lunes, 4 de septiembre de 2017

EL SEÑOR HAN


El honorable señor Han, mandarín de alto rango, gozaba de un retiro amable en su finca campestre. No detestaba la sociedad, y recibía a menudo al señor Siu, un vecino de trato agradable. Aquel día, mientras conversaban los dos bajo la fresca sombra, tomando el té y comiendo pasteles de arroz, les llegó desde las cocinas el ruido de un altercado. El señor Han se informó. ¡Un monje mendicante quería ser recibido por el dueño de la casa en persona! 

-Insiste con descaro ... -explicó el intendente. 

-¡Dejadle venir! -dijo el señor Han. 

El monje zen, vestido con ropas gastadas y agujereadas, no tenía buena apariencia. El señor Han le interrogó con bondad: 

-Llegué hace poco a vuestra pequeña aldea -dijo el miserable clérigo-. Me he instalado en el templo en ruinas, al este del pueblo. ¡Me han hablado de vuestra generosidad, y por esto he venido! 

Mientras hablaba, el monje andrajoso se servía abundantemente de los alimentos dispuestos en la mesa. Apreciaba los pasteles de arroz, tanto los salados como los dulces. Picoteaba a su gusto en los tazones de porcelana y comía aquí semillas de calabaza, y allí de girasol. No desdeñaba los panecillos de carne, y se comió tres, perfumados con semillas de sésamo y de loto. Entre dos bocados cogía almendras y frutos secos y, para digerirlo todo, bebía numerosas tazas de té. Una veintena, contabilizó el señor Siu, al que la desvergüenza del personaje escandalizaba.

LO IMPORTANTE ES EL CAMINO


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