sábado, 31 de marzo de 2018

LA TUMBA


Iba Gabriela abrazada a las flores que llevaba para su hermano Javier, en el cementerio de La Chacarita, cuando por casualidad descubrió la tumba de Osvaldo Soriano. 

—Flores, no quiere —advirtió el cuidador—. El es socialista. 

—A los socialistas nos gustan las flores —dijo Gabriela. 

Y el cuidador meneó la cabeza: 

—Aquí viene cada raro, si usted viera. Si yo le contara... 

Y le contó. Mientras barría el tierral con un escobillón, dijo el cuidador que allí acudían unos raros que se ponían a dar vueltas en torno a la tumba de Soriano y charlaban, no se callaban nunca, no hay un respeto, y se reían: 

—¿Quiere creer? Se ríen, oiga, se ríen. 

Se doblaban de risa los raros, dijo el cuidador, pero eso no era lo peor, si usted supiera, si yo le contara. Y le contó. Confidencial, en voz baja: 

—Le dejan cartas. Le entierran papelitos, quiere creer. 

Cuando el cuidador dio por concluida su denuncia, y pasó a ocuparse, escobillón en mano, de otros difuntos, Gabriela quedó sola. Y a solas, al pie de la tumba, esta leyente agradeció el humor desvestidor y entrañable de los libros del gordo Soriano. 

El cuidador estaba lejos y no escuchó la voz del Gordo, que desde las profundidades susurró: 

—Perdoná que no me levante.


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

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