En una ocasión, un hombre tuvo que pasar una larga temporada fuera de casa. Antes de irse su mujer quedó embarazada, pero él no lo supo entonces. Al regresar, su esposa había ya tenido un hijo. El marido sospechó que no era suyo y creyó que era el hijo de un vecino que solía ir a trabajar para la familia. Miraba receloso al niño y lo odiaba, incluso veía los rasgos del vecino en la cara del pequeñín, hasta que un día un hermano suyo que fue a visitarle por primera vez, al ver a aquel niño le dijo: «Es clavado a ti. Parecéis dos gotas de agua». La visita del hermano fue un acontecimiento feliz porque ayudó al padre de aquel niño a desprenderse de su percepción errónea, pero ésta había estado controlando su vida durante doce años.
Le hizo sufrir profundamente a él, a su mujer y, por supuesto, a su hijo, que padeció por culpa de esa clase de odio.
Todo el tiempo estamos actuando basándonos en percepciones erróneas.







