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jueves, 12 de septiembre de 2019

PISAR TIERRA FIRME


En nuestra vida cotidiana, el miedo nos lleva a perdernos. 

Nuestro cuerpo está aquí, pero nuestra mente está en otra parte. A veces nos zambullimos en un libro y el libro nos aleja de nuestro cuerpo y de la realidad que nos rodea. Apenas apartamos entonces nuestra mirada del libro, nos vemos arrastrados por las preocupaciones y los miedos. Pero rara vez volvemos a nuestra paz interior, a nuestra claridad y a la naturaleza búdica que late en cada uno de nosotros, para permanecer así en contacto con la Madre Tierra. 

Muchas personas viven olvidadas de su cuerpo y en un mundo imaginario. Tienen tantos planes, tantos miedos, tantas inquietudes y tantos sueños que no pueden vivir en su cuerpo. Mientras sigamos atrapados en el miedo y tratando de escapar de él, no podremos advertir la belleza que la Madre Tierra nos brinda. La plena consciencia nos recuerda la necesidad de estar completamente en contacto con nuestra inspiración y completamente en contacto con nuestra espiración. Vuelve a tu cuerpo y permanece en el presente. Mira a tu alrededor y observa el milagro que se despliega ante ti en el momento presente. La Madre Tierra que te sostiene es poderosa y generosa. Tu cuerpo es extraordinario. Cuando practicas y pisas tierra firme, te enfrentas directamente a tus necesidades y estas empiezan a disiparse. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

miércoles, 4 de septiembre de 2019

VALORAR EL LUGAR EN EL QUE ESTAMOS


Imagina a dos astronautas que viajan a la Luna y, cuando están ahí, su nave tiene un accidente que les impide regresar a la Tierra. Solo les queda oxígeno para un par de días y no hay esperanza de que, desde la Tierra, llegue alguien a rescatarles. Solo les quedan dos días de vida. 

Si en tal caso les preguntases: «¿Cuál es tu deseo más profundo?», ellos responderían: «Volver a casa y caminar de nuevo por nuestro hermoso planeta». Con eso les bastaría. No querrían nada más. 

No les interesaría entonces ser directores de una gran empresa, celebridades ni presidentes de Estados Unidos. Solo querrían estar aquí, caminando por la Tierra, disfrutando de cada paso, escuchando los sonidos de la naturaleza y sosteniendo la mano de su ser querido en un paseo a la luz de la luna. 

Debemos vivir cada día como personas que acaban de ser rescatadas de una muerte segura en la Luna. Estamos en la Tierra y debemos disfrutar del privilegio que supone caminar por este hermoso planeta. El maestro zen Linji dijo: «El milagro no consiste en caminar sobre el agua o sobre el fuego. El milagro consiste en caminar sobre la tierra». Esa es una enseñanza que me parece extraordinaria. Disfruto caminando, aun en lugares tan llenos de gente como aeropuertos y estaciones de ferrocarril. Caminar acariciando, a cada paso, nuestra Madre Tierra nos permite disfrutar de cada minuto de nuestra vida e inspirar a otras personas a hacer lo mismo. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

viernes, 9 de agosto de 2019

TRANSITORIEDAD


La visión de la permanencia o la inmortalidad está, según la sabiduría budista, equivocada. Todo es fugaz. Todo está cambiando de continuo. Nada puede ser siempre lo mismo. La permanencia, pues, no es la verdadera naturaleza de nada. Pero decir que al morir no queda nada es una visión también equivocada. La inmortalidad y la aniquilación son conceptos opuestos y emparejados. La inmortalidad es una visión equivocada porque hasta el momento no hemos visto nada así. Lo único que hemos visto es transitoriedad y cambio continuo. Pero la aniquilación también es una visión igualmente equivocada. 

Supón que hablamos de la muerte de una nube. Cuando miras al cielo y no ves más tu querida nube, te preguntas: «¿Dónde estás, querida nube? Ya no estás aquí. ¿Podré vivir sin ti?». Luego lloras y piensas que la nube ha pasado de ser a no-ser, de existir a no-existir. 

Pero la verdad es que es imposible que una nube muera. Morir significa que algo que era se convierte súbitamente en nada. Pero ya hemos visto que tal cosa es imposible. Por ello, cuando celebramos el cumpleaños, no deberíamos decir: «Feliz día de tu nacimiento», sino «Feliz día de tu continuación». Tu nacimiento no fue tu comienzo, sino solo tu continuación. Bajo alguna otra forma, tú ya estabas antes aquí. 

Mira esta hoja de papel. Antes de presentarse bajo esta apariencia, la hoja de papel era otra cosa. No vino de la nada, porque nada hay que pueda convertirse súbitamente en algo. Si miras profundamente en la hoja de papel podrás ver en ella los árboles, el suelo, el sol, la lluvia y la nube que los nutrieron, el leñador y hasta la fábrica de papel. Podrás ver la vida anterior de la hoja de papel. De ahí procede. La hoja de papel no acaba de nacer, esa no es más que su manifestación más reciente. Su verdadera naturaleza es el no-nacimiento y la no-muerte. 

Y es imposible, por el mismo motivo, que la hoja de papel muera. Cuando quemas una hoja de papel, se convierte en calor, vapor, humo y cenizas. La hoja de papel sigue viviendo bajo otras formas. Por ello, decir que cuando algo se desintegra deja de existir es una opinión equivocada a la que llamamos visión de la aniquilación. 

Si hemos perdido a un ser querido y estamos llorando su muerte, deberíamos mirar con más detenimiento. De algún modo, la persona perdura y podemos hacer algo para que siga mejor. Todavía vive dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Y del mismo modo en que reconocemos la nube en la taza de té, podemos reconocer a esa persona en formas muy diversas. Cuando bebes plenamente atento una taza de té, te das cuenta de que la nube está aquí, en tu té, muy cerca. 

Jamás has perdido a tus seres queridos. Solo han cambiado de forma. 

Este es el tipo de visión y de intuición que necesitamos para superar el sufrimiento. Creemos haber perdido a la persona para siempre, pero la persona no ha muerto, no ha desaparecido. Continúa en formas muy diversas. Tenemos que desarrollar una observación profunda para advertir su continuación y apoyarla. «Querido, sé que, de un modo muy real, estás aquí. Yo respiro para ti. Te busco a mi alrededor y disfruto, por ti, de la vida. Sé que todavía estás aquí, muy cerca de mí y en mí». De ese modo, transformamos nuestro sufrimiento y nuestro miedo en comprensión despierta y nos sentimos mucho mejor. 

Cuando trascendemos las nociones de nacimiento y muerte, dejamos de vernos controlados por el miedo. Las nociones de ser y no ser pueden provocar mucho miedo. Cuando la nube desaparece del cielo, no pasa de ser a no ser, sino que simplemente prosigue bajo otra forma. La naturaleza de la nube es no nacida y está más allá de la muerte. Esa es la naturaleza de tus seres queridos y esa es también tu naturaleza. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

miércoles, 10 de julio de 2019

SIN VENIR Y SIN PARTIR


Es mucho el sufrimiento que suelen generarnos las nociones de nacimiento y muerte o de ir y venir. Creemos que la persona a la que amamos viene de algún lugar e irá a algún lugar. Pero nuestra verdadera naturaleza está más allá del ir y del venir. No venimos de ningún lugar ni vamos a ningún lugar. Cuando las condiciones son suficientes, sencillamente nos manifestamos de un determinado modo, y cuando las condiciones ya no son suficientes, dejamos de manifestarnos de ese modo. Pero ello no significa que dejemos de existir. Si tenemos miedo a la muerte, es porque no entendemos que en realidad las cosas no mueren. 

Existe la tendencia a pensar que podemos eliminar aquello que nos desagrada y por ese motivo se queman aldeas e incluso se matan personas. Pero destruir a alguien no reduce a esa persona a la nada. Es cierto que mataron a Mahatma Gandhi y dispararon a Martin Luther King Jr., pero esas personas siguen todavía, de modos muy distintos, vivas en nosotros. Su espíritu perdura. Cuando miramos, por tanto, profundamente nuestro yo (nuestro cuerpo, nuestras sensaciones y nuestras percepciones), cuando miramos las montañas, los ríos o a otras personas, debemos tratar de conectar profundamente hasta ver en ellas la naturaleza del no-nacimiento y de la no-muerte. Esta es una de las prácticas más importantes de la tradición budista. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

jueves, 27 de junio de 2019

LA NATURALEZA DEL NO-NACIMIENTO Y DE LA NO-MUERTE


La nube no puede convertirse en nada. Es posible que una nube se convierta en lluvia, nieve o granizo, pero es imposible que se convierta en nada. Por ello la visión que da por sentada la aniquilación es una visión equivocada. Si eres un científico y crees que después de la desintegración de tu cuerpo dejarás de ser (es decir, que te convertirás en nada y pasarás de ser a no-ser), lo cierto es que no eres un buen científico, porque tu visión contradice la evidencia. 

Nacimiento y muerte son, pues, nociones emparejadas, como ir y venir, permanencia y aniquilación o yo y otro. La nube que aparece en el cielo es una nueva manifestación. Antes de asumir la forma de nube, la nube era vapor de agua producido por el calor del sol evaporando el agua del océano. Podrías decir que esa era su vida anterior. La nube, pues, es una continuación del agua del océano. La nube no viene de la nada, sino que siempre procede de algo. No hay nacimiento, pues, sino solo continuación. La verdadera naturaleza de todo es no-nacimiento y no-muerte. 

El científico francés del siglo XVIII Antoine Lavoisier afirmó: 

«Nada se crea y nada se destruye». Lavoisier formuló la misma verdad que había visto el Buda: que nada nace y que nada muere. Nuestra verdadera naturaleza es el no-nacimiento y la no-muerte. Solo cuando conectamos con nuestra verdadera naturaleza, podemos trascender el miedo a dejar de ser, el miedo a la aniquilación. 

Cuando las condiciones son suficientes, algo se manifiesta y decimos que existe. Cuando una o dos condiciones dejan de estar presentes y la cosa en cuestión no se manifiesta del mismo modo, decimos que no existe. No es adecuado, pues, calificar algo como existente o inexistente. En realidad, no existe nada que sea completamente existente ni completamente inexistente. 




Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

miércoles, 5 de junio de 2019

LAS DOS DIMENSIONES DE LA REALIDAD


Si has llegado a casa y realmente moras en el aquí y ahora, habrás logrado la estabilidad y libertad que constituyen el fundamento de tu felicidad. Entonces podrás ver las dos dimensiones de la realidad, la histórica y la última. 

Para representar esas dos dimensiones, utilizamos la metáfora de una ola. Desde una perspectiva histórica, la ola parece tener un comienzo y un final. Puede ser, comparada con otras, más alta o más baja. Puede ser más o menos hermosa. Y puede existir o no existir; es decir, puede ser en este momento, pero no en otro. De todo ello podemos hablar cuando conectamos por vez primera con la dimensión histórica de la ola: nacimiento y muerte, ser y no ser, alto y bajo, ir y venir, etcétera. Pero sabemos que solo conectando con la ola más profundamente podremos tocar el agua. El agua es la otra dimensión de la ola, su dimensión última. 

Desde la perspectiva histórica, hablamos de vida y de muerte, de ser y de no ser, de alto y bajo y de ir o de venir, pero desde la perspectiva de la dimensión última todas esas nociones se desvanecen. 

Si la ola es capaz en sí misma de contactar con el agua, si puede vivir simultáneamente la vida del agua, entonces no tendrá miedo alguno a las nociones de comienzo y final, nacimiento y muerte, ser y no ser. El estado sin miedo le aportará estabilidad y alegría. Su verdadera naturaleza es la naturaleza del no nacimiento y de la no muerte, del no comienzo y del no final. Esa es la verdadera naturaleza del agua. 

Nosotros somos como la ola y también tenemos una dimensión histórica. Decimos que comenzamos en cierto momento y que acabamos en otro. Creemos que ahora existimos y que antes de nacer no existíamos. Estamos atrapados en estas nociones y, por ello, tenemos miedo, celos y deseos y experimentamos todo tipo de aflicciones y conflictos. Pero si somos más estables y libres, podemos llegar a conectar con nuestra verdadera naturaleza, con nuestra dimensión última. Y al conectar con esa dimensión última, nos libramos de todas las nociones que tanto nos han hecho sufrir. 

Cuando el miedo pierde parte de su poder, podemos ver profundamente su origen desde la perspectiva de la dimensión última. 

Desde la perspectiva histórica, vemos el nacimiento, la muerte y el envejecimiento, pero, desde la perspectiva última, el nacimiento y la muerte dejan de ser la verdadera naturaleza de las cosas. La verdadera naturaleza de las cosas está despojada de nacimiento y de muerte. El primer paso es la práctica en la dimensión histórica, y el segundo, la práctica en la dimensión última. En aquella, aceptamos la realidad del nacimiento y de la muerte, pero, en esta, nos damos cuenta, por estar en contacto con la dimensión última, de que el nacimiento y la muerte no se derivan de la realidad verdadera, sino que son frutos de nuestra mente conceptual. Cuando establecemos contacto con la dimensión última, conectamos también con la realidad, carente de nacimiento y muerte, de todas las cosas. 

Pero para acceder con éxito a la dimensión última, es muy importante ejercitarnos en la dimensión histórica. Aquella supone establecer contacto con nuestra naturaleza despojada de nacimiento y muerte, como la ola que permanece en contacto con su verdadera naturaleza de agua. Podemos preguntarnos metafóricamente: «¿De dónde viene y a dónde va la ola?», y del mismo modo podemos responder: «Viene del agua y al agua vuelve». Pero en realidad el agua no viene ni va a ninguna parte. La ola es siempre agua, no “viene” del agua ni “va” al agua. La ola ha sido, es y será siempre, agua e ir y venir no son más que construcciones mentales. La ola jamás ha abandonado al agua, razón por la cual no es correcto decir que “viene” del agua. Y tampoco podemos, por el mismo motivo, decir que “regresa” al agua. 

Desde el mismo momento en que existe, la ola es agua. Nacimiento y muerte e ir y venir no son más que conceptos. Por ello, cuando establecemos contacto con el estado de no-nacimiento y de no-muerte, el miedo se desvanece. 




Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

domingo, 2 de junio de 2019

AQUÍ Y AHORA


Ya he llegado, estoy en casa aquí y ahora. Soy estable, soy libre y moro en lo último. 

Cuando volvemos al aquí y ahora, nos damos cuenta de las muchas condiciones ya existentes de la felicidad. La práctica de la plena consciencia consiste en volver a conectar profundamente, aquí y ahora, con nosotros mismos y con la vida. Esto es algo para lo que tenemos que adiestrarnos. Aun en el caso de que seamos muy inteligentes y entendamos el principio inmediatamente, todavía debemos adiestrarnos en vivir de verdad de este modo. Tenemos que adiestrarnos en reconocer las muchas condiciones de felicidad que ya están realmente aquí. 

Puedes recitar el poema anterior cuando inspiras y cuando espiras. También puedes recitarlo cuando vas en coche al trabajo. Quizá no hayas llegado todavía a tu oficina, pero mientras conduces, llegas al presente, tu verdadero hogar. Y cuando llegues a tu oficina, ese también será tu verdadero hogar. En la oficina también estarás aquí y ahora. La práctica de la primera estrofa del poema «Ya he llegado, estoy en casa» puede hacerte muy feliz. Independientemente de que estés sentado, hablando, regando el huerto o dando de comer a tu hijo, siempre puedes practicar «Ya he llegado, estoy en casa». Poco importa que te hayas pasado la vida escapando porque, en cualquier momento, puedes dejar de hacerlo. Ahora mismo puedes detenerte y vivir realmente tu vida. 

Cuando inspiramos diciendo «Ya he llegado» y realmente llegamos, hemos alcanzado el éxito. Estar completamente presente y vivo al cien por cien es todo un logro. Así es como el presente se convierte en nuestro verdadero hogar. Cuando inspiramos diciendo 

«Estoy en casa» y realmente nos sentimos en casa, desaparece el miedo y ya no necesitamos seguir escapando. 

Repitamos, pues, el mantra que dice «Ya he llegado, estoy en casa» hasta que se convierta en algo real. Lo repetimos inspirando y espirando y dando los pasos necesarios para asentarnos realmente en el aquí y ahora. Las palabras no deben convertirse en un obstáculo, sino contribuir tan solo a la concentración y alentar la comprensión. Es la comprensión, no las palabras, la que nos mantiene en casa. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

martes, 21 de mayo de 2019

EL TESORO ESCONDIDO


La Biblia nos cuenta la historia de un campesino que un buen día descubrió en sus tierras, un tesoro enterrado. Cuando volvió a casa, renunció al resto de sus tierras y a todo lo que poseía y solo conservó el pequeño pedazo de tierra que contenía el tesoro. Ese tesoro es el Reino de Dios. Sabemos que debemos buscar el Reino de Dios en el presente, porque el presente es el único momento que realmente existe. El pasado ya se ha ido y el futuro todavía no ha llegado. El presente es el único lugar en el que debes buscar el Reino de Dios o la Tierra Pura del Buda, el único lugar en el que puedes encontrar la felicidad, la paz y la plenitud. Así de simple y así de claro. Pero como tendemos a remontarnos al pasado o a escapar hacia el futuro, debemos, si realmente queremos establecernos en el presente, reconocer ese hábito y aprender a liberarnos de él. 

El núcleo del mensaje que el Buda dirigió a una gran asamblea de comerciantes fue el siguiente: «Es posible vivir felizmente en el momento presente». El Buda había visto que la mayoría de su audiencia estaba tan preocupada por su futuro que no podía disfrutar del presente. No tenían tiempo para ellos ni para sus familias, no tenían tiempo para amar y hacer felices a quienes les rodeaban. 

Continuamente estaban dejándose atrapar por el futuro. 

La Tierra Pura está en el presente. La Tierra Pura es ahora o nunca. Y lo mismo podemos decir con respecto al Reino de Dios. Es ahora o nunca. El Reino de Dios no es solo una idea hermosa, sino una realidad. Cuando respiras y caminas con atención, estás regresando a tu hogar en el presente y conectando con las muchas formas de la vida que hay en ti y a tu alrededor y con todo lo que pertenece al Reino de 

Dios. Ya no necesitas, si has encontrado el Reino de Dios, correr en pos de la fama, la riqueza y los placeres sensoriales. 

Cuando volvemos a nuestro hogar en el presente, nos damos cuenta de que disponemos ya de tantas condiciones que posibilitan la felicidad que no tenemos que correr detrás de ellas para conseguirlas. 

Ya tenemos suficientes condiciones para ser felices. La felicidad es completamente posible aquí y ahora. 

La enseñanza del Buda acerca de vivir feliz en el presente es muy placentera. Ya podemos ser felices ahora mismo. También la práctica es muy placentera. No necesitamos, cuando subimos una colina, hacer ningún esfuerzo, podemos disfrutar de cada paso. 

Caminando así, libres del pasado y del futuro, podemos conectar, a cada paso, con el Reino de Dios y con la Tierra Pura del Buda. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

viernes, 19 de abril de 2019

EL PRESENTE ESTÁ LIBRE DEL MIEDO


Si no estamos completamente presentes, no estamos en realidad vivos. En tal caso, no estamos aquí, ni para nuestros seres queridos ni para nosotros. ¿Y dónde estamos cuando no estamos aquí? Estamos huyendo y siempre huyendo… aun en medio del sueño. Huimos porque tratamos de escapar de nuestro miedo. 

Mal podremos disfrutar de la vida si perdemos el tiempo y la energía preocupándonos por lo que sucedió ayer o lo que sucederá mañana. Si tenemos miedo, no nos daremos cuenta del milagro que supone estar vivos y de que podemos ser felices ahora mismo. En la vida cotidiana, tendemos a creer que la felicidad solo es posible en el futuro. Siempre estamos buscando condiciones “adecuadas”, de las que supuestamente ahora carecemos, para ser felices. Ignoramos que eso está ocurriendo ahora mismo. Buscamos algo que nos haga sentir más estables y más seguros. Pero tenemos miedo a lo que el futuro pueda depararnos, tenemos miedo a perder nuestro trabajo, a perder nuestras posesiones y a perder a las personas que amamos. Por ello anhelamos ese momento mágico, que siempre se halla en el futuro, en el que todo será, finalmente, como queremos. Olvidamos que solo es posible vivir la vida en el presente. Como dijo el Buda: «Es posible vivir felizmente en el momento presente. En realidad, este es el único momento». 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

sábado, 13 de abril de 2019

SIN VENIR Y SIN PARTIR


Nuestro mayor miedo es que al morir nos convirtamos en nada. 

Son muchas las personas que creen que su existencia está limitada a un lapso denominado “vida”. Creen que todo comenzó en el momento en que nacieron (cuando, a partir de la nada, se convirtieron en algo) y que todo finalizará en el momento en que mueran (cuando volverán de nuevo a convertirse en nada). De ahí, precisamente, se deriva el miedo a la aniquilación. 

Pero si contemplamos nuestra existencia con cierto detenimiento, tendremos una visión completamente diferente. Entonces nos daremos cuenta de que el nacimiento y la muerte no son realidades, sino meras nociones. El Buda enseñó que no existe nacimiento ni muerte. Nuestra creencia de que las ideas sobre nacimiento y muerte son reales crea una poderosa ilusión que genera mucho sufrimiento. 

Pero cuando nos damos cuenta de que no podemos ser destruidos, nos liberamos del miedo. Esta es una liberación extraordinaria que nos permite valorar y disfrutar la vida de un modo nuevo. 

Cuando perdí a mi madre, sufrí mucho. El día en que murió, escribí en mi diario: «La peor adversidad de mi vida ha ocurrido». 

Lloré su muerte durante más de un año. Entonces una noche, mientras dormía en mi ermita, una cabaña ubicada detrás de un templo en la falda de una colina cubierta de plantas de té, en las regiones montañosas de Vietnam, soñé con ella. Me vi sentado y charlando con ella. Ella parecía muy joven y estaba muy hermosa con su cabello flotando sobre sus hombros. Fue muy agradable sentarme con ella a hablar como si aún estuviese viva. 

Desperté con la sensación clara e intensa de que mi madre seguía a mi lado y de que jamás la había perdido. Entonces me di cuenta de que la idea de haber perdido a mi madre no era más que eso, una simple idea. Desde entonces, me resulta evidente que mi madre sigue y seguirá siempre viva en mí. 

Entonces abrí la puerta y salí al exterior. La luz de la luna bañaba la ladera de la montaña. Y, al ver las plantas de té perfectamente alineadas bajo la suave luz de la luna, me di cuenta de que mi madre seguía conmigo. Mi madre estaba en la luz de la luna acariciándome con la misma ternura y amabilidad de siempre. Cada vez que mis pies tocaban la tierra, sentía a mi madre conmigo. Supe que este cuerpo no es solo mío, sino la prolongación viva de mi madre, de mi padre, de mis bisabuelos y de todos mis ancestros. Estos pies, que tan “míos” creo, no son, en realidad, míos, sino “nuestros”, y las huellas que dejan al caminar sobre el suelo mojado no son solo mías, sino también de mi madre. 

La idea de haber perdido a mi madre se desvaneció. Desde entonces me basta con mirar la palma de mi mano, sentir la brisa en mi rostro o la tierra bajo mis pies para recordar que mi madre sigue viva y que, en cualquier momento, puedo conectar con ella. 

Es cierto que cuando pierdes a un ser querido sufres. Pero si sabes mirar profundamente, tienes la oportunidad de darte cuenta de que tu verdadera naturaleza es, en realidad, la naturaleza del no nacimiento y de la no muerte. Existe la manifestación y, para que una nueva manifestación tenga lugar, también existe la cesación de la manifestación. Tienes que estar muy atento para reconocer las nuevas manifestaciones de una persona. Pero, para ello, necesitas ejercicio y esfuerzo. Presta atención al mundo que te rodea, presta atención a las hojas, las flores, los pájaros y la lluvia. Si puedes pararte y mirar profundamente, reconocerás a tu ser querido manifestándose una y otra vez en formas muy diversas. Entonces te liberarás del miedo y del dolor y disfrutarás de nuevo de la alegría de vivir. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

lunes, 1 de abril de 2019

PRESTAR ATENCIÓN PLENA A LAS SEMILLAS DEL MIEDO


La práctica de los cinco recuerdos nos ayuda a aceptar la realidad ineludible de nuestros miedos más profundos, el miedo a envejecer, el miedo a la enfermedad y el miedo a la muerte. El ejercicio de la aceptación de estas realidades nos permite alcanzar la paz y desarrollar la capacidad de vivir una vida consciente, sana y compasiva, sin provocar más sufrimiento a los demás ni a nosotros mismos. 

Permite que el miedo aflore en tu conciencia y sonríele. Cada vez que lo haces, el miedo se debilita. No hay modo alguno de escapar del dolor si te empeñas en salir de él. La única salida posible consiste en ver profundamente la naturaleza de tu miedo. 

La contemplación de los cinco recuerdos nos permite prestar una atención plena a la semilla del miedo que hay en nosotros. La semilla del miedo está en nosotros y, si no nos acostumbramos a abrazarla con plena conciencia, nos sentiremos muy incómodos cada vez que afloren estas verdades. Como avestruces al ver un león, enterraremos entonces nuestra cabeza en la arena. Por ello recurrimos, en un intento de ignorar las realidades del envejecimiento, la enfermedad, la muerte y la transitoriedad de las cosas que más queremos, a diversiones como la televisión, los videojuegos, el alcohol y las drogas. 

Si el miedo nos desborda, sufriremos y se fortalecerá la semilla del miedo que hay en nosotros. Pero cuando estamos atentos, utilizamos la energía de la atención plena para abrazar el miedo. Y cada vez que el miedo se ve abrazado por la atención plena, su energía se debilita hasta convertirse en una semilla sepultada en las profundidades de nuestra conciencia. 

Nuestra conciencia es como un círculo en cuya parte inferior está la llamada conciencia almacén y en cuya parte superior está la mente consciente. El miedo a envejecer, el miedo a la enfermedad, el miedo a la muerte, el miedo a tener que renunciar a todo y el miedo a las consecuencias de nuestro karma están en nuestra conciencia almacén. Pero como no queremos enfrentarnos a nuestro miedo, tratamos de ocultarlo y de mantenerlo enterrado en el sótano. Nos molesta que algo o alguien nos lo recuerde, y tampoco queremos mostrarlo en nuestra mente consciente. 

La plena consciencia es lo opuesto a esta tendencia. Debemos dejar que todas esas cosas afloren a diario en nuestra mente consciente y decirles: «Querido, no te tengo miedo. No tengo miedo a mi miedo. 

Está en mi naturaleza envejecer y no puedo escapar al envejecimiento». 

Y cuando el miedo aflore, apelemos, para abrazarlo, a las semillas de la atención plena. Cuando la energía del miedo y la de la plena consciencia se hallan simultáneamente presentes, la plena consciencia abraza el miedo y este se debilita y regresa, en forma de semilla, a las profundidades de nuestra conciencia. 

Pero que el miedo se aleje no significa que desaparezca. Por ello, cuando estemos atravesando un momento tranquilo, un momento meditativo, podemos evocar el miedo diciendo: «Aflora, querido miedo, para que pueda abrazarte. Está en mi naturaleza morir. No puedo escapar a la muerte». Y así podemos permanecer cinco, diez, veinte o treinta minutos, dependiendo de nuestra necesidad, utilizando la energía de la plena consciencia para abrazar el miedo. De este modo, este perderá su intensidad. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

lunes, 25 de marzo de 2019

MIS ACTOS SON MI CONTINUACIÓN


He heredado los resultados de los actos de mi cuerpo, de mi habla y de mi mente. 
Mis actos son mi continuación 

El quinto recuerdo nos indica que lo único que sigue con nosotros al morir son nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, es decir, nuestro karma. «Inspiro y sé que solo llevo conmigo mis pensamientos, mis palabras y mis acciones. Espiro, y conmigo solo van mis acciones». Todos los pensamientos que has pensado, todas las palabras que has pronunciado y todas las acciones que has llevado a cabo con tu cuerpo son tu karma, tu continuación. 

Atrás queda todo lo demás. 

Pero no estamos hablando aquí de que heredes las posesiones de tus padres, sino los frutos de tus acciones. Lo que pensamos, decimos y hacemos se denomina karma, un término sánscrito que significa «acción». Lo que hacemos, decimos y pensamos prosigue y tiene sus consecuencias más allá del acto. Y poco importa que esa herencia nos guste o nos desagrade, porque esa es una herencia irrenunciable. Detrás dejamos nuestras pertenencias y a nuestros seres queridos, pero es imposible renunciar a nuestro karma, porque el fruto de nuestras acciones siempre nos seguirá. No podemos escapar al karma, no podemos decir: «¡No! ¡No puedes seguirme!». El karma es el fundamento sobre el cual nos erigimos. Solo tenemos un fundamento, que es el karma. No tenemos otro. Nos guste o nos desagrade, estamos condenados a recoger el fruto de nuestras acciones.



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

jueves, 14 de marzo de 2019

TODO LO QUE QUIERO Y TODO LO QUE AMO VA A CAMBIAR


Está en la naturaleza de todo lo que quiero y todo lo que amo cambiar. 
 No puedo evitar separarme de ellos.

Este es el cuarto recuerdo: «Inspiro y sé que un buen día deberé renunciar a todo lo que me gusta y a todas las personas a las que quiero. Espiro y sé que no hay modo de llevarme todo eso conmigo». 

Un buen día tendré que dejar atrás todo lo que quiero: mi casa, mi cuenta bancaria, mis hijos o mi hermosa pareja. Un buen día tendré que abandonar lo que más aprecio. Nada podré llevarme conmigo cuando muera. Esta es una verdad científica. Lo que hoy tanto nos gusta y nos pertenece dejará de pertenecernos mañana. Conviene aprender a renunciar no solo a los objetos que más nos gustan, sino también a las personas más queridas. 

No podremos, en el momento de la muerte, llevarnos nada y a nadie con nosotros. A pesar de ello, sin embargo, cada día luchamos por acumular más dinero, más conocimiento, más fama, etcétera. Y aunque tengamos 60 o 70 años, seguimos persiguiendo conocimiento, dinero, fama y poder. Sabemos que, un buen día, deberemos abandonar nuestros recuerdos y nuestras pertenencias. Por este motivo la práctica de la vida monástica no consiste en acumular cosas. El Buda dijo que los monjes solo deberían tener tres túnicas, un cuenco para mendigar, un filtro de agua y una esterilla para sentarse…, y estar dispuestos incluso a renunciar a ellas. El Buda solía decir que no debemos identificarnos con el árbol a cuyo pie nos sentamos y nos acostamos a dormir. Debemos ser capaces de sentarnos y dormir a la sombra de cualquier árbol. Nuestra felicidad no tiene que depender de un lugar. 

Debemos estar dispuestos a abandonar todos los lugares. 

Si practicamos y somos capaces de soltarnos, podremos, ahora mismo, ser libres y felices. En caso contrario, no solo sufriremos el día en que finalmente nos veamos obligados a hacerlo, sino también hoy y cada día que nos separe de entonces, porque el miedo nos acechará de continuo. Hay ancianos, como Scroogy, mezquinos y codiciosos, que quieren atesorarlo todo. Es una auténtica lástima que haya personas tan poco inteligentes que no se den cuenta de que un buen día quizá dentro de unos pocos meses, deberán abandonarlo todo. Ello se debe a que la codicia se ha convertido en ellos en un hábito y durante toda su vida han buscado la felicidad a través de la acumulación de cosas. Esos hábitos son tan fuertes que, aun sabiendo que solo les quedan tres meses de vida, siguen aferrados a ellos. 

En Vietnam, hay una leyenda de un hombre rico llamado Thach Sung que estaba muy orgulloso porque creía poseer todo lo que podía encontrarse en los almacenes del rey. Thach Sung se felicitaba por tener tanto oro y tesoros como el mismísimo rey. Un buen día, el rey le preguntó si estaba seguro de ser el hombre más rico del reino. Tan seguro estaba Thach Sung de su riqueza que apostó que, en el caso de que el almacén del rey tuviese algo que no se hallara en el suyo, donaría al monarca todas sus posesiones. Así fue como un buen día el reto comenzó en presencia de todos los ministros. Thach Sung tenía todo lo que el rey iba presentando, pero, a última hora, el monarca sacó algo que Thach Sung no tenía: ¡una cazuela rota! Y, aunque no pudiera utilizarse para hacer sopa, sí que podía emplearse para preparar pescado o platos de tofu. Y cuando el ministro de justicia declaró que, como había perdido la apuesta, Thach Sung debía entregar al rey todas sus propiedades, el hombre se quedó tan contrariado que acabó convirtiéndose en un lagarto que solo podía chasquear la lengua: 

«¡Tchk, tchk, tchk!». 

 Nosotros no queremos convertirnos en Thach Sung, buscando la felicidad en la acumulación de cosas materiales. En cierta ocasión, el Buda pidió a sus discípulos que mirasen el cielo para ver la luna y les preguntó si se daban cuenta de la felicidad de la luna al atravesar el inmenso espacio del firmamento nocturno. Igual de libres debemos ser nosotros. Si en aras de la búsqueda de riqueza, fama, poder o sexo nos apegamos a todas estas cosas, perdemos nuestra libertad.



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

domingo, 24 de febrero de 2019

ESTÁ EN MI NATURALEZA MORIR


Está en mi naturaleza morir. 
No puedo escapar a la muerte 

Este es el tercer recuerdo: «Inspiro y sé que está en mi naturaleza morir. Espiro y sé que no puedo escapar a la muerte». Este es un hecho simple y verdadero al que nos resistimos. Queremos que este hecho se olvide, porque tenemos miedo. Es doloroso mirar profundamente en su interior, pero la muerte es una realidad a la que deberemos enfrentarnos. La mente subconsciente siempre está tratando de olvidarla porque, cuando conectamos con ese miedo sin contar con la energía de la plena consciencia, sufrimos. Nuestro mecanismo de defensa nos empuja a no querer saber nada de ello y olvidarlo, pero en el trasfondo de nuestra mente siempre se oculta el miedo a la muerte. 

Cuando asumamos de verdad que un buen día (quizás más pronto de lo que nos gustaría) moriremos, no nos avergonzaremos haciendo cosas ridículas para mantener la ilusión de que viviremos indefinidamente. Contemplar nuestra mortalidad nos ayuda a focalizar nuestra energía en la práctica de transformarnos y curarnos a nosotros mismos y al mundo. 


Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

viernes, 22 de febrero de 2019

NO PUEDO ESCAPAR A LA ENFERMEDAD



Está en mi naturaleza enfermar. 
No puedo escapar a la enfermedad 

El segundo recuerdo reconoce la universalidad de la enfermedad: «Inspiro y sé que está en mi naturaleza enfermar. Espiro y sé que no puedo escapar a la enfermedad». Siddhartha, como era conocido el Buda antes de practicar e iluminarse, era uno de los jóvenes más fuertes de Kapilavastu. A menudo, era el primero en las competiciones deportivas y todo el mundo, incluido su envidioso primo Devadatta, soñaba con emular sus hazañas. No es de extrañar que, sabiendo que pocas personas eran tan fuertes como él, Siddhartha se tornase naturalmente arrogante. Pero, en la medida en que profundizó la práctica de la meditación sentada, acabó reconociendo su arrogancia y desembarazándose de ella. 

Cuando gozamos de buena salud, podemos creer que la enfermedad es algo que solo afecta a los demás. Miramos a los demás y nos decimos que siempre están enfermos, que tienen que tomar medicinas y recibir masajes de continuo. Y creemos que nosotros no somos como ellos. 

Pero un buen día, sin embargo, acabamos enfermando. Si no somos diligentes y la asumimos ahora, esta realidad caerá súbitamente, un buen día, sobre nosotros y no sabremos cómo abordarla. Nuestras piernas todavía son fuertes y podemos correr, dar paseos meditativos y jugar al fútbol. Y también podemos utilizar nuestros brazos para hacer muchas cosas. Pero la mayoría no hacemos un buen uso de nuestra capacidad de cuidar adecuadamente de los demás y de nosotros mismos. No utilizamos nuestra energía para transformar nuestras aflicciones y contribuir a aliviar nuestro sufrimiento y el sufrimiento de los otros. 

Llegará el día en que, cuando tratemos de ponernos en pie para dar un paso, no podremos hacerlo. Por ello conviene asumir cuanto antes que, por el hecho de tener un cuerpo, seguramente acabemos enfermando. Esta es una comprensión que nos desembaraza de toda arrogancia relativa a nuestra buena salud. Entonces se abre ante nosotros el camino de la buena conducta, que nos permite emplear adecuadamente nuestro tiempo y nuestra energía para hacer lo que tenemos que hacer, sin vernos arrastrados por objetivos absurdos que pueden destruir nuestro cuerpo y nuestra mente. Lo que debemos hacer se torna entonces claro. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

lunes, 18 de febrero de 2019

PRIMER RECUERDO: NO PUEDO ESCAPAR AL ENVEJECIMIENTO

Este es el primer recuerdo: «Inspiro y sé que está en mi naturaleza envejecer. Espiro y sé que no puedo escapar al envejecimiento». Todos tenemos miedo a envejecer, pero no queremos pensar en ello. Queremos que el miedo se quede tranquilamente ahí, lejos de nosotros. Esta contemplación procede del sutra Anguttara Nikaya III, 70-71. Tengo que envejecer es una verdad universal e inevitable, pero como no queremos reconocerla, nos aferramos a la negación. En lo más profundo de nuestra mente sabemos, sin embargo, que, por más que los reprimamos, nuestros pensamientos más temidos no desaparecen, sino que, muy al contrario, siguen creciendo en la oscuridad. Y, en un intento desesperado de olvidar e impedir que afloren en nuestra mente consciente, nos vemos impulsados a consumir (comida, alcohol, películas, etcétera). Tratar de escapar del miedo, pues, no hace más que fortalecerlo, al tiempo que aumenta nuestro sufrimiento y el sufrimiento ajeno. 

Pero no debemos aceptar esto como un mero hecho lógico, sino como la realidad, como una verdad. Recitar este recuerdo no es la simple afirmación de una obviedad, sino una ocasión para asumir una verdad que tenemos que experimentar directamente. Debemos permitir que esta verdad no se limite a una mera comprensión intelectual («Sí, sí, obviamente. Ahora soy joven, pero, un buen día, envejeceré»), sino que acabe impregnando nuestra carne y nuestros huesos. Una verdad superficial no es más que una idea abstracta que no sirve de mucho, porque nuestra mente no tarda en reprimir y olvidar lo que acabamos de decir. 

El Buda enseñó que, cuando evocamos y permanecemos en contacto con la verdad de que es imposible escapar del envejecimiento y de la muerte, nuestro miedo –y las cosas terribles que tratamos de no sentir– concluye. Entonces ya no exteriorizamos inconscientemente nuestros miedos ni alentamos el ciclo que los fortalece. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

sábado, 2 de febrero de 2019

PRÁCTICA DE LOS CINCO RECUERDOS (LIBERACIÓN DE LOS MIEDOS DEL FUTURO)


Liberarnos de los miedos futuros Los cinco recuerdos.

Además de quedar atrapados en los eventos que sucedieron en el pasado, a menudo tenemos miedo a lo que el futuro pueda depararnos. El miedo a la muerte es uno de nuestros principales temores. Pero cuando, en lugar de tratar de ocultarlo o huir de él, miramos directamente las semillas de ese miedo, empezamos a transformarlo. Una de las formas más poderosas de hacer esto es a través de la práctica de los cinco recuerdos. Si respiras despacio y con plena atención, inspirando y espirando profunda y lentamente, mientras recitas en voz baja estos recuerdos, podrás ver la naturaleza y las raíces profundas de tu miedo. 

Los cinco recuerdos son los siguientes: 
  • Está en mi naturaleza envejecer. Soy de la naturaleza del envejecimiento. No puedo escapar al envejecimiento. 
  • Está en mi naturaleza enfermar. Soy de la naturaleza de la enfermedad. No puedo escapar a la enfermedad. 
  • Está en mi naturaleza morir. Soy de la naturaleza de la muerte. No puedo escapar a la muerte. 
  • Está en la naturaleza de todo lo que quiero y todo lo que amo cambiar. Y no puedo evitar verme separado de ello. 
  • He heredado los resultados de los actos de mi cuerpo, de mi habla y de mi mente. Mis acciones son mi continuación. 

Al contemplar profundamente cada recuerdo e inspirar y espirar con atención con cada uno de ellos, el miedo pierde su poder. 

Está en mi naturaleza envejecer. 
Soy de la naturaleza del envejecimiento. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

viernes, 18 de enero de 2019

ACEPTAR A NUESTROS ANCESTROS


Práctica: aceptar a nuestros ancestros 

Para aceptar sinceramente a los demás tal como son, debemos empezar por nosotros mismos. Si no nos aceptamos tal cual somos, jamás podremos aceptar a los demás. Cuando me miro, veo cosas admirables y hasta extraordinarias, pero también sé que hay en mí aspectos negativos. El primer paso, pues, consiste en reconocerme y aceptarme tal cual soy. 

Inspira y espira, visualizando a tus ancestros y, viendo sus aspectos positivos y negativos, acéptalos sin vacilar. 

Ustedes están en mí, queridos ancestros, con todas sus fortalezas y con 
todas sus debilidades. Veo en ustedes semillas positivas y semillas 
negativas. Veo que han sido afortunados y que en ustedes se regaron 
semillas positivas como la amabilidad, la compasión y la valentía. Y 
también veo que, si no hubieran sido afortunados y se hubieran regado 
en ustedes semillas negativas como el miedo, el orgullo y los celos, las 
semillas positivas no hubiesen tenido la oportunidad de crecer. 

Que las semillas positivas de una persona se vean regadas en vida se debe, en parte, al azar y, en parte, al esfuerzo. Las circunstancias de nuestra vida pueden ayudarnos a regar las semillas de la paciencia, la generosidad, la compasión y el amor. Las personas que nos rodean pueden ayudarnos a regar esas semillas y lo mismo hace también la práctica de la plena conciencia. Pero si una persona crece en tiempo de guerra y en el seno de una familia y de una comunidad oprimidas, puede estar llena de desesperación y miedo. Los padres que sufren mucho y tienen miedo al mundo y a los demás riegan en sus hijos las semillas del miedo y de la ira. Los niños que, por el contrario, crecen envueltos en un clima de seguridad y amor fortalecen, en su interior, las semillas positivas. 

Si puedes mirar de este modo a tus ancestros, te darás cuenta de que eran seres humanos que sufrieron y trataron de hacer las cosas lo mejor que supieron. Esta comprensión borra todo rechazo y toda ira. 

Aceptar a tus ancestros, con todas sus fortalezas y todas sus debilidades, te ayudará a estar más en paz y a tener menos miedo. 

También puedes considerar ancestros, por haber nacido antes que tú, a tus hermanos y hermanas mayores. También ellos tienen, como nosotros, fortalezas y debilidades. 

Hacer las paces con tus ancestros requiere cierta práctica, pero si quieres acabar con el miedo, es importante que aprendas a reconciliarte antes con ellos. Y esto es algo que puedes hacer en cualquier lugar, ante un altar, un árbol, una montaña o en la ciudad. Lo único que necesitas es visualizar la presencia, en tu interior, de todos tus ancestros. Tú eres su continuación y solo puedes estar completamente presente cuando haces las paces con ellos.



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

viernes, 4 de enero de 2019

RECONCILIARNOS CON NUESTRO PASADO


El miedo original no solo se origina en nuestro nacimiento y nuestra infancia, sino que aglutina tanto nuestro miedo como el miedo de nuestros ancestros. De un modo u otro, hemos heredado el miedo de nuestros ancestros, que pasaron hambre y sufrieron otros peligros y se vieron obligados a atravesar situaciones muy ansiosas. Cada uno de nosotros lleva, en su interior, ese miedo. Y como ese miedo nos hace sufrir, la situación empeora. Nos preocupamos por nuestra seguridad, por nuestro trabajo y por nuestra familia. Nos preocupamos por las amenazas externas y, aun cuando no suceda nada malo, ello no impide que sigamos sintiendo miedo. 

En cierta ocasión, un joven estadounidense llegó, con un grupo, a Plum Village con la intención de practicar la meditación. Yo le sugerí la posibilidad de escribir una carta de amor, a su padre o a su madre (que debo decir que es una forma de práctica meditativa), independientemente de que hubieran o no fallecido. Pero el joven en cuestión no pudo hacerlo porque, cada vez que pensaba en su padre, sufría. Su padre había muerto y no podía reconciliarse con él. Durante su infancia, le había aterrorizado tanto que ahora temía hasta escribirle una carta. No podía pensar en su padre y mucho menos escribirle. 

Dadas esas circunstancias le propuse que practicara durante una semana el siguiente ejercicio: «Inspiro y me veo como un niño de cinco años. Espiro y sonrío a ese niño de cinco años». 

Los niños son muy frágiles y vulnerables. Basta con una mirada severa de su padre para que su corazón se sienta herido. Si tu padre te dice que te calles, te sientes herido. Eres muy sensible. A veces quieres decir algo, pero como no encuentras las palabras, tu padre se impacienta y te ordena callar, lo que es como si te echasen encima una jarra de agua helada. Te duele tanto que la próxima vez ni siquiera te atreves a intentarlo. A partir de ese momento, la comunicación con tu padre se convierte en algo muy difícil. «Inspiro y me veo como un niño de cinco años. Espiro y sonrío a ese niño de cinco años». 
Y ese niño necesita tu atención, pero tú estás tan ocupado que no tienes tiempo para dedicarle. Te consideras un adulto, pero en el fondo sigues siendo un niño herido y temeroso. 

Por ello cuando al inspirar te ves como un niño pequeño y frágil, de tu corazón brota la compasión. Y cuando al espirar le sonríes, esa sonrisa es una expresión de tu comprensión y de tu compasión. 

El niño que hay dentro de cada uno de nosotros puede sufrir mucho. Cuando eras pequeño, te sentiste profundamente afectado por las decisiones que tomaban los adultos que te rodeaban. Un niño es muy impresionable. Aun antes de nacer, el niño escucha sonidos y puede distinguir las canciones de los gritos. Por ello, si realmente quieres a tu hijo, le rodearás, aun antes de nacer, de amor. El amor debe comenzar muy pronto. 

Hay muchos jóvenes que afirman odiar a sus padres o madres. A veces me dicen, de un modo tan claro como fuerte: «No quiero tener nada que ver con ellos». Están tan enfadados con sus padres que quieren cortar toda relación. Hay ocasiones en que existen buenas razones para querer separarse física o emocionalmente de los padres, especialmente cuando uno se ha visto, en algún que otro sentido, maltratado por ellos. Y también hay veces en que tenemos miedo de que, si permanecemos cerca de ellos, nos tornemos vulnerables y vuelvan a dañarnos. 

Pero resulta imposible, por más que nos neguemos a ver a nuestros padres o a hablar con ellos, cortar toda relación. Por más que afirmemos odiarles, somos hijos de nuestra madre y de nuestro padre y en nosotros se perpetúan. 

Nos guste o nos desagrade, somos una prolongación de nuestra madre y de nuestro padre. Esa es una situación que, por más enfadados que estemos con ellos, nunca podremos cambiar. De ese modo, acabaremos enfadándonos con nosotros mismos. Necesitamos reconciliarnos con nuestros padres interiores, necesitamos hablar con ellos y encontrar una forma de coexistencia pacífica. Si entendemos ese punto, la reconciliación será posible. 

Somos capaces de grandes cambios, tanto internos como en nuestra capacidad de influir en el mundo que nos rodea. Pero a menudo estamos tan asustados que no sabemos bien qué hacer. Basta entonces con practicar el caminar conscientemente y el respirar conscientemente para cultivar la energía de la plena conciencia y de la comprensión. Es la comprensión la que nos libera del miedo, de la ira, del odio, etcétera. El amor solo puede crecer en el suelo de la comprensión. 

Cuando decimos que cuerpo y mente están conectados, no nos referimos tan solo a nuestro cuerpo y a nuestra mente individual. En nosotros se almacena todo nuestro linaje familiar y espiritual. En todas y cada una de las células de tu cuerpo puedes conectar con la presencia de tu madre y de tu padre. Pero la cosa no se limita a tu padre y a tu madre, sino que también incluye a tus abuelos y bisabuelos. Ten esto muy en cuenta y verás que eres su prolongación. Quizás creías que tus ancestros habían dejado de existir, pero, según los científicos, tus ancestros siguen presentes en la herencia genética que impregna todas y cada una de las células de tu cuerpo. Y lo mismo podríamos decir de nuestros descendientes. Tú estarás también presente en todas y cada una de las células de su cuerpo y en la conciencia de todos aquellos con quienes hayas establecido contacto. 

Piensa en un ciruelo. En cada una de las ciruelas hay un hueso. 

Ese hueso contiene un ciruelo y todas las generaciones precedentes de ciruelos. El hueso de ciruelo contiene un número infinito de ciruelos. 

Dentro de él hay una inteligencia, una sabiduría, que sabe cómo convertirse en un ciruelo y cómo crear ramas, hojas, flores y nuevos ciruelos. No podría hacerlo por sí solo. Solo puede hacerlo porque ha heredado la experiencia y la adaptación de generaciones de ancestros precedentes. Lo mismo sucede contigo. Tú posees la sabiduría y la inteligencia necesarias para convertirte en un ser humano porque has heredado la inmensa riqueza acumulada no solo por tus ancestros familiares, sino también por tus ancestros espirituales. 

Tus ancestros espirituales están en ti porque no hay modo alguno de separar naturaleza de aprendizaje. La educación modifica tu naturaleza heredada. Tu espiritualidad y tu práctica de la atención plena, que son partes de tu vida cotidiana, impregnan también todas y cada una de las células de tu cuerpo. Y tus ancestros espirituales están también, en consecuencia, en todas y cada una de las células de tu cuerpo. Es imposible negar su presencia. 

Algunos tuvimos padres maravillosos, mientras que otros tuvieron padres que sufrieron mucho e hicieron sufrir mucho a su pareja y a sus hijos. Del mismo modo, hay quienes tienen ancestros de sangre admirables y otros que presentan rasgos negativos de los que no podemos estar tan orgullosos. Pero todos ellos son, en cualquier caso, ancestros nuestros. También podemos tener ancestros espirituales que no solo no nos ayuden, sino que hasta nos dañen. Pero por más enfadados que estemos con ellos, no dejan de ser nuestros ancestros. 
No podemos desembarazarnos de ellos. Son una realidad que está en nuestro interior, en nuestro cuerpo, en nuestra mente y en nuestro espíritu. La aceptación incondicional es el primer paso imprescindible para abrir la puerta al milagro del perdón.


Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
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