdadera felicidad. Sentir el sufrimiento es, por tanto, nuestra práctica, pero cada uno de nosotros tiene sus límites, no podemos hacer más de lo que nuestro cuerpo nos permite.
Por eso hemos de cuidar de nosotros mismos. Si escuchas demasiado el sufrimiento, la cólera de los demás, te acabará afectando. Entonces sólo experimentarás sufrimiento y no tendrás la oportunidad de estar en contacto con otros elementos positivos, y esto destruirá tu equilibrio. En tu vida cotidiana debes, pues, practicar para estar en contacto con elementos que no expresen constantemente sufrimiento: el cielo, los pájaros, los árboles, las flores, los niños…, con cualquier cosa que tengamos en nosotros o a nuestro alrededor que sea refrescante, curativa y nutritiva.









