El pensamiento normativo se alimenta de una serie de mandatos aparentemente irrevocables (y se esconde detrás de ellos) para justificar su conformismo y evitar la entrada de lo nuevo en escena.
Tres de estas distorsiones que fomentan la resistencia al cambio:
1) resignación normativa: «Nada va a cambiar»;
2) fatalismo conformista: «El cambio no es conveniente»; y
3) baja autoeficacia: «No seré capaz de enfrentarme a lo que viene.»
BAJA AUTOEFICACIA: «NO SERÉ CAPAZ DE ENFRENTARME A LO QUE VIENE»
Aquí el problema es más personal. La dificultad no está tanto en el cambio en sí, sino en la incapacidad percibida para hacerle frente: «¿Seré capaz de adaptarme?» Si dudo de mi potencial, mi inteligencia y mi disposición para acoplarme a los imponderables, los cambios venideros serán vistos como una cuestión de vida o muerte y no como una oportunidad para crecer.
Lo que desconocen las personas con baja autoeficacia es que la adaptación requiere tiempo y que durante este proceso de adaptación es normal que cometamos errores. No existen transformaciones cómodas e indoloras; todas duelen. El cambio —es decir, pasar de un estado a otro— así sea positivo, siempre produce algún tipo de crisis: es la mente que se actualiza a sí misma. El miedo a no ser capaz, a equivocarse y a quedar relegado son los temores más incapacitantes, porque bloquean la mayoría de las funciones psicológicas e incrementan la resistencia al cambio. Al dudar de uno mismo, ya no habrá un punto de referencia en el que confiar. La dificultad se multiplica y el yo entra en estado de hibernación. El sociólogo Bauman71 sostiene que, en la actualidad, el miedo a quedar rezagados aparece cuando nos enfrentamos a los avances de la tecnología y a una posmodernidad que exige, cada vez más, respuestas inteligentes y adaptativas: