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domingo, 3 de noviembre de 2019

MANIFIESTO DE LIBERACIÓN AFECTIVA MASCULINA


Algunos varones, conscientes del reto que implica la liberación masculina afectiva, hartos de la represión emocional a la que hemos estado sometidos por nosotros mismos y por la cultura, en franca oposición a los valores poco humanistas con los que hemos sido educados, y con un repudio total por la estructura patriarcal de la que hemos sido víctimas y que, supuestamente, estamos obligados a transmitir, expresamos y dejamos estipuladas, desde lo más profundo de nuestro sentir, las siguientes reivindicaciones de libertad emocional. Tenemos derecho:

1. A sentir miedo.

2. A ser débiles y a pedir ayuda cuando así lo consideremos.

3. A ser inútiles, a cometer errores y a no saber qué hacer.

4. A fracasar económicamente, a ser pobres y a experimentar el ocio intensa y vitalmente.

5. A vivir en paz, a negarnos a la agresión, a la guerra y a todo tipo de violencia interna y externa.

6. A emocionarnos y a expresar nuestros sentimientos positivos, ya sea física o verbalmente.

7. A estar más tiempo en familia y a participar en la crianza de nuestros hijos.

8. A comunicarnos afectivamente con los demás hombres, y a fomentar la amistad masculina sin rivalizar ni competir.

9. A disfrutar del sexo sin ser adictos sexuales.

10. A fallar como reproductores y a no transmitir el apellido.

11. A una sexualidad más afectiva y amorosa.

12. A intentar ser fieles.

13. A no humillarnos en la conquista.

Por último, aunque llueva y truene, tenemos el derecho a que las pequeñas primaveras que llevamos dentro, aquéllas de que habla Jabil Gibrán, salgan a retoñar cada vez que quieran hacerlo.

Mayo de 1998



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

sábado, 2 de noviembre de 2019

EL DERECHO A UNA SEXUALIDAD DIGNA


Dignificar la sexualidad masculina no significa racionalizar exageradamente el sexo, ni coartarlo: lo que propongo es abolir la esclavitud sexual a la que hemos estado sometidos. Liberarnos de la obsesión no implica enterrar la libido, sino trascender con ella. La sexualidad es un regalo. Es el momento en el cual se produce la muerte psicológica (la mente parlanchina se calla y el maya se va a dormir) y cuando podemos identificarnos con el universo. Pero si sólo disfrutamos del sexo desconociendo su significado real, además de quedar aprisionados en lo meramente sensorial, estaremos bordeando el peligroso sendero de la dependencia. Definitivamente, la sexualidad es mucho más que genitalidad, y si no vemos esto nunca lograremos aprovechar su increíble magnificencia.

Una sexualidad masculina digna se refiere a una sexualidad que respete la integridad psicológica, tanto del varón como de la mujer. La sexualidad, cuando es digna, no envilece ni corrompe a nadie, porque no genera apego.

El derecho a una sexualidad digna es no desintegrarse en la adicción; es humanizar el sexo en la vivencia del afecto; es no violentarse internamente, ni violentar; es retirarse a tiempo o estar todo el tiempo; es entender que, al menos en la química corporal, el fin no justifica los medios; es transmutarse en el otro hasta desaparecer y no asustarse por ello; es no regalarse, ni castrarse, ni someterse para obtener "favores"; es desnudarse valientemente y luego no querer vestirse; es poner a madurar el placer para que sepa mejor; en fin, ser digno en el sexo es quererse a uno mismo sin dejar de querer, y entregarse sin misericordia, sin lastimar ni lastimarse.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

martes, 22 de octubre de 2019

LA CONQUISTA DEL VARÓN EN EL MUNDO CIVILIZADO


2. La conquista del varón en el mundo civilizado

El abrumarte panorama animal presentado adquiere en el mundo de los humanos matices distintos, aunque la tendencia básica subsiste: la energía libidinosa sigue siendo el motor. Los rituales de conquista masculina crean un derrotero más amañado, menos cruento y más civilizado, pero igualmente competitivo, desgastador y, la mayoría de la veces, tonto. El cortejo social interpersonal, especialmente en los varones, aporta nuevos ingredientes culturales como mentir, exagerar, esconder, disimular, utilizar prótesis, aparentar, fingir y engañar. El galanteo humano está diseñado para exhibir las cualidades y sacar partido de ellas, o inventarlas si fuera el caso.

Ovidio, poeta y pensador romano, algunos años antes de Cristo publicó un manual para seductores llamado Ars amandi, cuya traducción es el Arte de amar (nada que ver con Fromm). El manual consta de infinidad de consejos para triunfar en el arte de la seducción. El éxito del texto fue de tal envergadura que el emperador Augusto lo consideró una de las causas de la corrupción moral reinante en Roma, así que lo prohibió y desterró al pobre Ovidio.

Aunque el escrito también va dirigido a la mujer, la parte central se refiere a como seducir y mantener el amor femenino. El autor no escatima esfuerzos para animar a los varones: "Hasta aquélla que creas más difícil, se rendirá al fin"; advierte sobre el poder de la paciencia: "Tal vez recibas una ingrata contestación, pidiéndote que ceses de solicitarla; ella en su fuero interno teme que la obedezcas y lo que quiere es que sigas insistiendo"; recomienda el acoso sexual moderado como forma de halago: 'A todas les gusta que se lo pidan, tanto a las que lo conceden como a las que lo niegan"; alerta sobre el riesgo de que una vez hechos los regalos, la dama se niegue a dar más: 'Los regalos que le hubieras hecho podrían obligarla a abandonarte, y de momento se lucraría de tu generosidad sin conceder nada a cambio. Por esto hay que mantenerla en la esperanza de que recibirá mucho más. Que confíe en que siempre le vas a dar lo que nunca pensaste... No seas parco en prometer'; recomienda darla impresión de poseer cierta cultura general, aunque no se tenga: "Si alguna muchacha te pregunta los nombres de los reyes vencidos y por las tierras, montes o ríos que figuran en la procesión, responde a todo y afirma lo que no sabes como si lo supieras perfectamente"; y también sugiere un estilo expresivo particular: "El amante ha de estar pálido..., que el semblante demacrado manifieste las angustias que sufres..., para alcanzar tus deseos debes convertirte en un ser digno lástima; que quien te vea exclame al punto: está enamorado".

Como resulta evidente, el costo de este tipo de conquistas, más que la grasa del carnero (como en el caso de los carneros montañeses descrito anteriormente), es la integridad personal. A la larga, vamos en pos de lo mismo que persiguen nuestros predecesores animales, pero de una forma mucho menos honesta y elegante. El Ars armandi es el arte de engatusar a través de la mentira y la propia deshonra.

El ave del paraíso arriba mencionada se cansa y fatiga en su seducción, pero embellece el ritual porque no necesita mentir; lo ennoblece y lo enriquece con lo que verdaderamente es.

La humanización de la conquista requiere dar un gran salto cualitativo, donde la aproximación del varón a la mujer permita un contacto más pacífico, menos depredador, y sin tanta premura sexual. La mayoría de las veces, cuando nos acercamos a ellas, el deseo nos nubla la mente y otras funciones. Al estar absorbidos y empujados por la necesidad sexual, no alcanzamos a reconocerlas como personas. Ni siquiera las vemos. Muchos hombres, luego de la conquista y la culminación del acto, no se acuerdan del rostro de la mujer con la que estuvieron. No tienen la más remota idea de cómo piensa, qué hace, cómo vive y qué siente aquella mujer que hace un rato abrazaban y besaban con pasión. No hubo contacto humano. No estoy diciendo que cada relación necesite de un curso prematrimonial de meses para acceder a la intimidad sexual; lo que propongo es arrojar algo de luz sobre "el oscuro objeto del deseo", y quitarle un poco de sexo al arte de seducir.

Pese a que la paranoia femenina de ver al hombre como un especie de pulpo descontrolado está justificada, a veces se les va la mano. A muchas mujeres les gustaría castrar a más de un varón para poder ser sus amigas y evitar, de esta manera, cualquier interferencia del deseo. Querer descuartizar al hombre para ser su amiga, así sea psicológicamente, no deja de ser una perversión. Aunque la amistad intersexos es una realidad (todos tenemos buenas amigas "con las que no pasa nada"), casi siempre esta "asexualidad" permanece dormida o latente, pero no muerta. Los casos de "íntimos amigos" que ahora son esposos, son innumerables. Muchas amigas que no nos provocan sexualmente, pasarían a ser un manjar luego de algunos meses con ellas en una isla desierta. Para ser amigos de las amigas, o viceversa, no necesitamos despojarnos de la sexualidad que define el propio género. Ser amiga de un varón implica correr el riesgo de un piropo, un chiste o algún comentario con "olor a hombre".

Una mujer de 20 años, supremamente atractiva, se ofendía cuando los amigos le hacían algún comentario sobre sus atributos físicos. En cualquier parte del planeta hubiera pasado lo mismo, pero ella "exigía" que se hiciera caso omiso de sus escotes, sus provocativas minifaldas y sus pantalones ajustados. Las afirmaciones masculinas: "Puedo ser tu amigo, te estimo, pero no puedo dejar de reconocer tus encantos físicos..." o "Como pienso que nuestra amistad es muy valiosa y no la quiero perder, de manera consciente alejo mis malos pensamientos", eran marcadamente ofensivas para ella.

Muchas mujeres se sorprenden de que sus íntimos amigos, "hermanitos"del alma, reconozcan atractivos físicos en ellas y se lo manifiesten. Nadie puede quitarle al otro el derecho al deseo. No estoy diciendo que el amigo hombre necesariamente deba ser un “acoston" sexual, molesto y empalagoso, sino que esa "malicia", en el buen sentido, no se cura ni se extirpa. El hombre lleva su carga de masculinidad las veinticuatro horas. Ser amigo de una mujer es entrar en contacto con su feminidad y no con un ser angelical asexuado, por eso es "amiga" y no "amigo". Lo interesante en cualquier amistad hombre-mujer es, precisamente, compartir la variedad que ofrece la diferencia de género en la manera de ver y sentir la vida; como es obvie, teniendo el sexo relegado, alejado, diluido y bajo estricta vigilancia. Ser amiga de un varón es reconocerlo como tal, como una amalgama de sentimientos masculinos entrelazados, donde el sexo puede estar en un cuarto o quinto plano, casi imperceptible, pero"vivito y coleando". La otra opción es la que asume la sabiduría popular, y eso ya va en gustos: "El mejor amigo de una mujer es un homosexual”

En lo humano, la libido juega muchos más papeles que la mera reproducción mecánica. Los varones debemos aceptar que cuando dejarnos nuestro comportamiento en manos de las ganas sexuales la embarramos, nos equivocamos, entregamos reinos, violarnos, robamos y hacemos el ridículo. Cuando la conquista masculina está dirigida por la típica sobreexcitación instintiva carnal, el varón involuciona, suplica, miente, paga, ruega, en fin, se humilla. Quizá sea hora de sosegarse y permitir que ellas también hagan harte del trabajo. El irrespeto con uno mismo empieza cuando olvidamos el ¡actor humano y dejamos que la urgencia fisiológica elija por nosotros. Nos degradamos cuando nos vendemos al mejor postor, sin pensarlo dos veces y sin importar quién sea. El acercamiento amable es legitimizar y refrendar a la otra persona como una opción aceptable y merecedora de lo que somos. Ni obligarse ni obligar, sino facilitar la concordancia mutua. Hace algunos años, en un baño para caballeros encontré esta poesía anónima, escrita en una pared: 

Exigió un seguro de Vida y le di tres.
Exhortó honestidad comprobada no volví a robar.
Sugirió cumplimiento y jamás llegué tarde.
Aconsejó moderación e intenté el celibato.
Reclamó sigilo y discreción y me volví invisible.
Alentó mi olvido y contraje amnesia.
Pidió que la amara con pasión y desenfado.
Pero estaba ya tan cansado que no fui capaz.

Aunque el sexo esté inmerso en la esencia misma de la seducción masculina (cortejo sin deseo no es cortejo, sino asunto de negocios), y probablemente así va seguir siendo por muchos miles de años, hay que aceptar que no es el único motivador de la conquista del varón. La aproximación hacia el sexo opuesto también está motivada por la búsqueda de compañía, por el compartir las gracias y desgracias de la civilización (por ejemplo hamburguesas y papitas fritas, cine y televisión), por la conversación informal, por el filosofar de bar en bar, por la increíble fuerza que genera la genuina amistad hombre-mujer, por la lujuria oculta y la fantasía anticipada. Lo psicológico, la autoconsciencia para ser más exacto, le da una nueva extensión al galanteo, y lo lanza mucho más allá del simple cuerpo a cuerpo.

Desde mi punto de vista, la conquista sana en humanos no es más que un conjunto de acuerdos implícitos (cuanto más silenciosos mejor) para invadirse mutuamente sin perder la soberanía personal. O dicho de otra forma, es romper en forma respetuosa el territorio del otro, reconociéndolo como un genuino ser que vale la pena explorar por fuera y, sobre todo, por dentro.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

domingo, 20 de octubre de 2019

LA CONQUISTA DEL MACHO EN EL MUNDO ANIMAL


La conquista sexual masculina:
un desgaste agotador

1. La conquista del macho en el mundo animal

Por alguna razón todavía no identificada por los biólogos, el ciclo reproductivo en la naturaleza ha sido organizado de una manera especialmente exigente para los machos. En todas las especies animales la actividad sexual requiere de una inversión de tiempo y esfuerzo sorprendente, que: muchas veces es nefasta para la propia supervivencia. Es realmente impresionante ver el gasto competitivo, ya sea intimidando a los rivales o persuadiendoa las hembras, al cual deben recurrir los machos para cumplir su designio reproductor. Parecería que en toda la escala zoológica la misión del sexo masculino es la misma: reproduccción a cualquier precio. Algunos ejemplos hablan por sí solos.

Se ha encontrado que los carneros montañeses de cuernos más largos son sexualmente más exitosos, pero este éxito tiene un costo: mueren más jóvenes. Los investigadores han demostrado que la causa de su muerte prematura se debe al gasto que ocasiona tener que estar defendiendo constantemente a sus hembras de otros machos. Esta "defensa del harén" elimina gran parte de las reservas de grasa necesarias para sobrevivir en el invierno y, por lo tanto, envejecen o fallecen antes que aquellos carneros de cuernos más pequeños. Parecería que en el reino animal los "cuernos" también son un problema.

La exhibición sexual del ave del paraíso de Nueva Guinea consiste en fabricar un paisaje completo para atraer a las hembras. Primero limpia un tronco grueso y fuerte, luego teje a su alrededor una especie de manta y la decora con flores, alas de escarabajos fosforescentes y frutos. Después hace un techo de un metro de largo y una ventana donde pueda ser observado desde afuera por las interesadas. Para darle un toque de distinción a la construcción, coloca un tapete de musgo a la entrada, que adorna nuevamente con frutos y flores. Para terminar, rodea todo el lugar con una cerca pequeña. Cuesta creer que toda esta inversión de recursos esté destinada exclusivamente a la conquista. Claro que el saltamontes americano común no está mejor que digamos, ya que su forma de cortejar consta de un especie de baile de dieciocho posiciones diferentes, más complicado que la salsa y el tango arrabalero juntos. Y la razón, una vez más, es definitiva: cuanto mejor ejecute su danza, más novias tendrá.

La regla está definida como sigue: mientras las hembras muestran un mayor grado de eficiencia y distribución adaptativa de sus recursos básicos de supervivencia, los machos hacen gala de un despilfarro lamentable y de unas extravagancias seductoras poco prácticas y, en muchos casos, peligrosas. ¿Por qué es así?

Según los expertos, el ciclo reproductivo está definitivamente monopolizado por las hembras y, por lo tanto, a los machos les toca competir por sus favores, incluso cuando el número de hembras es mayor. Y esto no es machismo, sino hembrismo. Toda la estructura biológica animal gira alrededor de un desfase de apetencias sexuales, donde el poder está concentrado en quien menos necesite sexualmente al otro. Hapgood dice al respecto: "Todo esto [la competencia por las hembras en el mundo animal] parece una imagen muy directa de un sistema bastante común donde las hembras son todas altamente deseables por igual a los machos, y todos los machos uniformemente poco interesantes para la hembras".

En casi todos los cortejos de apareamiento, el macho debe rivalizar para obtener los encantos femeninos. Ya se trate del secuestro de la hembra, como ocurre con la abeja de la arena, de la lucha agresiva y directa que utiliza la serpiente no venenosa, del llamar la atención de manera incansable como lo hace el salmón, de la definición de territorios de exhibición masculina, como ocurre en millones de las libélulas machos, o del derecho de residencia que demarca el león, siempre hay que generar algún tipo de confrontación de género. Peleamos y nos matamos por ellas. Incluso los espermatozoides compiten. De doscientos millones de células espermáticas, sólo triunfa una. El óvulo los llama químicamente, los seduce, los atrae hasta que queden unos cuantos: los más aptos. Por último, con el poder que le confiere la naturaleza, el óvulo decide quién es el donante.

Los machos braman, chillan, corretean, saltan, lanzan destellos, gritan, aúllan, bailan, corren, hacen cualquier cosa con tal de ganarse el derecho a la reproducción sexual. Es tanto el apremio, que algunas especies han creado métodos indirectos para salvar su honor y, de todas maneras, procrearse. Por ejemplo, ciertas sabandijas insertan su propio esperma en el conducto espermático de otros machos, para garantizar así que sus genes sean transmitidos: un acto sexual indirecto. Algunos gusanos parásitos, después de aparearse, sellan el tracto genital de la hembra con una secreción coagulante, creando un verdadero cinturón de castidad bioquímico. En cierto tipo de moscas, el macho suelda, por así decirlo, sus genitales con los de la hembra, para no ser removidos jamás. La lista de estratagemas que utilizan los machos para competir sexualmente entre sí, es interminable; y todo por las hembras, por el placer de fabricar vida en ellas.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

lunes, 16 de septiembre de 2019

EL "DONJUANISMO" O EL PROBLEMA DE LA SEDUCCIÓN COMPULSIVA


2. El "donjuanismo" o el problema de la seducción compulsiva

Además de la premura biológica sexual, la infidelidad masculina también hay que buscarla en la desatinada necesidad psicológica de autoafirmarse en la conquista: "Cuantas más mujeres tenga, más macho soy", o de una manera más belicosa: "Cuantas más conquistas logre, más poderoso seré". A la manera del más valiente de los adelantados, el varón tradicional va acumulando trofeos en su haber de perseguidor sexual implacable. Conozco hombres que si pudieran coleccionar las prendas íntimas de sus conquistas femeninas, en realidad habría que decir botines o presas, las expondrían como las cabezas disecadas de los cazadores de safari. Por ejemplo: "Tanga y brasier perteneciente a N.N., mujer caucásica, 25 años, morena, de buena familia...", y así.

La leyenda del don Juan, aunque ya hace su aparición en la Edad Media, cobra su máximo apogeo durante el Siglo de Oro. Tirso de Molina en El Burlador de Sevilla, y Alfonso de Córdoba en La venganza del sepulcro, al igual que Calderón de la Barca, Lope de Vega y Cervantes, sólo para nombrar algunos de los más importantes, dejaron plasmada la personalidad de un prototipo de hombre que, con seguridad, reflejaba algunos aspectos reales de la picardía masculina de la época. Con una vida dedicada principalmente a enamorar por enamorar; y a coronar sus objetivos cuasi militares, el don Juan se mostraba con la finura de la nobleza, la generosidad del rico, la elegancia y el porte del caballero, la arrogancia del poderoso y la valentía del colonizador. Sus hazañas eran envidiadas por los hombres y deseadas por las mujeres.

Realmente, un peligro.

El moderno atesorador obsesivo de conquistas femeninas ha mantenido al menos dos características básicas de su ilustre antecesor.

La primera está relacionada con la forma de abordar su presa. Para el típico seductor, en la guerra el fin siempre justifica los medios, y como en realidad se trata precisamente de invasiones y ocupaciones, el don Juan no escatima recurso alguno: arremete una y otra vez, corazón en ristre, propone matrimonios a diestra y siniestra, jura amor eterno en vano, llora cada vez que se necesite hacer¡(), intenta suicidarse, hace regalos fastuosos, escribe poesías que harían parecer ordinario a Cyrano e, incluso, de ser necesario, sería capaz de acceder por la fuerza al lecho de su amada; en fin, ya sea galanteo o forcejeo, el despliegue de tácticas y estrategias no tiene límites, ni cansancio. Como se trata de un "enamorador profesional", no necesita sentir sino simplemente hacer lo que haría cualquier enamorado. Más aún, el sentimiento sería un estorbo y el acabóse total de su accionar. El cortejo sólo necesita ser interpretado adecuadamente, de acuerdo con los cánones sociales que ellas esperan, y por eso, parte del éxito está en conocer a cabalidad los puntos débiles de las mujeres, activarlos y mantenerlos despiertos el tiempo mínimo para que se rindan a sus pies. El don Juan es un encantador de serpientes y un exacerbador de vanidades. Cuando ataca, es certero, inclemente, frío, desconsiderado y mortal.

La segunda regla que guía las maniobras donjuanezcas es que la cantidad es mucho más importante que la calidad. Carente de toda estética ególatra, este galán es ciego por naturaleza. Su norma es la de cualquier comerciante de aves: "Todo pollo que camina va a parar al asador".

Desde este punto de vista, su misión no es solamente anotar una víctima más, sino hacer que muchas de ellas desfallezcan felices de haber sido "amadas", pese a sus defectos. Más de una inmolada con problemas de autoimagen repetiría gustosa el sacrificio: "Muero contenta, alguien, ¡al fin!, se ha fijado en mí". No importa ser una ficha más de colección, al menos se es parte de un gran coleccionista.

Muchas mujeres, a sabiendas de que se trata de una farsa, deciden vivirla como si fuera un cuento de hadas: "¿Quién podrá quitarme lo bailado?". Cuando el don Juan toca la fibra adecuada de alguna mujer insegura, no sólo crea una nueva pieza de repertorio, sino una esclava de por vida, orgullosa de serlo.

El verdadero don Juan, cuando corona, jamás vuelve a la escena del crimen porque pondría en peligro su reputación. Si regresara, estaría esperando repetir la dosis de placer con la misma persona, lo cual no solamente dañaría su reconocida insensibilidad, sino que correría el riesgo de apegarse o, en el peor de los casos, de enamorarse. El don Juan jamás muere por una estocada, un balazo o una golpiza; por el contrario, eso lo reafirma y lo hace renacer de sus propias cenizas. Este personaje deja de existir cuando se enamora. El amor lo acaba y, al mismo tiempo, lo cura porque le quita la motivación fundamental de seguir por seguir, lo alivia de su compulsión, le quita el sentido enfermizo de su vida, lo absorbe la pasión del explorador y el reto fundamental de la conquista. En otras palabras, lo humaniza.

Pero en cierto sentido, el amor también lo independiza. Porque afirmarse en el número de mujeres seducidas no es otra cosa que depender de ellas. Cada "sí" es un parte de victoria con sabor a derrota. La masculinidad del don Juan se configura en la necesidad de aprobación femenina:

"Necesito que las mujeres me acepten para sentirme hombre", pero no una o dos, sino todas. "Si cotizo, soy varón".

El seductor empedernido es un hombre inconcluso e indefinido tratando de hallarse a sí mismo por el camino equivocado. La admiración o la envidia que otros varones puedan sentir de sus "hazañas", engrandecen su ego pero no le dan seguridad: la confianza sólo proviene del sexo opuesto.

El don Juan no ha resuelto su problema de identificación, aún permanece aferrado a la madre y al falso resguardo de no querer evolucionar hacia su propio ser masculino. Es la variante más peligrosa del hombre apegado-infantil. Pienso que la intención del seductor compulsivo que caracteriza al "donjuanismo", no es lastimar y martirizar a las mujeres sino encontrarse en la autoafirmación que genera la conquista alcanzada. Sin embargo, en la desesperación por hallar un rompecabezas don de pueda encajar, vuelve añicos todo lo que encuentra a su paso. Golpea y lastima por impotencia, pero no por venganza. El don Juan no odia a las mujeres, las necesita para sobrevivir; de ahí su gran debilidad y adicción a ellas. Lo que lo vuelve un enemigo público afectivo no es el rencor y la agresión que caracteriza al sociópata frío y calculador, sino el miedo infantil a permanecer solo e indefinido. El don juan se mueve en una dimensión oscura e insondable, donde no puede ver con claridad y menos aún sentir. Pero si el amor hace su aparición y Cupido lo atraviesa de lado a lado, puede ocurrir el milagro. El monstruo muere en su ley, y por obra y gracia de alguna mujer compasiva, el terrible don Juan se convierte mágicamente en un manso y sensible varón.




Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

viernes, 23 de agosto de 2019

LA FIDELIDAD MASCULINA: ¿UTOPÍA O REALIDAD?


1. Algunas comparaciones hombre-mujer

Aunque no son mayoría, es posible encontrar hombres fieles, es decir, varones con una fuerte convicción hacia la monogamia y un firme dominio sobre sus más recónditos y elementales impulsos. La fidelidad, tal como he dicho en otros escritos, no es ausencia de deseo sino autocontrol y evitación a tiempo. La lealtad en el varón, más que por un estado natural de rectitud hacia la mujer amada, está determinada por su fuerza de voluntad y el imperturbable propósito racional de evitar el engaño: "Quiero mantener mi relación", "No me interesa destruir lo que tengo", "Quiero darle el regalo de la exclusividad a la mujer que amo", y valoraciones por el estilo.

Si consideramos la innegable vulnerabilidad sexual masculina a la promiscuidad y las tentaciones de la civilización moderna, el esfuerzo del varón por mantenerse fiel requiere además de autobservación sostenida, metas a corto plazo de esas que recomiendan Alcohólicos Anónimos, por ejemplo: "Hoy no voy a delinquir". En cambio, la fidelidad femenina no suele necesitar de tanto monitoreo, a no ser que la susodicha entre en desamor. Si la mujer empieza a dudar del amor que siente por el marido o el novio, y alguien interesante para ella le pisa los talones, entonces la cosa se pone grave. Aquí, el autocontrol requerido para mantenerse en el terreno de la fidelidad, mínimamente, es el de un faquir experimentado: el afecto empuja tanto o más que el sexo.

Por lo general, las causas psicológicas de infidelidad son tres: desamor, insatisfacción sexual o aburrimiento. Si a una relación de pareja coja llega una tercera persona que aporta amor renovado, sexo apasionado y/o entretenimiento variado y sugestivo, la cuestión se complica y la incómoda cornamenta es casi que inevitable. Las tres razones expuestas se ordenan distinto en mujeres y en hombres. En las primeras, las prioridades para la infidelidad son: desamor; aburrimiento e insatisfacción sexual. En los segundos, el orden es distinto: insatisfacción sexual, desamor y aburrimiento.

Las estadísticas en América Latina muestran que, en el tema de la infidelidad, los hombres y las mujeres diferimos en algunos puntos. Los varones somos tres veces más infieles que las mujeres. Sin embargo, los hombres somos más confiados: siempre crecemos que a nosotros no nos van a, o no nos pueden engañar. Mientras la mitad de las mujeres piensan que sus maridos le son infieles (y con razón), el 80% de los varones creemos en la fidelidad de nuestras mujeres (yo diría que ingenuamente si consideramos que una de cada tres mujeres reconoce ser infiel). Desde mi experiencia profesional, diría que la diferencia fundamental entre la infidelidad masculina y la femenina, además de la mayor frecuencia en los hombres, está en que los varones son menos conscientes de la infidelidad de sus parejas que las mujeres, o al menos hacen como el avestruz. Es posible que ésa sea la razón por la cual casi siempre se enteran mucho después, o de últimos. Dicho de otra forma, aunque haya más hombres infieles, la mayoría de los varones que son engañados por sus mujeres no tiene idea de lo que está ocurriendo y pondría las manos sobre el fuego por ellas. La quemadura podría ser de quinto grado.

Cuando la mujer decide ser adúltera, la acción delictiva se aproxima al crimen perfecto. Debido a que el costo social de la infidelidad femenina es considerablemente más grande que el del hombre, y es posible que también debido a una meticulosidad y astucia natural femenina, pillarla es muy difícil; a no ser que sufra de enamoramiento crónico y la activación bioquímica la lleve al descuido. Pero en general, a ellas casi no se les nota y el cuerpo del delito suele permanecer bastante oculto. En cambio, la habilidad de engañar sin ser visto en el varón, deja mucho que desear. Las pistas suelen ser tan evidentes que hasta Mr. Magoo en persona las detectaría. A veces, la evidencia en contra es tan apabullante que el infractor parecería haberlo hecho a propósito. Una de las explicaciones psicológicas que se da a este lapsus iflfractoris es el de las ganancias secundarias. Cuando el varón es absurda e ingenuamente descubierto, pueden ocurrir al menos dos beneficios básicos: a) reafirmar su machismo mostrándole a la mujer que aún cotiza, y/o b) eliminar la culpa y el peso de ser infiel ("Ayúdame a salir de ésta"). La primera es una manera estúpida de recordarle a la esposa quién es quién, y la segunda una forma de redimirse ante la humanidad.

Por lo general, la mayoría de las personas, hombres y mujeres, perdona la infidelidad de sus parejas y casi siempre les conceden otra oportunidad. No obstante, en muchos casos "la última oportunidad" se convierte en costumbre, y es entonces cuando comenzamos a negociar con los principios. Una de mis pacientes prefería compartir su marido con otra, a perderlo y quedarse sola. El  esposo, haciendo gala de una extraña forma de honestidad, le contaba con lujo de detalles todo lo que hacía con la otra mujer, mientras ella se limitaba a "comprenderlo" y a esperar que algún día cayera en cuenta de su error. En otro caso, igualmente dramático, un hombre ya mayor llevaba dos años aceptando que su mujer tuviera un amante, para evitar el costo social de la separación y que sus hijos sufrieran con la noticia.

Aunque no nos guste y estemos en desacuerdo, mientras los hombres sigamos ciegamente el mandato sexual, y las mujeres sigan encontrando el insoportable vacío afectivo de un varón ausente, seremos legal y aparentemente monogámicos y en secreto, poligámicos.




Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

domingo, 4 de agosto de 2019

PARTE III: ¿QUÉ TAN IMPORTANTE ES EL AFECTO PARA LA SEXUALIDAD MASCULINA?


3. El buen amante

Muchos hombres inseguros y con problemas de autoestima se acercan a lo sexual con la idea de probarse a sí mismos qué tan hombres son. Cuando se topan con una feminista de avanzada, que exige placer sexual a lo macho, estos varones no disfrutan por quedar bien y cumplir el papel de un desmedido e incansable amante, que más se parece a un "consolador" automático que a un hombre haciendo el amor. Todavía hay varones que miden su masculinidad por el rendimiento sexual cuantitativo que logren alcanzar. Por ejemplo, una creencia que aún se fomenta en el ambiente masculino es que la eyaculación retardada es una de las cualidades básicas que todo buen amante debe poseer para satisfacer a una mujer: "Cuanto más me demoro, más gozan". Esta afirmación, además de incorrecta, muestra un claro desconocimiento de lo femenino. Para la mayoría de las mujeres, el eyaculador retardado, aunque pueda producir satisfacción sexual, deja serias dudas afectivas: "¿Será que no me desea o no le gusto lo suficiente y por eso demora la eyaculación?" o "Si realmente me deseara mucho, no aguantaría tanto". Un hombre sexualmente aguantador no es sinónimo de buen amante, ni mucho menos. Incluso ciertas mujeres pueden llegar a preferir a un eyaculador precoz, porque se sienten más deseadas: "Prefiero saber que se muere de ganas por mí, a satisfacerme sexualmente yo sin que él pueda venirse".

Vale la pena resaltar que el desempeño sexual masculino es especialmente sensible y fácilmente alterable, por diversas variables que no siempre son afectivas. Por ejemplo, la impotencia puede estar relacionada con ausencia de deseo, pero también con un deseo incontenible que produce en el varón miedo a fracasar y, por tanto, debilitación de la erección. El estrés, un mal sueño, el cansancio, el ejercicio físico excesivo, Una mala alimentación, las preocupaciones y los sobregiros bancarios, entre otras muchísimas causas, pueden ser tan buenos o mejores predictores del trastorno que el desamor. Recordemos que, para el varón típico, el sexo no siempre va emparentado con el afecto. Un consejo útil para las mujeres: el comportamiento del miembro viril no parece ser un buen test para medir el amor interpersonal.

Una sexualidad más sana debe comenzar por acabar con el mito del semental, y ejercer el libre derecho a fracasar en la cama, al menos desde el punto de vista del rendimiento sexual. Es absurdo medir al varón por el número de orgasmos y de espermatozoides por minuto. En determinados sectores de la población latina, aún se escuchan calificativos como "Fulanito no sirve", refiréndose a hombres estériles o poco dispuestos al coito. La importancia del linaje y el discutible honor de transmitir el apellido, han creado una valoración excesiva del atributo reproductor. Mientras que la mujer infértil es vista con pesar y consideración, el varón estéril es evaluado como defectuoso e incompleto. Un hombre que no es reproductor, no es tan hombre. Si se considera la importancia excesiva que la sociedad otorga a la potencia reproductora masculina, es apenas entendible que los varones con este tipo de dificultades generen depresión, ansiedad, culpa y serios problemas de autoestima. Se ven a sí mismos como imperfectos, carentes de hombría y con cierta "invalidez viril" que les impide hacerse merecedores del amor femenino.

Pero para consuelo de algunos, el drama de la esterilidad masculina parece ser un problema más generalizado: la calidad y la cantidad de semen está disminuyendo alarmantemente en los los hombres. En los últimos cincuenta años, el varón promedio ha disminuido el número de espermatozoides por mililitro a la mitad (de 113 millones en 1940, a 66 millones en 1990), así como el peso de sus testículos. Ciertos pensadores, futuristas machistas y vanguardistas, creen que más que por los contenedores de plástico, los calzoncilos apretados o los factores ecológicos, la verdadera razón de esta significativa baja espermática estriba en una estrategia evolucionista para detener la natalidad y para desmontar el monopolio sexual femenino. Otros piensan que es la oportunidad para dejara un lado la paternidad responsable o irresponsable. La verdad es que aún no sabemos las razones de este preocupante descenso que, de continuar así, pronosticaría una esterilidad global en los hombres del planeta en la próxima mitad del siglo.

El buen amante, por si a alguien le interesa, no se mide por el tamaño del pene (no tiene nada que ver), ni por la eyaculación retardada (que no es otra cosa que una disfunción sexual tan preocupante como la eyaculación precoz), ni por el número de orgasmos por minuto (eso es más importante en los ratones y los gorilas). Al buen amante hay que buscarlo en "el antes" y "el después" del acto sexual, en los prolegómenos y en las despedidas. El buen amante es un buen amador, que juega una y otra vez las distintas facetas del amor; sin desligarlo del placer. Es el que se entrega plenamente, pero también el que sabe recibir sin restricciones. Ni narcisismo insoportable (exclusivamente receptor sexual-afectivo), ni sumisión decadente (exclusivamente dador sexual-afectivo). La nueva sexualidad masculina es una experiencia encantadora y fascinante, que necesariamente debe tocarse a cuatro manos y a toda máquina. En su Informe sobre caricias, Benedetti explica bellamente la importancia de este "toque" especial:

1
La caricia es un lenguaje
si tus caricias me hablan
no quisiera que se callen

2
La caricia no es la copia
de otra caricia lejana
es una nueva versión
casi siempre mejorada

5
Como aventura y enigma
la caricia empieza antes
de convertirse en caricia

6
Es claro que lo mejor
no es la caricia en sí misma
sino su continuación




Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

martes, 30 de julio de 2019

PARTE II: ¿QUÉ TAN IMPORTANTE ES EL AFECTO PARA LA SEXUALIDAD MASCULINA?


2. El equilibrio afectivo-sexual en la vida de pareja Por todo lo dicho hasta aquí, queda claro que la relación que se establece entre sexo y afecto, y las ponderaciones que hombres y mujeres hacemos al respecto, son determinantes para comprender muchos problemas de pareja. Para la mayoría de los hombres una relación afectiva sin sexo es inconcebible, además de insoportable. Para las mujeres, una relación de pareja sin cariño es insostenible y aterradora. No quiero decir que lo sexual no sea importante para ellas sino que, sin afecto, es incompleto. Los problemas comienzan cuando se rompe el equilibrio entre las necesidades de uno y otro.

Mucho amor y nada de sexo, o viceversa, predisponen a la ruptura. 

G. y R. llevaban 15 años de casados. Ella (G.) era una mujer de 35 arios, arquitecta y excelente madre de tres hijos. Él (R.) un profesional de las finanzas de 37 años, económicamente exitoso y muy buen padre. Pese a tener todas las condiciones a favor, algo andaba mal, o muy mal. R. se sentía sexualmente insatisfecho: "Ella es una mujer muy fría... No es que no acceda a tener relaciones, incluso pone de su parte, sino que no se suelta ...Yo no la veo disfrutar... No toma la iniciativa... Imagínese que lo hacemos una vez por mes... Creo que nunca ha logrado el orgasmo... Me gustaría que fuera más sensual, más atrevida... más ardiente… Me sueño con una mujer más apasionada, a quien le guste ser creativa en la cama y que no vea la relación sexual como una obligación, sino como el mejor de los disfrutes ...El otro día le pedí que me hiciera un striptease y casi me mata... Me pregunto, ¿qué le cuesta hacerlo si sabe que eso me hace feliz?... Es como si yo tuviera hambre y ella no quisiera darme el pan que le sobra. ..Ya estoy cansado de esta situación... Usted entiende que si la cosa sigue así, no respondo...". G. estaba igual o peor de insatisfecha, pero por otra razón: "A veces lo odio... Él no ha podido entender que las mujeres necesitamos cariño y afecto... No sé si seré muy anticuada, pero a mí me motivan los ambientas románticos... Eso de venir y montarla a una como un animal, no me gusta... Yo necesito ternura, cariño... Sentir que me admira y me quiere... No entiendo por qué no me da lo que necesito... A veces pienso que no me quiere ... (llanto prolongado).

Si quiere a alguien que le haga locuras en la cama, ¡que se busque una prostituta!... Nunca tiene una palabra linda para mí... Los hombres me miran y yo sé que soy atractiva, pero soy fiel ...Yo lo amo de verdad, pero si la cosa no cambia creo que es mejor que nos separemos...".

Ellos estaban inmersos en la disputa de nunca acabar: sexo vs afecto. Alguien tenía que empezar a ceder. Pero R. se había criado en una familia muy poco comunicativa y expresiva. Su manera de expresar afecto estaba bastante restringida, y no era una persona asertiva en el amor. G. había sido educada bajo el patrón religioso tradicional y su familia era archiconservadora. Mostraba cierta timidez social y una evidente inhibición a todo lo que tuviera que ver con lo sexual. Para ella, el afecto era una especie de refugio para manejar su ansiedad y poder vivir más tranquilamente su sexualidad. La paralización era de lado y lado. El verdadero miedo de fondo era el mismo: no satisfacer a la pareja. ¿Quién debería dar el primer paso?

Al cabo de varias citas, R. reconoció que era él quien debería iniciar el proceso terapéutico. Los bloqueos psicológicos que presentaba G, necesitaban de mucha paciencia y tiempo, y aunque los impedimentos afectivos de R. también mostraban un grado de dificultad considerable, era más fácil para él abrazar, besar y acariciar, que para ella liberarse sexualmente. El afecto es la puerta que primero debe abrirse en todos los casos de pareja. Cuando R. fue cambiando, G. también. A veces había retrocesos, pero lentamente y guiados por el vínculo que los mantenía unidos, lograron acoplarse. Creo que G. jamás bailará la "danza de los siete velos" o visitará a escondidas un pornoshow, pero logró avanzar significativamente en su capacidad y exploración sensorial. R. tuvo que hacer un esfuerzo para comprender que "sexo no es igual a orgasmo", y ampliar su vivencia de la sexualidad para darle cabida a más cosas; su entrenamiento consistió en entender el funcionamiento sexual femenino desde una nueva perspectiva. Aprendió a crear los ambientes previos propicios para que G. se sintiera cómoda, a acariciarla, a convertir la paciencia en parte fundamental del placer y a ver la sexualidad como parte del amor. R. asimiló una nueva manera de disfrutar. De hecho, al ver que ella sentía placer, más se motivaba a seguir con las recomendaciones, que más que ejercicios sexuales tipo Masters y Johnson eran estrategias de acercamiento afectivo. R. descubrió algo muy importante para cualquier ser humano, pero especialmente para el hombre: si se desea recibir, hay que dar.

Para la gran mayoría de las mujeres, el afecto puede ser tan incitante como la más poderosa de nuestras fantasías. En verdad, si creamos un vínculo afectivo sólido, todo es posible. Si el varón se convierte en un dador sincero de afecto, estará abriendo puertas desconocidas. Y si además cuenta con algo de suerte hallará que, detrás de su apacible y mesurada mujer, posiblemente se esconda una Afrodita alocada, con un toque de Cleopatra y mucho de Mesalina.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet
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