Para mí, hay por lo menos dos tipos de solidaridad. Hay una solidaridad que yo llamo de ida y otra que llamo de vuelta. Porque estoy seguro de que hay dos maneras de querer ayudar al prójimo.
En la solidaridad de ida, lo que sucede es que veo al otro que no tiene, veo al otro que sufre, veo al otro que se lamenta, y entonces me pasa algo. Por ejemplo, me pasa que me doy cuenta que yo podría estar en su lugar y me identifico con él, y siento el miedo de que me pase lo que a él le está pasando. Entonces lo ayudo.
Me vuelvo solidario porque me da miedo que me pase a mí lo que le pasa a él.
Esta ayuda está generada por el miedo que proviene de la identificación y actúa como una protección mágica que me corresponde por haber sido solidario. Es la solidaridad del conjuro. Una ayuda “desinteresada” que, en realidad, hago por mí. No por el otro.
Pariente cercana de esta solidaridad es la solidaridad culposa, aquella que se genera de la nefasta matriz de algunas ideas caritativas... Cuando veo al que sufre y padece, un horrible pensamiento se cruza por mi cabeza sin que pueda evitarlo: “Qué suerte que sos vos y no yo”.
Y decido ayudar porque no soporto la autoacusación que deviene de este pensamiento.
Otra razón de ida es que yo crea en una suerte de ley de compensaciones. Se anda diciendo por ahí que, si te doy, en realidad me vuelve EL DOBLE...
Hay gente que sostiene con desparpajo que da porque así va a recibir. Es la solidaridad de inversión.
Esto no quiere decir que no suceda, pero en todo caso es una razón de ida.
Existe también una solidaridad obediente, que parte de lo que mi mamá me enseñó: que tenía que
compartir, que no tenía que ser egoísta y tenía que dar... Estoy satisfaciendo a mi mamá, o al cura de mi
parroquia, o a la persona que me educó. Estoy haciéndole caso, no sé si me lo creo, pero así me enseñaron y
así repito. Nunca me puse a pensar si esto es lo que quiero hacer. Sólo sé que hay que hacerlo, y entonces lo
hago. Esta es la solidaridad más ideológica, más ética y más moralista, pero de todas maneras es de ida.
Por último, existe una solidaridad que yo llamo la solidaridad de “hoy por ti mañana por mí”; la que piensa
en la protección del futuro. Desde el imaginario futuro negro aseguro que si me toca, algún otro será solidario
conmigo, cuando yo esté en el lugar del que padece.
Cualquiera sea el caso, de conjuro, culposa, de inversión, de obediencia o de “hoy por ti, mañana por mí”,
toda esta solidaridad es de ida y, por supuesto, no tiene nada de altruista.
Y ahora yo sé que puedo elegir dar o no dar.
Entonces, conquisto el espacio donde todo esto no es más... importante.
Conquisto lo que yo llamo la autodependencia.
Y ahí descubro que mi valor no depende de la mirada del afuera.
Y me encuentro con los otros, no para mendigarles su aprobación, sino para recorrer juntos algún trecho
del camino.
Y descubro el amor y, con él, el placer de compartir.
Acá es donde aparece la segunda posibilidad de ser solidario.
Acá me encuentro con alguien que sufre y descubro el placer de dar.
Y doy por el placer que me da a mí dar.
Esa es la solidaridad del camino de vuelta.
Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay