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jueves, 10 de marzo de 2022

CONTRATAPA: EL MAESTRO SUFÍ


El maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los 
alumnos no siempre entendían el sentido de la misma...

- Maestro - lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado...

- Pido perdón por eso. - se disculpó el maestro - Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.

- Gracias maestro. - respondió halagado el discípulo.

- Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?

- Si. Muchas gracias - dijo el alumno.

- ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?...

- Me encantaría... Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro...

- No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte... Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo...

- No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! - se quejó sorprendido el discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:

- Si yo les explicara el sentido de cada cuento... sería como darles a comer una fruta masticada.

de la sabiduría sufi



Extracto del libro:
Cuentos para pensar
Jorge Bucay
Fotografía de Internet

sábado, 5 de marzo de 2022

UN LUGAR EN EL BOSQUE

En Octubre de 1996 viajé a Nueva York, para empezar mi año 47º con mi "hermano de vida" Ioshúa. Su hermano de vientre David me regaló este cuento jasídico que hoy elijo compartir contigo como regalo de despedida.

Esta historia nos cuenta de un famoso rabino jasídico:

Baal Shem Tov.

Ball Shem Tov era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían que él era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba.

Se había hecho una tradición en este pueblo: Todos los que tenían un deseo insastifecho o necesitaban algo que no habían podido conseguir iban a ver al rabino.

Ball Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único, que él conocía, en medio del bosque.

Y una vez allí, cuenta la leyenda, que Ball Shem Tov armaba con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja... como si fuera para él mismo.

Y dicen...

que a Dios le gustaban tanto esas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego armado de esa manera, quería tanto a esa reunión de gente en ese lugar del bosque... que no podía resistir al pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que ahí estaban.


Cuando el rabino murió, la gente se dió cuenta de que nadie sabía las palabras 
que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo...

Pero conocían el lugar en el bosque. Sabían cómo armar el fuego.

Una vez por año, siguiendo la tradición que Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insastifechos se reunían en ese mismo lugar en el bosque, prendían el fuego de la manera en que habían aprendido del viejo rabino, y como no conocían las palabras cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en ese mismo lugar alrededor del fuego.

Y dicen...

que Dios gustaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque y de esa gente reunida... que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igual concedía los deseos a todos los que ahí estaban.

El tiempo ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido perdiendo...

Y aquí estamos nosotros.
Nosotros no sabemos cuál es el lugar en el bosque.
No sabemos cuáles son las palabras...
Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego a la manera que el Baal Shem Tov lo hacía...
Sin embargo hay algo que sí sabemos:
Sabemos esta historia,
Sabemos este cuento...

Y dicen...

que Dios adora tanto este cuento...
que le gusta tanto esta historia...
que basta que alguien la cuente...
y que alguien la escuche...
para que él, complacido,
satisfaga cualquier necesidad
y conceda cualquier deseo
a todos los que están compartiendo ese momento...

Así sea...



Extracto del libro:
Cuentos para pensar
Jorge Bucay
Fotografía de Internet

martes, 1 de marzo de 2022

OBITUARIO PARA UN HOMBRE SINGULAR


28 de noviembre de 1984

Hoy a muerto un hombre.
Este hombre era mi amigo.
Este hombre tenía 35 años.
Desde alguna perspectiva, demasiado joven, sobre todo desde la óptica de la edad que las estadísticas reservan para la muerte.

Tiempo suficiente para lo hecho y absolutamente insuficiente para todo lo que dejó sin hacer.

Este hombre era un ser humano interesante y una persona magnífica, pero básicamente era un individuo muy particular.

Las opiniones sobre su existencia oscilan desde quienes lo tenían por un pedante insoportable hasta quienes sostienen que tenía la lucidez y la falta de humildad de los genios. Yo, que lo conocí como nadie, puedo contar que no era ni un genio ni un pedante. Era una persona que disfrutaba de su hacer y que, definido por sí mismo como un hedonista, vivía, como es lógico, haciendo.

Esta tendencia indiscriminada a la acción fue, quizás, una de las mayores dificultades que enfrentó en su relación con los demás.

Casi todos, para él, eran muy lentos o inactivos, y por alguna razón que creo adivinar, se rodeó permanentemente de seres intelectuales perezosos, a los cuales criticó despiadadamente. En un intento de aclarar esta actitud - quizás para justificarlo - pienso que él, no sólo no se consideraba un genio, sino que sospechó toda su vida, que allá, muy atrás o muy adentro, era en realidad un idiota, un inepto, un ineficaz o, simplemente, un ser incapaz de todo acto creativo.

Pero mucho más que la actividad, mi amigo, aquí yacente, amaba la espectacularidad en las cosas. Sus amores debían ser pasiones. Sus gustos infinitos. Su tarea inigualada. Su energía inagotable. En su actividad profesional era, por esto, un maravilloso terapeuta catártico. Nadie como él era capaz de desencadenar un "acting" pleno de descarga emocional. (Me pregunto hoy: ¿Sería ésto lo que siempre buscó para sí?...

Después de todo, él siempre se quejó de no encontrar un terapeuta capaz de ayudarlo definitivamente. ¿Qué quería?
... Quizás un terapeuta como él...)

Todo esto, dicho así, o visto así, lo hace parecer maravilloso.
¿Cómo no enamorarse de alguien que se comprometía con cada cosa que hacía, grande o pequeña, con el mismo absurdamente desbordado entusiasmo?... Y sin embargo, había otra cara de esta alegre moneda, otro aspecto un poco más patético, como a él le gustaba decir, de esta misma situación...
Quizás el lado indeseable de esta modalidad, o, por qué no, el motor de estas características:

Este hombre se aburría con mucha facilidad.

Tal vez sea éste el único verdadero impulso de toda la actividad de mi gran amigo y compañero. Él se enamoraba y se aburría de las personas, de los trabajos, de los deportes, de las maneras de vestir y de decir. Para ser sinceros, se aburría también de maneras de ser y de pensar. A pesar de que hoy, cuando existencialmente llega la hora de cerrar un balance, debo reconocer que hubo también cosas de las cuales nunca se aburrió. Vivió para ellas y por ellas, con toda la pasión con que disfrutaba o sufría sus otras vivencias.

El símbolo más claro que me viene a la memoria es que nunca lo vi cansado, aburrido, harto, o apartándose de sus hijos.
(¿Será ésta la excepción que confirma la regla?, o simplemente, le faltó tiempo para aburrirse...
Afortunadamente para su memoria, nunca lo sabremos).

Es cierto, sin duda, que este hombre amaba a sus hijos por encima de todas las cosas. ¿Amaría a alguien "cómo" amó a sus hijos?.

Más lejos aún: ¿Habrá amando a alguien más alguna vez? (en el sentido que él usaba la palabra amar). Esto es: ¿habrá aceptado a alguien totalmente? Ese sí es un enigma. Una incógnita para los biógrafos. Mi humilde opinión es que él amaba todo el tiempo, excepto... cuando quería a alguien.

Porque cuando este hombre quería a alguien, el amor, la aceptación y la generosidad parecían desvanecerse y en su lugar afloraban sus peores demandas, sus expectativas más enfermizas, sus dependencias más esclavizantes...

Porque se puede dudar si amó o no, pero no cabe ninguna duda de que nunca se sintió verdaderamente amado.

Detrás y a la sombra de este hombre "todopoderoso", fuerte, invulnerable, "pandórico" (valga el neologismo), a la sombra, digo, de este ser deseado y admirado, caminaba su otro ser, oculto como un macabro Mr. Hyde, no por cruel, sino por requiriente... Más de la mitad de su vida el hombre la ocupó en encontrarse cara a cara con este Yo tan escondido. Y finalmente tuvo éxito; no por valiente, que no lo era, sino por testarudo... Cuando después de veinte años de búsqueda, se descubrió ( o creyó descubrirse), descubrió también (o creyó descubrir) que los otros, aquellos a los que amaba, seguían pidiéndoles que fuera el que siempre había sido.

Y él, de alguna manera, claudicó.
Aceptó seguir jugando eternamente su papel de superhéroe, negando con su forzada euforia sus noches más oscuras.

Ni siquiera él mismo supo cómo se las ingenió para conseguirlo, pero nunca contó con nadie. Quiero decir contar. Contar como él pretendía, incondicionalmente. En su interior, él sabía que nadie cuenta con otro incondicionalmente, pero nunca pudo evitar esta búsqueda ridícula de un ser sobre cuya falda reclinar ingenuamente la cabeza y descansar, sin ninguna reserva, cerrando los ojos y bajando la guardia... sin dudas y sin temores. 

Quizás, hoy me esté animando a decir lo que nunca antes le dije en la cara:

Nunca confiaste en nadie.

Duele creer esto de él, tan amigable, tan dispuesto. ¿Quién de ustedes, los que quedan vivos, puede asegurar que fue su amigo?.

Muchos podrían, quizás, jactarse de que él ha sido su amigo pero, ¿quién puede asegurar la reciprocidad de esta relación?.

Sospecho sinceramente que nadie, porque dudo que él, con su mejor buena voluntad, fuera capaz de confiar en los que lo rodearon. No por las dificultades de los demás sino por sus propias incapacidades personales.

Y sin embargo, puedo imaginar que alguna vez debe haber confiado.

Quizás alguna vez, allá lejos en el tiempo, confió...
Quizás confió y lo estafaron...
Pero... ¡qué absurda justificación!.

¿Qué modifica esta supuesta defraudación? ¿Lo hace menos hipócrita?. ¿Le quita, acaso, algo de la responsabilidad de no haber sido capaz de cosechar amigos? (excepto uno, debo reconocer, que se salvó por emigrar). ¿Deja acaso de lado su intervención en este, llamémoslo "fracaso"?...

Si él mismo estuviera escuchando, se negaría a aceptar la comprensión, la compasión o la lástima...

Tantas cosas quedan poco claras en este vida intrincada!...

Una de las más misteriosas solía ocupar algún espacio en las cabezas de quienes lo conocían y querían. ¿Qué pasaba en su vida matrimonial?, ¿qué unía a este hombre con esa mujer?, ¿qué sentía por ella?. La muerte interrumpe la incuestionable respuesta del tiempo.

Lo cierto es que hasta el día de su muerte, cuestionamientos aparte, dudas al margen, y peleas incluidas: él permaneció en convivencia con su esposa.

Sería muy simplista pensar que se quedó por sus hijos.

Sería negador creer que él era totalmente feliz en esta relación.

Sería infantil pensar que él era o se creía incapaz de seducir o ser seducido por otra mujer.

Sería imbécil asumir que él desconocía lo que pasaba, o que lo negaba...

En definitiva, ¿se quedaba por su amor a esta mujer o se quedaba anclado por sus miedos?.

Cualquiera que se lo hubiera preguntado sabría que él la amó y mucho; pero lo que nadie supo es hasta cuándo. ¿La amaba en el momento de su muerte?. Yo supongo que sí. Sin embargo, ella estaba llena de cuentas pendientes respecto de él, o de la vida que él le dio en su momento, o del rol de ella en esta relación. Ella estaba, con toda razón, llena de resentimientos y vacía de las cosas que él le reclamaba desmedidamente. Y digo con toda razón, porque yo creo que la vida con él no debe haber sido fácil ni satisfactoria.

No obstante, hoy, frente a este cadáver, sólo me interesa hablar del hombre, y él creyó haber sido un excelente compañero (por lo menos antes de aburrirse y abandonar la lucha, o mejor dicho, dejar la lucha justamente en manos de ella).

Él creyó haber soportado lo insoportable, tolerado todo y hecho todo lo que podía, para construir la pareja que había soñado.

Lo cierto es que el tiempo no le alcanzó.

El muy tonto siempre hizo responsable a su mujer de estos desencuentros; y justa o injustamente murió pensando que ella no estuvo a la altura de las circunstancias.

A lo largo de sus últimos años, también él fue juntando rencores y resentimientos que ensuciaron su vida... y nunca encontró el agua de un calmo remanso donde lavar esa repulsiva suciedad de años.

Es significativo saber que mucho más intenso que su amor por ella fue la manera en que este hombre quiso a esta mujer.

Porque (esto es innegable) ¡nunca quiso a nadie como la quiso a ella!.

¡Nunca!...

Y quizás este fue el problema.

Sólo a ella le estaba concedido el dudoso privilegio de verlo tal como era.

Exclusivamente en la pareja se animaba a mostrar su lado más débil y dependiente.

Pero tampoco ella podía aceptarlo y contenerlo.

Y si podía, no quería... y si quería, él nunca lo supo.

¿Para qué siguió?. El sabía, enseñaba y repetía que el amor no alcanza, ¿y entonces?.

¡¡El miedo!!.

Es muy probable que esta sea la llave de muchas actitudes y la respuesta del planteado enigma matrimonial: El temor.

Porque así como era capaz de accionar sin restricciones profesionalmente, así como era de temerario en su actividad, así era de débil e inseguro en su interior.

Alguna vez pensó que su verdadero diagnóstico psiquiátrico pasaba más por las fobias que por ningún otro lado. Ya se había dado cuenta, desde antaño, que su histeria era definitivamente una postura, un mecanismo de defensa o en el mejor de los casos una expresión de deseo. Este hombre estaba lleno de miedos. Desde miedos estúpidos y banales, como un brinco cardíaco cuando sonaba el teléfono después de las doce de la noche; hasta terror pánico ante la fantasía de que algo le pudiera pasar a uno de sus hijos (sólo la tos, el dolor de cabeza de uno de ellos bastaba para quitarle el sueño, o por lo menos, la paz).

Y entre los dos extremos, superficiales y profundos, el miedo a la muerte... a su muerte. Un miedo que lo acompañó hasta su último día arruinándole gran parte de su existencia.

En los últimos tiempos se conducía muchas veces como un hipocondríaco, pendiente de su respiración, de su ritmo cardíaco, de sus dolores musculares o de cualquier reacción en su piel o mucosas. Siempre le molestó pensarse hipocondríaco, quizás porque sabía que este episodio que lo mató quedaría disimulado detrás de sus permanentes temores de enfermedades. ¿Sería acaso su hipocondría un anticipo profético de su muerte?, ¿sería esta preocupación sobre la muerte parte de su estructura psicológica o parte de su actitud parapsicológica de anticipación?. Hoy, desde un "después" irreversible, esta inquietud pasa a ser poco o nada importante. De hecho viendo esta historia en retrospectiva, la muerte temprana también podría llegar a ser interpretada como el final natural y deseado de un gasto energético espantoso...

Pero él no quería morirse...

O por lo menos, quería vivir, más que lo que quería morirse.

Porque a pesar de todo lo dicho, este hombre disfrutaba de vivir, y quienes lo rodeaban, él así lo creía, disfrutaban de que existiera. Pero atención: Ese goce mutuo debió mantenerse siempre "a distancia".

Porque él tenía una odiosa costumbre, o mejor dicho una adicción espantante y espantosa:

Esa ridícula vocación de sinceridad a la que el mundo circundante no estaba acostumbrado, ni pensaba acostumbrarse.

Y esta absurda manía de franqueza le traía muchos problemas. El hombre decía: "Yo soy un buen terapeuta" y el mundo le colgaba un cartel de fanfarrón.

Se "jugaba" frente a situaciones a las que otros escapaban y la gente le decía omnipotente.

Se vanagloriaba de sus logros, justamente conseguidos, y su entorno lo castigaba por vanidoso.

Decía la verdad de un "no quiero verte" y su interlocutor le gritaba que era un agresivo.

Dejaba de ir donde no quería y era tildado de antisociable.

Se negaba a mentir y le señalaban su crueldad.

Se negaba a ser "como todos", sólo para no desaparecer, y todos le acusaban de querer ser el centro.

Es necesario aceptarlo.

Él, que era médico, psiquiatra, psicoterapeuta, psicoanalizado, analista, docente en comunicación, guestáltico y más o menos agudo observador del afuera... él, aunque suene extraño, ¡... nunca entendió a la gente!

¿Qué queda del paso por la vida de este ser humano?.

¿Valía la pena?.

Quedan sus hijos y sólo eso ya vale la pena.

Queda lo mucho o poco (yo creo que mucho) que este hombre dió, dejó, enseñó y ayudó a sus pacientes.

Queda la continuidad de su tarea, en otros profesionales de la salud y de la educación que aprendieron, o dijeron aprender de él.

Queda el soporte económico sólido que tanto le preocupaba en los últimos años.

Queda el pensamiento y la manera de escribir de este ser humano.

Queda el registro de su buen humor, de su sonrisa y de su originalidad.

Queda la certeza de que se puede y se "debe" pelear por la propia ideología.

¡Yace aquí, alguien de quien se puede decir, 
sin temor a equivocarse, 
que hizo todo lo que pudo para ser feliz...
y lo consiguió!

Quizás después de todo lo dicho, recién tome sentido, el epitafio que él mismo pidió que se escribiera sobre su tumba:

Ser feliz es sentir la convicción de estar en el camino correcto.



Extracto del libro:
Cuentos para pensar
Jorge Bucay
Fotografía de Internet

domingo, 27 de febrero de 2022

SUEÑOS SEMILLA


En 1980 me crucé con algunos de los libros del Dr. Ira Progoff y 
con su metáforo maravilloso del roble y la bellota. De la lectura de sus trabajos surgió esta idea.

En el silencio de mi reflexión
percibo todo mi mundo interno
como si fuera una semilla,
de alguna manera pequeña e insignificante
pero también pletórica de potencialidades.

... Y veo en sus entrañas
el germen de un árbol magnífico,
el árbol de mi propia vida
en proceso de desarrollo.

En su pequeñez, cada semilla contiene
el espíritu del árbol que será después.
Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol,
Cayendo en tierra fértil,
absorbiendo los jugos que la alimentan,
expandiendo las ramas y el follaje,
llenándose de flores y frutos,
para poder dar lo que tienen que dar.

Cada semilla sabe
cómo llegar a ser árbol.
Y tantas son las semillas
como son los sueños secretos.

Dentro de nosotros, innumerables sueños
esperan el tiempo de germinar,
echar raíces y darse a luz
morir como semillas...
para convertirse en árboles.

Arboles magníficos y orgullosos
que a su vez nos digan, en su solidez,
que oigamos nuestra voz interior,
que escuchemos
la sabiduría de nuestros sueños semilla.

Ellos, los sueños, indican el camino
con símbolos y señales de toda clase,
en cada hecho, en cada momento,
entre las cosas y entre las personas,
en los dolores y en los placeres,
en los triunfos y en los fracasos.
Lo soñado, nos enseña, dormidos o despiertos,
a vernos,
a escucharnos,
a darnos cuenta.
Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos
o en relámpagos de lucidez enceguecedora.

Y así crecemos,
nos desarrollamos,
evolucionamos...

Y un día, mientras transitamos
este eterno presente que llamamos vida,
las semillas de nuestros sueños
se transformarán en árboles,
y desplegarán sus ramas
que, como alas gigantescas,
cruzarán el cielo,
uniendo en un solo trazo
nuestro pasado y nuestro futuro.

Nada hay que temer,
... una sabiduría interior las acompaña...
porque cada semilla sabe...
cómo llegar a ser árbol.



Extracto del libro:
Cuentos para pensar
Jorge Bucay
Fotografía de Internet

miércoles, 23 de febrero de 2022

REBELION


Y de pronto, el timbre sonó.

- ¿Estás ahí? - escuché - Es la hora!.
- Ya vos - contesté automáticamente.
- Ya es tarde. Abre la puerta.

Estaba harto.

Pensé en agarrar el martillo y hacerlo...
Con un poco de suerte podría, de un sólo golpe, terminar con el incesante martirio.

Sería maravilloso.

No más controles

... No más urgencias

... No más cárcel!!

Tarde o temprano todos se enterarían de lo que hice...
Tarde o temprano alguien se animaría a imitarme...
Y después... quizás otro...
y otro...
y muchos otros, tomarían coraje.
Una reacción en cadena que permita terminar para siempre con la opresión.
Deshacernos definitivamente de ellos.

Deshacernos de ellos en todas sus formas...


... Pronto me di cuenta de que mi sueño era imposible.
Nuestra esclavitud parece ser, a la vez, nuestra única posibilidad...
Nosotros hemos creado a nuestros carceleros,
y ahora sin ellos, la sociedad no existiría.
Es necesario que lo admita...

Ya no sabríamos vivir sin relojes!!!



Extracto del libro:
Cuentos para pensar
Jorge Bucay
Fotografía de Internet

sábado, 19 de febrero de 2022

EL GUERRERO


"puedo decir del amor que tuve
que no es inmortal puesto que es llama
pero que es infinito en tanto dure..."
Vinicius de Moraes

El cuerpo gigantesco del guerrero sumerio estaba arado de cicatrices y su piel curtida por el sol y la nieve.

Su nombre era Jormá, y cuenta esta historia que cierta vez, mientras cabalgaba con tres de sus amigos de una ciudad a otra, sufrieron una emboscada a manos de sus más crueles enemigos.

Los cuatro guerreros combatieron con fiereza pero sólo Jormá consiguió sobrevivir, sus tres amigos cayeron muertos durante la lucha.

Ensangrentado y exhausto, Jormá se dió cuenta de que necesitaba descansar, reponer fuerzas y sanar sus heridas.

Miró a su alrededor en busca de un lugar seguro y divisó una pequeña caverna excavada en una montaña cercana.

Casi arrastrándose llegó hasta allí y una vez dentro de la cueva, extendió sobre el piso su piel de osos y se quedó profundamente dormido.

Horas o días después, lo despertó el hambre.

Sintió que su estómago reclamaba algo caliente. Todavía dolorido Jormá decidió salir a juntar algunas ramas y troncos secos para prender un pequeño fuego en su guarida transitoria y comer así un poco de la carne salada que llevaba consigo.

Cuando la luz de las llamas iluminó el interior del refugio, el guerrero no podía creer lo que veía: El reducto que había encontrado no era simplemente una cueva, era un templo, un templo excavado en la roca.

... Por las inscripciones y los símbolos, el sumerio descubrió que el templo había sido construido en honor a un sólo dios...

El dios Gotzú.

Jormá había aprendido a desconfiar de las casualidades , y quizás por eso no dudó en pensar que sus pasos habían sido conducidos hasta la cueva por el mismísimo dios del templo, para poder así guardar su sueño.

Jormá concluyó que esta era una señal:

Desde entonces encomendaría su espalda al dios Gotzú.

Se quedaría allí hasta que sus heridas curasen.

Mientras tanto, prendería un gran fuego debajo del altar que presidía la inmensa imagen en piedra del dios y cazaría algún animal al que sacrificar en su honor.

Cinco días y cinco noches más estuvo el guerreo en la cueva de la montaña, reponiéndose y honrando a Gotzú.

Durante ese tiempo nunca dejó que se apagara la llama que iluminaba el altar.

Al sexto día, Jormá se dio cuenta de que era hora de seguir su camino, y quiso dejar, antes de partir, una ofrenda a Gotzú en señal de gratitud.

- Una llama eterna - pensó - pero ¿cómo conseguirla?

Jormá salió de la cueva y se sentó en una roca al borde del sendero a meditar sobre el problema.

Sabía que un poco de aceite ayudaría a mantener la llama, pero no era suficiente.

Pensó, por un momento que quizás debía buscar mucha leña, tanta como para que nunca se consumiera; tanta, que durara eternamente... pero rápidamente se dio cuenta de lo vano del esfuerzo... mucha madera aumentaría la intensidad del fuego pero no la duración de la llama...

Un monje, de túnica blanca, que caminaba por el sendero se detuvo frente a Jormá.

Tal vez de puro curioso o quizás por la sorpresa de ver a un guerrero en tan reflexiva actitud, el caso es que el monje se sentó frente al sumerio y se quedó inmóvil mirándolo como si pasara a ser parte del paisaje.

Horas después, cuando el sol ya caía, Jormá, todavía seguía pensando...

Lo ocupaba tanto su problema que no se sorprendió demasiado, cuando el monje le habló:

- ¿Qué te pasa guerrero?. Parece preocupado... ¿Puedo ayudarte?.

- No lo creo - dijo el guerrero - Esta cueva, mi señor, es el templo del dios Gotzú, a quien hace cinco lunas he consagrado como mi protector, el destinatario de mis oraciones, el objeto último de mi lucha. Pronto deberé partir y quisiera honrarlo eternamente, pero no sé como conseguir que la llama que he encendido dure para siempre.

El monje meneó la cabeza y como si hubiera adivinado el camino que había recorrido el pensamiento del guerrero le dijo:

- Para que la llama sea eterna, necesitarás algo más que madera y aceite...

- ¿Qué cosa? - Se apuró a preguntar Jormá - ¿Qué más necesito?.

- Magia - dijo el monje secamente.

- Pero yo no soy mago, ni sé de magia.

- Sólo la magia puede conseguir que algo sea eterno.

- Yo quiero que la llama sea eterna - dijo el guerrero... y siguió - ... Si consigo la magia, ¿Me puedes asegurar que la llama para Gotzú será eterna?.

- ¿Asegurar?. Hace una semana ni siquiera sabías de la existencia de este templo a Gotzú... y hoy quieres para él, un homenaje eterno. Esto es lo que hoy deseas... ¿Es que acaso tú puedes asegurar que tu deseo será eterno?...

Jormá hizo silencio.

El guerrero se dio cuenta de que nadie podía afirmar la eternidad de un deseo...

El monje volvió a menear la cabeza y se puso de pie...

Se acercó a Jormá, y apoyándole la mano abierta en el pecho, y le dijo:

- Te diré un secreto:

¡La magia sólo dura mientras persiste el deseo!



Extracto del libro:
Cuentos para pensar
Jorge Bucay
Fotografía de Internet
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