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domingo, 26 de abril de 2020

¿CÓMO PUEDO SER YO MISMO?


Debería ser lo más sencillo del mundo, pero no lo es. Para ser uno mismo no hace falta hacer nada; ya se es. ¿Qué otra cosa puedes ser? ¿Cómo puedes ser otro? Pero comprendo el problema. El problema surge porque la sociedad corrompe a todo el mundo. Corrompe la mente, el ser. Te impone cosas y tú pierdes el contacto contigo mismo. Intenta hacer de ti algo distinto de lo que estabas destinado a ser. Te aleja de tu centro. Te arrastra fuera de ti mismo. Te enseña a ser como Jesucristo o a ser como Buda o como éste o aquél; jamás te dice que seas tú mismo. Jamás te deja la libertad de ser; te impone imágenes externas, ajenas a ti.

Entonces surge el problema. En el mejor de los casos puedes fingir, pero cuando finges nunca te sientes satisfecho. Quieres ser tú mismo, algo muy natural, y la sociedad no te lo permite. La sociedad quiere que seas otro. Quiere que seas un impostor. No quiere que seas auténtico, porque las personas auténticas son peligrosas, rebeldes. A las personas auténticas no se las controla tan fácilmente, no se les puede imponer una disciplina. Las personas auténticas viven su realidad a su manera: van a lo suyo. No se preocupan por otras cosas. No se las puede sacrificar en nombre de la religión, ni en nombre del estado, la nación o la raza. Es imposible convencerlas de que se sacrifiquen. Las personas auténticas siempre defienden su felicidad. Su felicidad es lo absoluto, y no están dispuestas a sacrificarla por nada. Ése es el problema.

Por eso la sociedad distrae al niño: le enseña a ser otro. Y el niño aprende poco a poco a fingir, a ser hipócrita. Y un día —qué ironía— esa misma sociedad empieza a decirte: ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué no eres feliz? ¿Por qué tienes esa cara de sufrimiento? ¿Por qué estás triste? Y entonces aparecen los sacerdotes. En primer lugar te corrompen, te desvían del sendero de la felicidad, porque sólo existe una felicidad posible: ser tú mismo. Entonces aparecen y te dicen: ¿Por qué eres desgraciado? ¿Por qué estás triste? Y te enseñan a estar siempre feliz. Primero te ponen enfermo y después te venden medicinas. Es una gran conspiración.

He oído contar una cosa…

Una viejecita judía va sentada en un avión junto a un noruego grandote. No para de mirarlo. Por último le pregunta:

—Perdone, ¿es usted judío?

—No —contesta el noruego.

Pasan unos minutos, la señora vuelve a mirarlo y a preguntarle:

—Puede contármelo. Usted es judío, ¿verdad?

El hombre contesta:

—Desde luego que no.

La señora sigue observándolo e insiste:

—Se nota que es usted judío.

Para que deje de molestarlo, el señor dice:

—Sí, vale. Soy judío.

La anciana lo mira y dice, moviendo la cabeza:

—No lo parece.

Así son las cosas. Me preguntas: «¿Cómo puedo ser yo mismo?». Olvídate de pretensiones, olvídate de ese afán por ser otro, olvídate del deseo de ser como Jesucristo, como Buda, de parecerte al vecino. Deja la competición y las comparaciones, y serás tú mismo. La comparación envenena. Siempre estás pensando en lo que hace el otro. Tiene una casa grande, un coche grande, y tú lo estás pasando mal. Tiene una esposa guapísima y tú lo estás pasando mal. Está subiendo por la escala del poder y la política mientras tú lo pasas mal. Compara e imitarás. Si te comparas con los ricos, empezarás a correr en la misma dirección. Si te comparas con las personas cultas, empezarás a acumular conocimientos. Si te comparas con los llamados santos empezarás a acumular virtudes… y los imitarás. E imitar significa perderse la oportunidad de ser uno mismo.

Deja de compararte. Eres único. Nadie es como tú, nadie ha sido como tú ni nadie lo será. Eres sencillamente único, y cuando digo que eres único, recuerda que no me refiero a que seas mejor que los demás. Simplemente me refiero a que eres único. Ser único constituye una cualidad normal de todo ser. Ser único no supone una comparación; es algo tan natural como respirar. Todo el mundo respira y todo el mundo es único. Mientras estás vivo, eres único. Sólo los cadáveres se parecen; las personas vivas son únicas. Nunca se asemejan; es imposible. La vida jamás sigue un curso repetitivo. La existencia jamás se repite. Entona una nueva canción cada día, pinta algo nuevo cada día.

Respeta tu singularidad y olvídate de las comparaciones. La comparación es la culpable; en cuanto comparas, vas por mal camino. No te compares con nadie; la otra persona no es tú, tú no eres la otra persona. Deja que los demás sean, y relájate en tu ser. Empieza a disfrutar de lo que eres. Deléitate en los momentos que tengas a tu disposición.

La comparación te trae el futuro, la comparación provoca la ambición, y la violencia. Empiezas a luchar, a pelearte, a ser hostil.

La vida no es como un producto. La felicidad no es como un producto que otros tienen y tú no. «Si otros tienen la felicidad, ¿cómo puedo obtenerla yo?». La felicidad no es en absoluto un producto. Puedes tener cuanta quieras. Sólo depende de ti. Nadie va a competir por ella, nadie es tu competidor. Igual que un jardín hermoso: tú puedes mirarlo y admirarlo, como puede mirarlo y admirarlo cualquier otra persona. Nadie te impide que mires el jardín y que te parezca bonito porque ese alguien también lo esté mirando; la otra persona no te está explotando. El jardín no es ni más ni menos porque lo haya mirado otra persona; porque otra persona se quede embelesada ante la belleza del jardín, el jardín no es menos. Incluso podría decirse que el jardín ha ganado algo, porque alguien ha apreciado su belleza, y esa persona ha aportado una nueva dimensión al jardín.

Las personas felices aportan algo a la existencia; por el simple hecho de ser felices crean vibraciones de felicidad. Valorarás más este mundo cuantas más personas felices haya. No te plantees las cosas en términos de competición. No se trata de que si ellos son felices tú no puedas serlo y tengas que arrebatarles esa felicidad, tengas que competir con ellos. Recuerda que si los demás son desgraciados te resultará muy difícil ser feliz. A la felicidad puede acceder todo el mundo; todo el que abra su corazón puede acceder a la felicidad.

No se trata de que alguien haya conseguido algo. No es como un puesto político; si alguien llega a presidente de un país, desde luego los demás no pueden ser presidentes. Pero sí una persona ha alcanzado la iluminación, eso no le impide a nadie alcanzar la iluminación; aún más, le ayudará. Porque Buda alcanzó la iluminación a ti te resultará más fácil alcanzarla. Porque Jesucristo alcanzó la iluminación, a ti te resultará más fácil. Alguien ha empezado a hollar el camino; las huellas están ahí; esa persona te ha dejado unas sutiles señales. Puedes caminar más fácilmente, con más seguridad, con menos vacilaciones. La tierra entera puede iluminarse, cada ser puede alcanzar la iluminación. Pero no todo el mundo puede ser presidente de un país.

Un país tiene millones de habitantes, y sólo una persona puede ser su presidente; por supuesto, eso es competición. Pero millones de personas pueden alcanzar la iluminación, y eso no supone ningún problema.

Lo trascendente no entra en competiciones, y tu ser es transcendente. Así que pon tu vida en orden. La sociedad te ha hecho un lío en la cabeza, te ha enseñado la forma de vivir en continua competición. La meditación es una forma de vida no competitiva. La sociedad significa ambición; la actitud de meditación, de consciencia, no tiene ambiciones. Y cuando no eres ambicioso, puedes ser tú mismo. Así de sencillo.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

martes, 21 de abril de 2020

¿POR QUÉ TODO EL MUNDO FINGE SER LO QUE NO ES?


¿Por qué todo el mundo finge ser lo que no es?
¿Cuál es la razón psicológica?

Es porque todos están condenados desde la infancia. Cualquier cosa que haga una persona por sí misma, porque le gusta, se considera inaceptable. La gente, la multitud entre la que tiene que crecer un niño, tiene ideas e ideales propios. El niño tiene que encajar en esas ideas y esos ideales. El niño está indefenso.

¿Os habéis parado a pensar en eso? En la infancia, el ser humano es el más indefenso de todo el reino animal. Todos los animales pueden sobrevivir sin necesidad de la ayuda de los padres ni de la manada, pero el niño no puede sobrevivir; moriría inmediatamente. Es el ser más indefenso del mundo, vulnerable a la muerte, delicado. Y naturalmente, los que detentan el poder pueden moldearlo a su antojo.

Y así todo el mundo se convierte en lo que es, muy a su pesar. Ésa es la razón psicológica tras el hecho de que todo el mundo quiere fingir que es lo que no es.

Todo el mundo está esquizofrénico. Nunca les han permitido ser ellos mismos, les han obligado a ser otros, y su naturaleza no les permite ser felices con esos otros.

Por eso cuando crecemos y nos valemos por nosotros mismos, empezamos a fingir muchas cosas, que nos habría gustado que formaran parte de nuestro ser en la realidad. Pero en este mundo de locos se ha desviado a todo el mundo. Han obligado a cada persona a ser alguien distinto; no son eso, y lo saben. Todos saben que los han obligado a algo: a ser médico, a ser ingeniero, político, delincuente, mendigo. Hay muchas cosas que los han obligado.

En India, en Bombay, hay personas que se dedican a robar niños y a dejarlos lisiados, ciegos, cojos, para obligarlos a mendigar y entregar el dinero que han recogido durante el día. Sí; les ofrecen comida y cobijo, pero los usan como mercancías; no son seres humanos. Es una situación extrema, pero a todo el mundo le ha ocurrido lo mismo en uno u otro grado. Nadie se siente a gusto consigo mismo.

En este mundo sólo existe una clase de felicidad, que consiste en ser tú mismo. Y como nadie es como realmente es, todos intentan esconderse de alguna manera, con máscaras, pretensiones, hipocresías. Se avergüenzan de lo que son.

Hemos convertido el mundo en un mercado, no en un hermoso jardín al que todos pueden llevar sus flores. Obligamos a las caléndulas a dar rosas… ¿De dónde van a sacar rosas las caléndulas? Esas rosas serán de plástico, y en el fondo la caléndula llorará, derramará lágrimas de vergüenza, «porque no he tenido suficiente valor para rebelarme contra la masa. Me han obligado a tener estas flores de plástico, y yo tengo mis flores auténticas por las que fluyen mis jugos, pero no puedo mostrar mis verdaderas flores».

Te lo enseñan todo, pero no te enseñan a ser tú mismo. Es la peor cara posible de la sociedad, porque hace sufrir a todo el mundo.

Ser lo que no quieres ser, estar con alguien con quien no quieres estar, hacer algo que no quieres hacer, todo eso constituye la base de los sufrimientos.

Y por una parte la sociedad ha logrado que todos sean desgraciados y por la otra esa misma sociedad espera que no muestres tu sufrimiento, al menos no en público, no a las claras. Es asunto tuyo, algo privado.

Ellos lo han creado; en realidad es un asunto público, no privado. La misma masa que ha creado las razones de tu sufrimiento acabará diciéndote: «Tu sufrimiento es asunto tuyo, pero de cara al exterior tienes que sonreír. Que los demás no vean el sufrimiento en tu rostro». A eso lo llaman protocolo, buenos modales, cultura. En definitiva, hipocresía.

A menos que una persona se diga: «Quiero ser yo mismo, cueste lo que cueste, Que me condenen, que me critiquen, que pierda mi respetabilidad… Todo con tal de no seguir fingiendo ser otra persona». Esta decisión y esta declaración, esta declaración de libertad, de liberarse de la masa, da lugar a tu ser natural, a tu individualidad.

Entonces ya no necesitarás una máscara. Entonces podrás ser tú mismo, tal como eres.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

martes, 17 de marzo de 2020

¿POR QUÉ ME SIENTO TAN DESGRACIADO?


Respuestas a preguntas
Pregunta 4 (continuación):

¿Por qué me siento tan desgraciado? ¿No puedes quitarme todo esto e encima?

La respuesta está en tu pregunta. No quieres aceptar la responsabilidad de tu propio ser, sino que alguien lo haga por ti, y ésa es la única causa del sufrimiento.

No hay forma de que nadie te quite tu sufrimiento. No hay forma de que nadie te haga dichoso, pero si te das cuenta de que tú eres el responsable de tu dicha o tu desdicha, de que nadie puede hacer nada...

Tu sufrimiento es obra tuya; tu dicha también será obra tuya.

Pero resulta difícil aceptar que el sufrimiento es tu obra.

Todos piensan que los demás son los responsables de su sufrimiento.

El marido piensa que la esposa es la responsable de su sufrimiento, la esposa que el marido es responsable del suyo, los hijos responsabilizan a los padres, los padres responsabilizan a los hijos de sus respectivos sufrimientos. Un asunto muy complejo. Y cuando alguien es responsable de tu sufrimiento, no comprendes que al renunciar a tu propia responsabilidad pierdes tu libertad. Responsabilidad y libertad son las dos caras de la misma moneda.

Y porque piensas que los demás son responsables de tu sufrimiento, por eso hay tantos charlatanes, supuestos salvadores, mensajeros de Dios, profetas que te dicen: «No tenéis que hacer nada; sólo seguidme.

Creed en mí y yo os salvaré. Yo soy vuestro pastor; vosotros mi rebaño».

Parece extraño que nadie se rebelara contra personas como Jesucristo y dijera: «Qué insultante, decir que tú eres el pastor y nosotros las ovejas, que tú eres el salvador y nosotros dependemos de tu compasión, que nuestra religión consiste en creer en ti». Pero como descargamos la responsabilidad de nuestro sufrimiento sobre otros, aceptamos el corolario de que la dicha también nos vendrá de otros.

Naturalmente, si el sufrimiento nos viene de otros, también la dicha nos vendrá de otros. Pero entonces, ¿qué haces tú? No eres ni responsable del sufrimiento ni de la dicha... ¿Qué función cumples? ¿Para qué sirves? ¿Ser el blanco para que unas cuantas personas te hagan desdichado y para que otras te ayuden, te salven y te hagan dichoso? ¿Eres una simple marioneta, cuyos hilos están en manos de otros?

No eres respetuoso con tu humanidad, no te respetas a ti mismo. No amas tu propio ser, tu propia libertad.

Si respetas tu vida, rechazarás a todos los salvadores.

Les dirás a todos ellos: «¡Fuera de aquí! Bastante tienes con salvarte a ti mismo. Es mi vida y tengo que vivirla. Si hago algo mal, sufriré por ello; aceptaré las consecuencias de mis actos sin quejarme».

Quizás aprendamos así: tras caer, nos levantamos; tras perdernos, volvemos a encontrar el camino. Cometes un error... pero cada error te hace más inteligente; no volverás a cometer el mismo error. Si vuelves a cometer el mismo error, significa que no estás aprendiendo, que no estás utilizando tu inteligencia, que actúas como un robot.

Todos mis esfuerzos van encaminados a devolver la dignidad que le corresponde a todo ser humano, que le ha transferido a cualquiera. Y todas estas tonterías se producen porque no estás dispuesto a aceptar que el responsable de tu sufrimiento eres tú.

Piénsalo: no hay un solo sufrimiento tuyo del que tú no seas responsable. Puede ser envidia, ira, avaricia, pero algo en ti crea ese sufrimiento.

¿Y has visto a alguien en este mundo que haga dichoso a otro?

También eso depende de ti, de tu silencio, de tu amor, de tu paz, de tu confianza. Y así se produce el milagro: nadie lo hace.

En el Tíbet se cuenta una hermosa historia sobre Marpa. Quizá no sea real, pero sí tremendamente significativa. No me importan demasiado los hechos. Me interesan la trascendencia y la verdad, algo completamente distinto.

Marpa oyó hablar de un maestro. Estaba buscando y fue a ver al maestro, se abandonó a él, le entregó toda su confianza. Le preguntó:

-¿Qué debo hacer ahora?

El maestro contestó:

-Una vez que te abandones a mí, no tendrás que hacer nada. Sólo creer en mí. Mi nombre es tu único mantra secreto. Siempre que te encuentres en apuros, recuerda mi nombre y todo irá bien.

Marpa se arrodilló a sus pies. Y era un hombre tan sencillo que intentó algo inmediatamente: andar sobre el río. Los demás discípulos, que llevaban años con el maestro, no daban crédito a sus ojos: ¡estaba andando sobre el agua! Le contaron al maestro:

-No has entendido a ese hombre. No es un hombre corriente. Anda sobre el agua.

El maestro dijo:

-¿Cómo?

Todos salieron corriendo hacia el río, y sobre él caminaba Marpa, cantando, bailando. Cuando llegó a la orilla, el maestro le preguntó:

-¿Cuál es el secreto?

El hombre dijo:

-¿Que cuál es el secreto? El mismo que tú me has revelado: tu nombre. Me acordé de ti. Dije: «Maestro, permíteme andar sobre el agua», y ocurrió.

El maestro no se creía que su nombre lograra tal cosa. Él no podía andar sobre el agua, pero ¿quién sabe? Nunca lo había intentado. Sin embargo, pensó que sería mejor comprobar un par de cosas más, y le dijo a Marpa:

-¿Puedes saltar desde ese precipicio?

-Lo que tú digas.

Marpa subió a la montaña y se tiró por el precipicio, mientras todos esperaban en el valle, pensando que sólo quedarían unos trocitos de Marpa. E incluso si encontraban algún trozo, sería un milagro; la montaña era muy alta.

Pero Marpa descendió sonriente, en la postura del loto. Aterrizó bajo un árbol del valle y se sentó. Todos lo rodearon, mirándole. Ni un rasguño. El maestro exclamó:

-¡Es increíble! ¿Has pronunciado mi nombre?

El hombre contestó:

-Fue tu nombre.

El maestro dijo:

-Basta. Voy a intentarlo yo.

Y al dar el primer paso en el agua se hundió.

Marpa no podía creerse que el maestro se hubiera hundido. Sus discípulos saltaron al río y lograron sacarlo, medio muerto. Le extrajeron el agua de los pulmones, y sobrevivió.

Marpa preguntó:

-¿Qué ha pasado?

El maestro contestó:

-Tienes que perdonarme. No soy maestro, sino un farsante.

Pero Marpa preguntó:

-Si eres un farsante, ¿cómo ha funcionado tu nombre?

El farsante contestó:

-No ha funcionado mi nombre, sino tu confianza. No importa en quién confíes... Es la confianza, el amor, la totalidad. Yo no confío en mí mismo, ni confío en nadie. Engaño a todos... ¿Cómo podría confiar? Y siempre tengo miedo de que me engañen los demás, porque yo los engaño. Para mí es imposible confiar. Tú eres un hombre inocente y has confiado en mí. Es por tu confianza por lo que se han producido los milagros.

No importa que esta historia sea verdadera o no. Pero sí hay una cosa cierta: que la causa de tu sufrimiento son tus errores y la causa de tu dicha la confianza, el amor.

Tu esclavitud es tu creación, y tu libertad tu declaración.

Me preguntas: «¿Por qué soy desgraciado?». Eres desgraciado porque no has aceptado la responsabilidad. Observa cuál es tu sufrimiento, averigua la causa, y encontrarás la causa dentro de ti.

Elimina la causa y desaparecerá el sufrimiento.

Pero no queréis eliminar la causa, queréis eliminar el sufrimiento. Eso es imposible, carece por completo de base científica.

Y me pides que te salve, que te ayude. No tienes por qué mendigar nada. No tenéis que mendigar nada. No sois ovejas, sino emperadores.

Aceptad vuestra responsabilidad por el sufrimiento y encontraréis, ocultas en vuestro interior, todas las causas de la dicha, la libertad, la alegría, la iluminación, la inmortalidad. No se necesita un salvador. Y jamás ha existido ningún salvador; todos son seudosalvadores. Se les ha rendido culto porque la gente siempre ha querido que alguien los salvase.

Han aparecido porque siempre había demanda, y cuando hay demanda, hay oferta.

Si dependes de los demás pierdes tu alma. Olvidas que tienes una consciencia tan universal como la de cualquier otro, que tienes una consciencia tan grande como la de cualquier Buda Gautama; simplemente no te das cuenta, porque no la has buscado. Y no la has buscado porque buscas a los demás, a alguien que te salve, a alguien que te ayude. Vas pidiendo limosna sin comprender que este reino es enteramente tuyo.

Hay que comprender que se trata de uno de los principios fundamentales: la dignidad, la libertad y la responsabilidad.






Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

domingo, 9 de febrero de 2020

¿POR QUÉ HAGO UNA MONTAÑA, DE UN GRANO DE AREANA?


Respuestas a preguntas
Pregunta 3 (continuación):

¿Por qué hago una montaña, de un grano de arena?

Porque el ego no se siente bien, no se siente a gusto con los granos de arena; necesita montañas. Incluso si se trata del sufrimiento, no puede ser un grano de arena; tiene que ser un Everest. Incluso si es desdichado, el ego no se conforma con una desdicha normal y corriente; tiene que ser una desdicha fuera de lo normal. De una u otra forma, todo el mundo quiere ser el primero. Por eso no paramos de convertir granos de arena en montañas.

La gente no para de crear grandes problemas de la nada. He hablado con miles de personas sobre sus problemas y todavía no he descubierto ni un solo problema de verdad. Todos los problemas son ficticios... Los creas tú, porque sin problemas te sientes vacío. Sin problemas no hay nada, nada contra lo que luchar, ningún sitio al que ir. Las personas van de un gurú a otro, de un maestro a otro, de un psicoanalista a otro, de un grupo de encuentro a otro, porque si no lo hacen se sienten vacías y de repente les parece que la vida no tiene sentido. Creas problemas para sentir que la vida es una gran obra, un desarrollo, y que tienes que luchar con todas tus fuerzas.

Recuérdalo: el ego sólo puede existir cuando lucha, cuando se debate. Y cuanto mayor el problema, cuanto mayor el reto, más crece el ego, más alto se eleva.

Tú creas los problemas. Los problemas no existen. Y déjame que te diga una cosa: ni siquiera existen los granos de arena. Eso también es una trampa tuya. Dices: «Vale, a lo mejor no hay montañas, pero sí que hay granos de arena». Pues no; ni siquiera hay granos de arena; son invenciones tuyas. En primer lugar, creas granos de arena de la nada, y después creas montañas de esos granos de arena.

Y los sacerdotes, los gurús y los psicoanalistas están encantados, porque su negocio existe gracias a ti. Si no crearas granos de arena de la nada y no transformaras esos granos de arena en montañas, ¿cómo iban a ayudarte los gurús? En primer lugar, tienes que encontrarte en la situación de que te ayuden.

Fíjate, por favor, en lo que estás haciendo, en las tonterías que estás haciendo. En primer lugar creas un problema y después buscas una solución. Fíjate en por qué creas el problema. Justo al principio, cuando empiezas a crear el problema, allí mismo está la solución. ¡No lo crees!

Pero eso no te gustará, porque de repente te verás cara a cara contigo mismo. ¿Y no se puede hace nada? ¿Ni satori, ni iluminación, ni samadhi?

Y te sientes inquieto, vacío, e intentas llenarte con lo que sea.

No tienes problemas: eso es lo único que tienes que comprender.

Puedes deshacerte de todos tus problemas ahora mismo, porque son invenciones tuyas.

Échale otro vistazo a esos problemas tuyos. Cuanto más profundices, más pequeños te parecerán. Sigue examinándolos y poco a poco empezarán a desaparecer. Sigue mirando y de repente te darás cuenta de que hay un vacío, de que te rodea un vacío maravilloso. Nada que hacer, nada que ser, porque ya eres eso.

La iluminación no es algo que haya que alcanzar, sino vivir. Cuando digo que yo alcancé la iluminación, simplemente quiero decir que decidí vivirla. ¡Ya estaba bien! Y desde entonces la vivo.

Tomas la decisión de que ya no quieres crear más problemas; nada más. Es la decisión de acabar con todas esas tonterías de crear problemas para encontrar soluciones.

Todas esas tonterías son un juego al que juegas contigo mismo, el juego del escondite, en el que tú te escondes y tú te buscas. Y lo sabes.

Por eso cuando lo digo sonríes, te ríes. No estoy diciendo ninguna ridiculez, y tú lo comprendes. Te ríes de ti mismo. Fíjate en tu risa, fíjate en tu sonrisa; lo comprendes. Así tiene que ser, porque es tu propio juego: te escondes y esperas hasta que puedas buscarte y encontrarte.

Puedes encontrarte ahora mismo, porque eres tú quien se esconde.

Por eso los maestros del zen golpean a las personas. Cuando alguien le dice a un maestro: «Quisiera ser un Buda», el maestro se enfurece. Esa persona está pidiendo una estupidez; es un Buda. Si Buda acude a mí y me pregunta cómo puede ser Buda, ¿qué tendría que hacer yo? ¡Darle un capón! «¿Me estás tomando el pelo? Eres un Buda.»

No te busques complicaciones innecesarias. Y un día lo comprenderás, si observas cómo agrandas un problema, cómo le das vueltas, cómo contribuyes a que la rueda vaya más y más deprisa. De repente te verás en el punto culminante del sufrimiento y necesitas que el mundo entero te compadezca.

Eres estupendo creando problemas. Compréndelo y de repente desaparecerán los problemas. Estás perfectamente: naciste perfecto, y en eso consiste el mensaje. Naces perfecto; la perfección es tu naturaleza más íntima. Simplemente tienes que vivirla. Decídete a vivirla. Si todavía no te has hartado del jueguecito, adelante, pero entonces no preguntes por qué. Lo sabes. El porqué es muy sencillo. El ego no puede existir en el vacío; necesita algo contra lo que luchar. Te servirá incluso un fantasma de tu propia imaginación, pero tienes que luchar contra alguien. El ego sólo existe en el conflicto, porque el ego no es una entidad, sino una tensión. Siempre que se produce un conflicto, surge la tensión y el ego entra en acción; cuando no hay conflicto, desaparece la tensión y también desaparece el ego. El ego no es sino una tensión.

Y claro está, nadie quiere tensiones pequeñas, sino tensiones enormes. Como si no tuvieras suficiente con tus propios problemas, empiezas a pensar en la humanidad, el mundo, el futuro... el socialismo, el comunismo y todas esas bobadas. Piensas en eso como si el mundo entero dependiera de tus consejos. Piensas: «¿Qué va a pasar en Israel? ¿Qué va a pasar en África?». Aportas tus consejos, y creas más problemas.

La gente se pone muy nerviosa; no puede dormir porque hay una guerra. Se ponen muy nerviosos. Su vida es tan normal y corriente que tienen que encontrar algo fuera de lo normal en otra parte. La nación pasa por ciertas dificultades, y se identifican con la nación. La cultura pasa por dificultades, o la sociedad tiene dificultades grandes problemas con los que te identificas. Eres hindú y la cultura hindú tiene dificultades, o eres cristiano y la Iglesia pasa por dificultades. El mundo entero está en juego.

Es el momento de sentirte importante con tu problema.

El ego necesita problemas. Si comprendes esto, por el hecho mismo de comprenderlo las montañas vuelven a reducirse a granos de arena, y los granos de arena desaparecen. De repente sólo existe el vacío, el vacío absoluto a tu alrededor. En eso consiste la iluminación: en comprender hasta lo más profundo que no existe ningún problema.

Y entonces, sin ningún problema que resolver, ¿qué vas a hacer?

Pues empezarás a vivir inmediatamente. Te dedicarás a comer, a dormir, a amar, a charlar, a cantar, a bailar... ¿Qué más se puede hacer? Te has transformado en un dios, has empezado a vivir.

Si existe un dios, una cosa es cierta: que no tiene problemas. Eso es seguro. Entonces, ¿qué hace todo el tiempo? Sin problemas, sin consultas de psiquiatras, sin gurús a los que someterse... ¿Qué hace ese dios? ¿A qué se dedica? Igual se está volviendo loco, dándole vueltas a la cabeza...

Pues no; está viviendo; su vida está plena con la vida. Come, duerme, baila, tiene su historia de amor pero sin problemas.

Empieza a vivir este momento y verás que cuanto más lo vives menos problemas tienes, porque ahora que tu vacío ha empezado a florecer, a estar vivo, ya no te hacen falta. Cuando no vives, esa misma energía se echa a perder. Esa energía que debería haber florecido se queda estancada, no puede florecer, y entonces se transforma en una espina que se te clava en el corazón. Es la misma energía.

Intenta obligar a un niño a sentarse en un rincón sin moverse, completamente inmóvil. Fíjate en lo que ocurre: unos minutos antes estaba tan ricamente, sin problemas; de repente se pone todo colorado porque tiene que realizar un esfuerzo, contenerse. Se le pone el cuerpo rígido, intenta juguetear aquí y allá, moverse. Has obligado a la energía a quedarse quieta: no tiene ningún objetivo, ningún significado, no tiene espacio por el que moverse, no tiene dónde desarrollarse y florecer; se ha quedado parada, rígida, helada. El niño está muriendo, sufriendo una muerte temporal. Si no dejas que el niño vuelva a corretear por el jardín, a jugar, empezará a crear problemas. Empezará a fantasear; creará problemas mentalmente y empezará a enfrentarse a esos problemas. Verá un perro enorme y tendrá miedo, o verá un fantasma y tendrá que luchar para escapar de él. Está creando problemas: la misma energía que fluía a su alrededor hace unos momentos, en todas las direcciones, se ha quedado estancada, se ha echado a perder.

Si las personas pudieran bailar un poco más, cantar un poco más, enloquecer un poco más, su energía fluiría más fácilmente y sus problemas desaparecerían poco a poco.

Por eso hago tanto hincapié en la danza. Baila hasta el orgasmo, deja que toda la energía se transforme en danza, y de repente te darás cuenta de que ya no tienes cabeza, de que la energía atascada en tu cabeza se mueve por todas partes, creando dibujos maravillosos, en continuo movimiento. Y cuando estás bailando llega un momento en el que tu cuerpo deja de estar rígido, se hace flexible, fluido. Cuando bailas llega un momento en que tus límites no están tan claros, en el que te disuelves y te fundes con el cosmos, y los límites se mezclan.

Observa a un bailarín, y te darás cuenta de que se ha convertido en un fenómeno de la energía, de que ya no tiene una forma rígida, de que ya no está encerrado en un marco. Se sale de su marco, de su forma, y flotando, adquiere más y más vida. Pero sólo comprenderás lo que realmente ocurre cuando tú empieces a bailar. La cabeza desaparece; vuelves a ser niño. Entonces no creas problemas.

Vive, baila, come, duerme, hazlo todo lo más completamente posible.

Y no dejes de recordar lo siguiente: en cuanto te des cuenta de que estás creando un problema, olvídalo inmediatamente. Una vez que te metes en un problema, necesitas una solución. E incluso si encuentras una solución, de esa misma solución surgirán miles de problemas. Si das un paso en falso al principio caes en la trampa.

Si te das cuenta de que te estás metiendo en un problema, cuidado: corre, baila, pega saltos, pero no caigas en el problema. Haz algo inmediatamente para que la energía que estaba creando esos problemas se deshaga, se deshiele, vuelva al cosmos.

Los pueblos primitivos no tienen muchos problemas. He conocido grupos primitivos en la India que aseguran no soñar. Freud no se lo habría creído. No sueñan, pero si alguien sueña -un fenómeno raro-, toda la aldea ayuna y reza a Dios. Ha pasado algo malo, algo ha ido mal... alguien ha soñado. Nunca ocurre en su tribu, porque viven tan completamente que la cabeza no tiene nada que añadir mientras duermen.

Si dejas algo a medias se completará en tus sueños; lo que no has vivido se queda colgando, como una resaca, y se completa en la mente: en eso consisten los sueños. Te pasas el día pensando. Tanto pensar significa simplemente que tienes más energía de la que utilizas para vivir, que tienes más energía de lo que requiere lo que tú llamas vida.

Te estás perdiendo la auténtica vida. Gasta más energía y te surgirán nuevas energías. No seas tacaño. Gástalas hoy, para que el día de hoy sea completo; mañana, ya se verá; no te preocupes por el mañana. Las preocupaciones, los problemas, las angustias sólo demuestran una cosa: que no vives como es debido, que tu vida no es una fiesta, una danza. De ahí surgen los problemas.

Si vives, el ego desaparece. La vida no sabe del ego, sólo sabe del vivir, y del vivir y del vivir. La vida no sabe del yo, no sabe de un centro, no sabe de separaciones. Inspiras el aire, y la vida entra en ti. Espiras el aire, y tú entras en la vida. No existe separación. Comes, y los árboles entran en ti a través de los frutos. Llega el día en que mueres, te entierran y los árboles te absorben y te transformas en fruta. Tus hijos te comerán. Tú te has comido a tus antepasados; los árboles los han transformado en frutos. ¿Qué crees, que eres vegetariano? No te dejes engañar por las apariencias. Todos somos caníbales.

La vida es una y no para de moverse. Te llega y te traspasa. En realidad no está bien decir que te llega, porque parece que la vida entra en ti y sale de ti. Tú no existes, sólo existe este ir y venir de la vida. Tú no existes; sólo existe la vida en sus formidables formas, en su energía, en sus múltiples delicias. En cuanto comprendas esto, que sea la única ley por la que te rijas.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

lunes, 3 de febrero de 2020

¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL PERDONAR?


Respuestas a preguntas
Pregunta 2 (continuación):

¿Por qué es tan difícil perdonar, dejar de aferrarse a esas heridas infligidas hace tanto tiempo?

El ego existe en la desdicha; cuanto mayor es la desdicha, más se alimenta el ego. En los momentos de dicha el ego desaparece por completo, o lo que es lo mismo: si el ego desaparece, te inunda la dicha.

Si quieres el ego, no puedes perdonar, no puedes olvidar, sobre todo las heridas, los insultos, las humillaciones, las pesadillas. No sólo no puedes olvidar; lo exagerarás, lo llevarás al límite. Olvidarás todo lo hermoso que te ha ocurrido en la vida, no recordarás los momentos de alegría; al ego no le sirven de nada. La alegría es como un veneno para el ego, y la desdicha, como una dosis de vitaminas.

Tienes que comprender el mecanismo del ego. Si intentas perdonar, no es un verdadero perdón. Con un poco de esfuerzo, conseguirás reprimir; nada más. Sólo puedes perdonar cuando comprendes la estupidez del juego que se desarrolla en tu mente. Hay que comprender ese absurdo hasta el final, porque si no reprimirás algo por un lado y empezará a salir por otro. Lo reprimirás de una manera, y asomará de otra manera, a veces con tal sutileza que te resultará casi imposible reconocerlo, reconocer que es la misma vieja estructura, tan renovada, tan reformada, que parece casi nueva.

El ego vive en lo negativo, porque es fundamentalmente un fenómeno negativo: existe gracias a decir no. El no es el alma del ego. Y ¿cómo puedes decir no a la dicha? Puedes negarte a la desdicha, puedes negarte a los sufrimientos de la vida. Pero ¿cómo decir no a las flores, a las estrellas, a las puestas de sol y a todo lo que es bello, divino? Pues la vida desborda de esas cosas, está llena de rosas, pero tú te empeñas en coger las espinas; has invertido mucho en esas espinas. Por un lado dices: «No, no quiero tanta infelicidad», y por otro lado te aferras a ella. Y llevan siglos predicando que perdonemos.

Pero el ego puede vivir gracias al perdón, puede empezar a alimentarse de nuevo gracias a esa idea: «He perdonado. He perdonado incluso a mis enemigos. No soy una persona normal y corriente». Y no lo olvides: uno de los fundamentos de la vida consiste en que la persona normal y corriente es la que piensa que no lo es; la media de la población piensa que no lo es. En cuanto reconozcas que eres normal y corriente, te saldrás de lo normal y corriente. En cuanto aceptes tu ignorancia, habrá entrado el primer rayo de luz en tu ser, habrá brotado la primera flor.

Falta poco para la primavera.

Dice Jesucristo: «Perdona a tus enemigos, ama a tus enemigos». Y tiene razón, porque si eres capaz de perdonar a tus enemigos te librarás de ellos; si no, seguirán persiguiéndote. La enemistad es una especie de relación, más profunda que lo que llamáis amor.

Hoy alguien ha planteado otra pregunta: «Osho, ¿por qué una historia de amor armoniosa parece aburrida y muerta?». Pues por la sencilla razón de que es armoniosa. Pierde toda atracción para el ego; parece como si no existiera. Si es completamente armoniosa te olvidarás por completo de ella. Falta el conflicto, falta un cierto enfrentamiento, cierta violencia, un poco de odio. El amor -lo que llamáis amor- no es muy profundo. Es superficial, o quizás incluso menos que superficial. Pero el odio sí es muy profundo, tan profundo como el ego.

Jesucristo tiene razón cuando dice que perdonemos, pero se le interpreta mal desde hace siglos. Buda dice lo mismo; todos los que han despertado dicen lo mismo. Naturalmente, pueden diferir en la lengua, en la edad, en la época, porque son personas distintas y hablan lenguas distintas, pero lo esencial no puede ser diferente. Si no puedes perdonar, eso significa que vivirás con tus enemigos, con tus heridas, con tus dolores.

De modo que por un lado quieres olvidar y perdonar, porque la única forma de olvidar es perdonar -si no perdonas no puedes olvidar-, pero por otro existe una relación más profunda. A menos que comprendas esa relación, ni Jesucristo ni Buda te servirán de ayuda. Recordarás sus hermosas palabras, pero no pasarán a formar parte de tu modo de vida, no circularán por tu sangre, por tus huesos, por tu médula. No formarán parte de tu clima espiritual; te resultarán ajenas, algo impuesto desde fuera; al menos te atraen intelectualmente por su belleza, pero en lo existencial seguirás viviendo como siempre.

Lo primero que hay que recordar es que el ego es el fenómeno más negativo de la existencia. Es como la oscuridad. La oscuridad no tiene existencia positiva; es simplemente la ausencia de luz. La luz tiene una existencia positiva; por eso no se puede hacer nada directamente con la oscuridad. Si tu habitación está a oscuras, no puedes echar esa oscuridad de la habitación, no puedes eliminarla por medios directos. Si intentas luchar contra ella, te derrotará. No se puede derrotar a la oscuridad con la lucha. A lo mejor eres un gran luchador, pero te sorprenderá saber que no puedes derrotar a la oscuridad. Es imposible, por la sencilla razón de que la oscuridad no existe. Si quieres hacer algo con la oscuridad, tendrá que ser por mediación de la luz. Si no quieres la oscuridad, enciende la luz. Si quieres la oscuridad, apaga la luz. Pero haces algo con la luz; no se puede hacer nada directamente con la oscuridad. Lo negativo no existe, y lo mismo ocurre con el ego.

Por eso no te aconsejo que perdones. No digo que ames y no odies.

No digo que abandones todos tus pecados y te hagas virtuoso. La humanidad ha intentado todas esas cosas y no lo ha conseguido. Mi tarea es completamente distinta. Lo que yo digo es: lleva la luz a tu ser. No te preocupes por esos fragmentos de oscuridad.

Y en el centro mismo de la oscuridad está el ego. El ego es el centro de la oscuridad. Tienes que encender la luz —con el método de la meditación-, hacerte más consciente, estar más alerta. Si no, seguirás reprimiendo, y cuando algo se reprime hay que reprimirlo una y otra vez.

Pero es un ejercicio inútil, completamente inútil. Volverá a surgir de cualquier otra parte. Encontrará otro punto más débil.

Has preguntado: «¿Por qué es tan difícil perdonar, dejar de aferrarse a esas heridas infligidas hace tanto tiempo?».

Por la sencilla razón de que es todo lo que tienes, y sigues jugueteando con tus viejas heridas para que se mantengan recientes en el recuerdo. Jamás dejarás que cicatricen.

Un hombre estaba sentado en un vagón de tren. Frente a él había un sacerdote con una cesta de merienda. Como aquel hombre no tenía nada mejor que hacer, se dedicó a observar al sacerdote.

Al cabo de un rato el sacerdote abrió la cesta y sacó una servilletita, que se puso pulcramente sobre las rodillas. Después sacó un cuenco de cristal y lo colocó sobre la servilleta. Después sacó un cuchillo y una manzana, peló la manzana, la cortó y metió los trozos en el cuenco. A continuación cogió el cuenco, se inclinó y tiró la manzana por la ventanilla.

Después sacó un plátano, lo peló, lo cortó, lo metió en el cuenco y lo tiró por la ventanilla. La misma suerte corrieron una pera, una lata de cerezas y una piña, además de un bote de nata: lo tiró todo por la ventanilla tras haberlo preparado meticulosamente. Después limpió el cuenco, sacudió la servilleta y volvió a meterlos en la cesta.

El hombre, que había estado observando al sacerdote con asombro, le preguntó:

-Perdone, padre, pero ¿qué está haciendo?

A lo cual el sacerdote replicó tranquilamente:
-Macedonia de frutas.

-Pero si lo ha tirado todo por la ventanilla.

-Sí -replicó el sacerdote-. Detesto la macedonia de frutas.

Hay personas que pueden seguir haciendo las cosas que detestan.

Viven en el odio. Siguen ahondando en las heridas, de modo que nunca podrán cicatrizar; no dejan que cicatricen; su vida entera depende del pasado.

A menos que empieces a vivir en el presente, no serás capaz de olvidar y perdonar el pasado. No te recomiendo que olvides y perdones todo lo que te ha ocurrido en el pasado; no te lo aconsejo. Lo que digo es lo siguiente: vive en el presente. Ése es el enfoque positivo de la existencia, vivir en el presente. Es otra forma de decir que tengas una actitud más meditativa, que seas más consciente, que estés más alerta, porque cuando eres consciente, cuando estás alerta, vives en el presente.

La consciencia no puede estar ni en el pasado ni el futuro. La consciencia sólo sabe del presente. La consciencia no sabe del pasado ni del futuro; sólo tiene un tiempo verbal: el presente. Sé consciente, y a medida que vayas disfrutando del presente, a medida que sientas la dicha de estar en el presente, dejarás de caer en esa estupidez que hace todo el mundo.

Dejarás de volver al pasado. No tendrás que olvidar y perdonar; eso desaparecerá sin más. Te sorprenderá... ¿Adonde ha ido a parar todo eso?

Y en cuanto deja de existir el pasado, también desaparece el futuro, porque el futuro no es sino una proyección del pasado. Liberarse del pasado y del futuro significa probar por primera vez la libertad. Y en esa experiencia te haces total, sano; se cicatrizan todas las heridas. De repente dejan de existir las heridas; empiezas a sentir un bienestar que surge de tu interior. El bienestar es el comienzo de la transformación.


Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
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