domingo, 30 de diciembre de 2018

EL HOMBRE QUE SE DISFRAZÓ DE BAILARINA


Una fastuosa fiesta se celebraba en la corte real. El monarca esperaba con ansiedad el momento de la danza, pues era muy amante de la misma. 

Quedaban unos minutos para que tuviera lugar la representación, cuando la bailarina enfermó de gravedad. No se podía desairar al rey, así que se buscó afanosamente otra bailarina para sustituir a la enferma, pero sucedió que no pudo ser hallada ninguna. El carácter del rey era terrible cuando se enfadaba. ¿Qué se podía hacer? 

Uno de los ministros resolvió elegir a uno de los sirvientes y se le ordenó que se disfrazara de bailarina y bailase ante el rey. El sirviente se disfrazó de bailarina, se maquilló minuciosamente y danzó con entusiasmo ante el monarca. El rey, satisfecho, dijo: 

--Aunque en algunas actitudes es un poco varonil, se trata de una gran bailarina. Me siento complacido. 

La pregunta es: Mientras el sirviente interpretaba a la bailarina, ¿dejó de saber que era un hombre? 

Nadie podría contestar, excepto él. 

****

El Maestro dice: El ser humano común se comporta como si el sirviente se hubiera identificado tanto con su papel que hubiera dejado de saber que era un hombre. Cuando se identifica con la personalidad y todo lo adquirido, se olvida de su Ser real.


Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

UNA GRAN RAZÓN DE LA INFELICIDAD


sábado, 29 de diciembre de 2018

ABRIRSE A RECIBIR LA VERDAD


ABRIRSE A LA VERDAD de nuestro ser esencial es, simplemente, cuestión de recibir. Pero debido a nuestro condicionamiento, parece que éste no es un asunto simple. El simple hecho de recibir, de abrirse, suele estar rodeado de miedo y complicaciones. El condicionamiento nos hace temer nuestras profundidades desconocidas, pues sospechamos lo peor.

Pero llega el momento en que podemos y debemos afrontar este miedo primario. Cuando por fin estamos preparados para afrontar lo que sospechamos que es lo peor de nosotros, descubrimos una verdad sorprendente, increíble.

Al abrir la mente a lo que antes temíamos y evitábamos, se revela la capacidad de soportar, aceptar e incluso abrazar verdaderamente la incomodidad, y también el dolor. En definitiva, el verdadero descubrimiento es que, si abrazamos algo completamente, se revela la paz que buscábamos en nuestros intentos de evitar la incomodidad.

La capacidad de recibir es natural. Cuando éramos niños, aceptábamos lo que nos daban. El niño se forma y se desarrolla así de manera natural, a menos que haya algún problema añadido. Para crecer, los organismos deben ser nutridos. Después, a medida que crecemos y nuestras mentes se despliegan, nos damos cuenta de que recibir ciertas cosas nos hace daño: recibir alimento envenenado o en mal estado daña nuestro cuerpo; recibir la falta de amor de una pareja nos destruye emocionalmente; para la mente, recibir una instrucción que enseña a odiar supone un lavado de cerebro.

Gradualmente vamos aprendiendo que no es útil recibir todo lo que se nos ofrece. A partir de ahí, nace la sabiduría discriminadora.

En el mundo en que vivimos, buena parte de lo que se nos ofrece es inútil, y a menudo es potencialmente venenoso. Cuando reconocemos la posibilidad de que se nos haga daño, tendemos a cerrarnos a recibir. Junto con el reconocimiento eventual y esencial de que nuestros padres y nuestro mundo no son tan benevolentes como habíamos creído, sufrimos un gran desengaño que nos impide abrirnos inocentemente y confiar.

A medida que crecemos, experimentamos que incluso nuestros amigos pueden traicionarnos, pueden mentirnos. Experimentamos en nosotros mismos la capacidad de mentir a nuestros amigos, a nuestros maridos, a nuestras esposas, a nuestros profesores, a nuestros gobiernos.

Comprobamos que nuestros propios pensamientos pueden engañarnos y torturarnos; no son de fiar. Nuestras emociones pueden estar fuera de control y tampoco podemos confiar en nuestros cuerpos: se tropiezan y caen, enferman, envejecen y mueren. El mensaje se convierte en “no confíes”, “no te abras”, “abrirse es peligroso, podrías sentirte herido”. Y, junto con esa convicción, se desarrolla una especie de hipervigilancia mental para intentar reunir suficiente información, de modo que si se presenta un momento en el que abrirse resulta seguro, lo reconocemos. La mayor parte de nuestra actividad mental está al servicio de este miedo, y tiene que ver con acumular. Por más acopio que hagamos, siempre habrá más para acumular. Vamos a un profesor tras otro, a un curso tras otro, leemos un libro tras otro, escuchamos una cinta tras otra, en un frenético esfuerzo por acumular la información que creemos necesitar para sentirnos seguros. A lo largo de todo este proceso sentimos un profundo anhelo de seguridad o, como suele decirse, de “volver a casa”, de volver a la inocencia del niño, de entrar en el cielo. Pero a estas alturas nuestra mente ya no es una mente infantil. Nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestras emociones han vivido algunas experiencias muy duras.

Puede que en un momento de gracia te abras a tu esposa o esposo, a tu hijo, a tu amante o a tu profesor, pero inmediatamente aparece la inercia de cerrarse, porque la memoria, consciente o inconsciente, te recuerda que si te abres, puedes sentirte herido.

No pretendo sugerir que intentes abrirte, o que hagas por olvidar el pasado, o que trates de captar. Eso sólo dará lugar a más lucha. Lo que puedes hacer es limitarte a observar cuándo tienes la mente abierta y cuándo tienes una mente cerrada. Puedes observar esos momentos en los que estás abierto a recibir y aquellos en los que rechazas por inercia o hábito. Simplemente di la verdad, no como un modo de acumular más información, sino como una herramienta de autodescubrimiento.

Decir la verdad respecto a cualquier sentimiento, pensamiento o circunstancia establece una base donde puede asentarse el poder de la autoindagación. Indagar es como encender una linterna en un sótano oscuro, donde un viejo horno agrietado que ni siquiera sabías que existía está vomitando gases nocivos que se extienden a toda la casa. La indagación abre la puerta y dirige la luz hacia el sótano, para que puedes mirar y darte cuenta: “Oh, Señor, no me extraña que me sienta enfermo de cuerpo, mente y espíritu”. En ese reconocimiento, sin pensarlo siquiera, la reacción natural es apagar el horno. Es algo que surge de tu propia inteligencia innata. También ves que tienes dentro de ti una capacidad ilimitada de abrir la ventana de tu mente y recibir la frescura de lo verdaderamente puro. Y, entre tanto, reconoces que incluso en la experiencia hiriente y dañina la pureza del ser permanece. El núcleo de tu ser sigue estando entero, independientemente de la fragmentación que se haya producido en torno a él.

No es que la gente no vaya a traicionarte. No es que no vayan a romperte el corazón una y otra vez. Abrirse a lo que está presente puede ser desgarrador. Pero deja que se te rompa el corazón, porque cuando así ocurre, el corazón sólo revela un núcleo de amor irrompible.

Abrir tu mente al silencio que es la fuente de tu mente es abrirte a tu verdadero yo. El silencio consciente ya está abierto. Tú ya estás abierto.

Permite que tu mente deje de acumular información, que deje de imaginarse el futuro, y que deje de elaborar estrategias de supervivencia.

Simplemente permite que tu mente sea sostenida por su fuente. Reconoce que la capacidad de abrirte a la verdad de tu ser siempre está presente.

Cualquiera que sea la pregunta que surja en ti al leer este libro, la respuesta más inmediata es simplemente abrirse. No necesitas entender las palabras.

Limítate a abrir la mente hacia dónde apuntan las palabras. La mente abierta revela el corazón abierto. 

Si te cuesta hacerlo, puedes examinar cuál es la “historia” que hace que la sensación de vulnerabilidad te resulte tan inaccesible. Es posible que hayas creído una historia sobre por qué no puedes o no deberías abrirte. Lo cierto es que no hay nada tan fácil. Es posible que esto suene simplista o abstracto, pero puedes comprobarlo de manera concreta a cada momento de tu vida.

En el instante en que te abres, experimentas que cualquier cosa con la que estuvieras luchando ya no está allí. La verdadera apertura revela que la lucha-el problema, el hombre del coco, el demonio, la herida-en realidad no existe. La apertura no transforma la historia; lo que se revela es que en realidad no existe. La única cosa que mantiene una historia en su lugar es la resistencia a abrirse. Lo que queda, cuando desaparece aquello que temíamos o con lo que luchábamos, es la apertura de la existencia misma: la verdad en el centro de tu corazón.


Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet

NO VUELVAS AL PASADO


jueves, 27 de diciembre de 2018

CONTEMPLAR EL FUTURO SIN MIEDO


También podemos prepararnos para el futuro sin vernos atrapados por nuestros planes. A menudo ni siquiera planificamos o, temiendo el futuro y la incertidumbre, nos quedamos atrapados en la planificación obsesiva. 

Necesitamos aprender a estar en el presente. Cuando realmente estás anclado en el presente, planificas mucho mejor el futuro. Vivir atentamente en el presente no excluye la posibilidad de planificación. Lo único que tienes que saber es no perderte en preocupaciones y miedos relativos al futuro. Si estás arraigado en el presente, podrás traer el futuro al presente y verlo profundamente, sin sumirte en la ansiedad y la incertidumbre. Si de verdad estás en el presente y cuidas de él, estarás asentando los cimientos de un futuro mejor. Y lo mismo podríamos decir con respecto al pasado. La enseñanza y la práctica de la plena conciencia no excluyen la posibilidad de observar profundamente el pasado. Pero si nos dejamos atrapar por los remordimientos y sufrimientos pasados, nuestra atención es inadecuada. Si estamos bien asentados en el presente, podremos traer el pasado al presente y contemplarlo con detenimiento. Desde el presente, podemos contemplar tanto el pasado como el futuro. 

El mejor modo, pues, de aprender del pasado y de planificar el futuro consiste en hacerlo firmemente anclados en el presente. Si tienes un amigo que sufre puedes ayudarle. «Querido amigo, estás en un terreno seguro. Todo está ahora bien. ¿Por qué sigues sufriendo? No vuelvas al pasado. El pasado es un fantasma. Es irreal». Y cuando reconoces que no hay, en él, realidad alguna, sino tan solo imágenes y películas, te liberas. Esa es la esencia de la práctica de la plena conciencia.


Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

PIEL DIFERENTE, COSTUMBRES DIFERENTES, RELIGIÓN DIFERENTE


miércoles, 26 de diciembre de 2018

¿HASTA CUÁNDO DORMIDO?


Era un pueblo de la India cerca de una ruta principal de comerciantes y viajeros. Acertaba a pasar mucha gente por la localidad. Pero el pueblo se había hecho célebre por un suceso insólito: había un hombre que llevaba ininterrumpidamente dormido más de un cuarto de siglo. Nadie conocía la razón. ¡Qué extraño suceso! La gente que pasaba por el pueblo siempre se detenía a contemplar al durmiente. 

¿Pero a qué se debe este fenómeno? 

-se preguntaban los visitantes-. En las cercanías de la localidad vivía un eremita. Era un hombre huraño, que pasaba el día en profunda contemplación y no quería ser molestado. Pero había adquirido fama de saber leer los pensamientos ajenos. El alcalde mismo fue a visitarlo y le rogó que fuera a ver al durmiente por si lograba saber la causa de tan largo y profundo sueño. El eremita era muy noble y, a pesar de su aparente adustez, se prestó a tratar de colaborar en el esclarecimiento del hecho. Fue al pueblo y se sentó junto al durmiente. Se concentró profundamente y empezó a conducir su mente hacia las regiones clarividentes de la consciencia. Introdujo su energía mental en el cerebro del durmiente y se conectó con él. Minutos después, el eremita volvía a su estado ordinario de consciencia. Todo el pueblo se había reunido para escucharlo. Con voz pausada, explicó: 

--Amigos. He llegado, sí, hasta la concavidad central del cerebro de este hombre que lleva más de un cuarto de siglo durmiendo. También he penetrado en el tabernáculo de su corazón. He buscado la causa. Y, para vuestra satisfacción, debo deciros que la he hallado. Este hombre sueña de continuo que está despierto y, por tanto, no se propone despertar. 

***

El Maestro dice: No seas como este hombre, dormido espiritualmente en tanto crees que estás despierto.


Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

A PESAR DEL LEER EL LIBRO


sábado, 22 de diciembre de 2018

SIGUE ADELANTE


Un leñador estaba en el bosque talando árboles para aprovechar su madera, aunque ésta no era de óptima calidad. Entonces vino hacia él un anacoreta y le dijo:

--Buen hombre, sigue adelante.

Al día siguiente, cuando el sol comenzaba a despejar la bruma matutina, el leñador se disponía para emprender la dura labor de la jornada. Recordó el consejo que el día anterior le había dado el anacoreta y decidió penetrar más en el bosque. Descubrió entonces un macizo de árboles espléndidos de madera de sándalo. Esta madera es la más valiosa de todas, destacando por su especial aroma.

Transcurrieron algunos días. El leñador volvió a recordar la sugerencia del anacoreta y determinó penetrar aún más en el bosque. Así pudo encontrar una mina de plata. Este fabuloso descubrimiento le hizo muy rico en pocos meses. Pero el que fuera leñador seguía manteniendo muy vivas las palabras del anacoreta: “Sigue adelante”, por lo que un día todavía se introdujo más en el bosque. Fue de este modo como halló ahora una mina de oro y se hizo un hombre excepcionalmente rico.

***

El Maestro dice: “Sigue adelante”, hacia tu interior hacia la fuente de tu Sabiduría. ¿Puede haber mayor riqueza que ésta?


Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

VER EL PASADO DESDE EL PRESENTE


viernes, 21 de diciembre de 2018

LA INUNDACIÓN


Las iglesias eran obras de confitería y los palacios, obras de juguetería; algunas casas parecían cajitas de música. Pero la Antigua Ciudad de Guatemala vivía con el corazón en la boca. Lo que no gastaba en lágrimas, se le iba en suspiros. Aburrirse, lo que se dice aburrirse, jamás se aburrían: amenazada por el volcán de Agua y por el volcán de Fuego, estaba condenada a zozobra perpetua, entre los vómitos de los volcanes y los alborotos de la tierra. 

En 1973, un terremoto la sacudió. Ella tenía costumbre. Medio siglo antes, otro terremoto la había despedazado, y Antigua había seguido en su sitio, como si nada, de temblor en temblor, que si Dios me ha de matar me mate y que el Diablo me lleve. Pero esta vez, no sólo la tierra corcoveó y rompió todo: lo peor fue que el río se salió de cauce y ahogó a las gentes y a las casas. Y los que sobrevivieron a la inundación no tuvieron más remedio que huir despavoridos para fundar, lejos, otra ciudad. 

El río que se desbordó se llamaba, se llama, Pensativo. 

De vez en cuando, a mí me pasa lo mismo.


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

EL PASADO NO ES TU HOGAR


¿PARA QUIÉN PUEDE SER ÚTIL EL BUDISMO ZEN?


NO HAY SEGURIDAD EN NINGUNA PARTE


jueves, 20 de diciembre de 2018

EL PODER DEL MANTRA


El poder y alcance del mantra depende de la actitud del que lo repite. Así lo evidencia la siguiente historia. 

Un eremita vivía a la orilla del río. Era alimentado por una lechera que todos los días le regalaba leche para su manutención. El eremita había concedido una mantra a la buena mujer y le había dicho: 

--Repitiendo este poderoso mantra puedes ir a través del océano de la existencia. 

Pasó el tiempo. Cierto día en que la lechera iba a cruzar el río para llevar la leche al eremita, llovió torrencialmente y las aguas del río se desbordaron. No había manera de pasar el río en barca. La mujer recordó lo que había dicho el eremita: “Repitiendo este poderoso mantra puedes ir a través del océano de la existencia”. Y se dijo a sí misma: “Y esto sólo es un río”. Repitió interiormente el mantra con mucho amor y motivación y comenzó a caminar sobre el agua hasta llegar donde estaba el eremita. Al verla, éste, muy extrañado, preguntó: 

--¿Cómo has podido llegar hasta aquí si el río se ha desbordado? 

La mujer repuso: 

--Como me dijiste que con el mantra que me entregaste podía atravesar el océano de la existencia, pensé que sería mucho más fácil cruzar el río. 

Recité el mantra y lo pasé caminando sobre las aguas. 

Al escuchar esta explicación, el eremita se llenó de vanidad y pensó: “!Qué grado de evolución debo tener cuando la lechera ha podido hacer esta proeza con mi mantra!” Días después, el eremita tenía que ir a la ciudad. Las lluvias monzónicas no habían cesado y el río continuaba desbordado. El eremita pensó que no había ningún problema. Si el mantra había funcionado con la lechera, ¿cómo no iba a funcionar con él? 

Empezó a repetir el mantra y se lanzó a las aguas del río. Automáticamente se hundió hasta el fondo y pereció. 

***

El Maestro dice: El ego es la muerte de lo más real que hay en uno mismo. No libera, esclaviza y ahoga. 



Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

INCONDICIONALMENTE A TUS DISPOSICIÓN


miércoles, 19 de diciembre de 2018

ALARDEAR DE LA SANTIDAD


Conozco una parábola sufí:

Un día, Nadirsha, un gran emperador, estaba rezando. Eran las primeras horas de la mañana; aún no había salido el sol y estaba oscuro.

Nadirsha estaba a punto de iniciar otra conquista, de otro país, y naturalmente, quería que Dios lo bendijera para su victoria. Le decía a Dios: «Yo no soy nadie, sólo un siervo, un siervo de tus siervos. Dame tu bendición. Voy a trabajar por ti; esta victoria es tuya. Pero recuerda que yo no soy nadie. Sólo soy un siervo de tus siervos».

A su lado había un sacerdote, ayudándolo en sus rezos, actuando como mediador entre Dios y él. Y de pronto oyeron otra voz en la oscuridad. También estaba rezando un mendigo de la ciudad, que le decía a Dios: «Yo no soy nadie. Sólo un siervo de tus siervos».

El rey dijo:

«¡Habrase visto ese mendigo! Le está diciendo a Dios que no es nadie. ¡Basta de tonterías! ¿Quién eres tú para decir que no eres nadie?

Yo no soy nadie, y nadie más puede asegurar eso. Yo soy el siervo de los siervos de Dios. ¿Quién eres tú para decir que tú eres el siervo de sus siervos?».

¿Lo comprendéis? La competición sigue ahí, la misma competición, la misma estupidez. Nada ha cambiado. El mismo cálculo: «Tengo que ser el último. No puedo consentir que nadie sea el último». La mente puede seguir jugando a estos juegos si no comprendes las cosas, si no eres muy inteligente.

Jamás intentes ser feliz a expensas de la felicidad de otro. Eso es feo, inhumano. Es violencia en el verdadero sentido de la palabra. Si piensas que vas a ser santo por condenar a los demás por pecadores, tu santidad no es sino un nuevo viaje del ego. Si te consideras puro por estar intentando demostrar que los demás son impuros... eso es lo que vuestros santos hacen sin cesar. No paran de alardear de su santidad, de su pureza. Ve a ver a vuestros llamados santos y míralos a los ojos. ¡Cómo te censuran! Dicen que estáis todos condenados al infierno; condenan a todos. Escucha sus sermones; todos sus sermones son de condena. Y por supuesto escuchas en silencio su condena porque sabes que has cometido muchos errores en tu vida, que tienes muchas faltas. Y lo han condenado todo, de modo que es imposible que pienses que puedes ser bueno. Te gusta la comida: eres un pecador. No te levantas temprano por las mañanas: eres un pecador. No te acuestas temprano por la noche: eres un pecador. Lo han puesto todo de tal manera que resulta muy difícil no ser pecador.

Sí, ellos no son pecadores. Ellos se acuestan temprano y se levantan temprano por la mañana. ¡Como no tienen nada más que hacer...! Nunca cometen errores porque nunca hacen nada. Se limitan a estar sentados, poco menos que muertos. Pero claro, si haces algo, ¿cómo vas a ser santo? De ahí que el santo lleve siglos renunciando al mundo y escapando del mundo, porque estar en el mundo y ser santo parece algo imposible.

En mi opinión, a menos que estés en el mundo tu santidad no tiene ningún valor. Has de estar en el mundo y ser santo. Hay que definir la santidad de una forma completamente distinta. No vivir a costa de los placeres de otros: eso es la santidad. No destruir la felicidad de otros, ayudar a otros a ser felices: eso es la santidad.

Crea el clima en el que todos puedan sentir un poco de alegría.

Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

AMANTES INSEGUROS


martes, 18 de diciembre de 2018

NO TEMAS AL PASADO


 
Es tan fácil quedar atrapado en el pasado que conviene tener despertadores que nos recuerden la necesidad de permanecer en el presente. En Plum Village utilizamos, para ello, una campana. Cuando escuchamos la campana, inspiramos y espiramos atentamente y nos decimos: «Escucho la campana. Este maravilloso sonido me trae de nuevo a mi verdadero hogar». El pasado no es mi verdadero hogar. Mi verdadero hogar está aquí y ahora. 

Dile al niño que hay en tu interior que el pasado no es tu hogar, que tu hogar está aquí, donde realmente vives. Solo en el presente puedes obtener el alimento y la curación que necesitas. La mayor parte del miedo, de la ansiedad y de la angustia que experimentas se debe a que tu niño interno no se ha visto liberado. El niño tiene que volver al presente para que tu atención y tu respiración puedan ayudarle a darse cuenta de que ya está seguro y puede ser libre. 

Supongamos que vas al cine y que, desde tu butaca, ves todo lo que sucede en la pantalla. Ahí se desarrolla una historia en la que hay personas relacionándose, mientras tú, sentado entre el público, lloras. 

Experimentas lo que está sucediendo en la pantalla como si fuese real y, por ello, sientes emociones reales y viertes lágrimas reales. Bastaría, sin embargo, con que te levantaras de la butaca y te acercases a la pantalla para que te dieses cuenta de que no hay ahí ninguna persona real, lo único que hay son luces parpadeantes. No puedes hablar con las personas que aparecen en la pantalla ni invitarlas a tomar un té. Sin embargo, a pesar de que no puedas formularles ninguna pregunta, esas personas pueden provocarte un sufrimiento real, tanto en tu cuerpo como en tu mente. Del mismo modo, nuestros recuerdos pueden provocarnos, pese a no estar presentes, un sufrimiento real, tanto físico como emocional. 

Cuando reconocemos que tenemos el hábito de reproducir viejos eventos y reaccionar a los nuevos como si fuesen viejos, podemos empezar a advertir su aparición. Y entonces podemos darnos cuenta, amablemente, de que tenemos otras posibilidades. Entonces vemos el presente tal cual es, como un momento nuevo, y dejarnos el pasado para otro momento en que podamos contemplarlo compasivamente. 

Cuando no estemos ocupados y tengamos un momento tranquilo podemos dedicar tiempo y espacio para decirle al niño interno herido que no tiene que seguir sufriendo. Podemos tomarle de la mano e invitarle a venir al presente para contemplar todos los milagros de la vida que se despliegan, aquí y ahora, ante nosotros. 

«Ven conmigo, querido. Ya hemos crecido y no es preciso tener más miedo. Ya no somos vulnerables, ya no somos frágiles y ya no es necesario que tengamos más miedo». 

Tienes que enseñar al niño que hay en ti. Tienes que invitarle a vivir contigo en el presente. Obviamente, puedes reflexionar atentamente en el pasado y aprender de él, pero debes hacerlo desde el presente. Si te asientas en el presente, podrás mirar hacia el pasado y, sin verte arrastrado ni desbordado, aprender de él.



Extracto del libro:

Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

ENSEÑANZAS


sábado, 15 de diciembre de 2018

EL COMBATIENTE SOCIAL


En lo que se refiere a las causas sociales, la cosa es más compleja. Pese a que la testosterona sigue circulando por nuestras venas, y a que de vez en cuando nos guste un buen enfrentamiento con algún desconocido que nos miró mal, en el sujeto humano aparecen otros atributos (valores y principios) que modulan las viejas y aparentemente irrefrenables tendencias arcaicas. El altruismo, la amistad, el respeto, la cooperación y el sacrificio consciente por los ideales pueden oponerse, y de hecho lo hacen, a la agresión ciega e indiscriminada. Que no las promocionemos o no las usemos es otra cosa, pero el recurso existe y está disponible. La biología sólo alcanza a explicar una parte de nuestro comportamiento, pero no lo justifica. La justificación humana necesita fundamentación ética y/o moral, es decir, humanización. Tal como decía Jung: "Dejar salir el guerrero interior; para trascenderlo". Si la ausencia de ambición puede aminorar la guerra, y si el respeto permite crear las condiciones indispensables para que la agresión disminuya, ¿qué nos impide cambiar? ¿Por qué no podemos superar al mercenario?

La respuesta es simple. La cultura patriarcal glorifica y promociona una imagen agresiva distorsionada del varón: "Si no te llega, tómalo por la fuerza". La enseñanza social no apunta a trascender al guerrero, sino a exaltarlo y mantenerlo en estado primitivo. Independientemente de la edad, la mayoría de los quehaceres cotidianos del varón giran alrededor de enfrentamientos altamente competitivos y/o destructivos. Si analizamos con detalle el contenido de ciertas películas, los juegos de vídeo, la ropa masculina, algunos deportes exclusivos para hombres, los juguetes y las modernas tiras cómicas televisadas o escritas, veremos que la apología a la violencia masculina está en pleno auge. Es una forma de mantener vivo el espíritu depredador que se supone anida en cada pequeño varón. Todavía retumban sonidos de tambores.

Aunque el valor de la violencia masculina se infiltra de muchas maneras en la mente de un niño, el ensayo y error, es decir, el aprendizaje que surge de la práctica directa y de la experiencia vivencial de crecer en el difícil mundo masculino, es el más determinante. Me refiero a la escuela de la calle. A muchos se nos han olvidado aquellos años de infancia donde teníamos que sobrevivir a una confrontación íntermasculina francamente amenazante. No importa si era feroz, cruel o sutil: ella estaba allí. Clase alta, media o baja, guerra campal o guerra fría, si no había capacidad de contraataque, estábamos psicológicamente acabados. Un buen ejemplo eran los patios de recreo. Ellos representaban el escenario donde se ejecutaban muchos de los futuros guiones de cualquier varón promedio. Era el abrebocas de lo que posiblemente ocurriría algún día afuera: el entrenamiento.

Como buen hijo de inmigrante de clase media, realicé mis estudios de primaria en la escuela pública del barrio. Todos nos conocíamos y formábamos parte de la misma "gallada", por así decirlo. Mis recuerdos de aquella época son alegres y felices, pero también están anclados en un mundillo de actividades marciales y pendencieras: burlas, alianzas estratégicas, golpes, patadas, agradar al más fuerte, explotar a los más pequeños, engatusar a los profesores, correr más rápido, saltar más alto, escaparse del colegio sin ser visto, orinar más lejos que los otros, decir groserías, tirar tizas, hacer más goles, no ser suplente en el equipo de fútbol, ganar el primer puesto, agradar al rector, en fin, la competencia en grado sumo. Recuerdo que en el colegio había un gordo gigante llamado Linares, al cual yo temía porque había decidido mortificarme la vida. Su método de aniquilamiento era consistente y sistemático, pero con variantes. Una de ellas consistía en sentarse detrás de mí y darme papirotazos en ambas orejas. Además de que sus dedos parecían morcillas amarillentas (así es de severa la memoria), los tres o cuatro grados bajo cero de temperatura invernal ayudaban a que el dolor se congelara y me durara todo el día. La otra variante era más salvaje y directa, y por alguna razón que nunca pude entender, también estaba dirigida a mis pobres orejas. De repente y sin motivo alguno, mientras estábamos en el recreo, se abalanzaba sobre mí, me levantaba como si fuera una bolsa de basura, me llevaba detrás de unos arbustos y me ponía boca abajo en el piso. Luego se montaba a caballo sobre mi espalda, me agarraba con fuerza los lóbulos de las orejas y los estiraba sin piedad, hacia afuera, hasta producir una cortada debajo de cada una de ellas. Cuando había terminado su desalmada faena salía corriendo, muerto de la risa, junto a un flacuchento encorvado a quien le decíamos "Toro", porque parecía un pájaro. En esos instantes de tortura y humillación, el patio estaba plagado de mini enfrentamientos similares, aunque más sutiles y disimulados para evitar sanciones. Cada subgrupo estaba en su propia contienda. Algunos gritaban, unos corrían detrás de otros, un grupo saldaba cuentas y el gordo estaba encima de mí. Todo parecía tan normal como Apocalipsis Now.

Eran tantas las veces que esta historia se repetía, que ya nadie nos prestaba atención. Los profesores parecían vivir en otra dimensión (sobre todo cuando nos hablaban de "la importancia del respeto" en la clase de religión) y si algún contuso se quejaba, la respuesta era típicamente masculina: "Debes valerte por ti mismo". Mi madre vivía intrigadísima por las dichosas cortaditas debajo de las orejas, pero jamás llegó a sospechar que su hijo era víctima de semejante monstruo; además, mi orgullo varonil me impedía contárselo. En fin, todas mis estrategias de supervivencia eran infructuosas, estaba atrapado y desamparado. Por fortuna para mi autoestima, la historia tuvo un final feliz. Un día, posiblemente gracias al alma bendita de mi abuela, llegó un muchacho nuevo al barrio y por lo tanto, al colegio. Se llamaba Pelozato, era un campesino rudo, alto y fornido, de piel curtida y con- manos que parecían tenazas. Se había mudado a dos casas de la mía, y luego de saborear las increíbles pizzas de mi madre, yo había logrado conquistar su amistad y especialmente su paladar. Recuerdo que en un recreo cualquiera, el gordo, como de costumbre, arremetió contra mi pobre humanidad con una mueca de placer jadeante, y con la pesadez de un tanque Shennan en cámara lenta, pero esta vez las cosas fueron distintas. Mi nuevo amigo simplemente extendió uno de sus poderosos brazos y el obeso agresor cayó de culo, con un estúpido gesto de sorpresa y el tabique de su nariz partido en dos. El milagro estaba hecho. San Pelozato comió pizzas por muchos años más. Se las había ganado.

Si cambiáramos un poco la escenografía y algunos nombres del relato anterior, no habría mucha diferencia con aquellas películas de presidiarios de los años setenta: Muerte en San Quintin, Fuga de Alcatraz o Escape de Gorgona. En la anécdota relatada está condensada gran parte de la lucha humana por la preservación de la vida, con sus maldades y sus bondades.
En este contexto, la agresión garantizaba la supervivencia, era definitivamente adaptativa e imposible de eliminar. No teníamos otra opción. Pese a que la educación ha cambiado, la estructura básica de muchos sociodramas colegiales se mantiene. Es posible que, en algunos centros educativos modernos, los antagonismos adquieran un carácter más psicológico, menos épico y más civilizado, pero el tema de la violencia competitiva sigue estando presente.

Los varones siempre nos esforzamos mucho más en mostrar el lado agresivo de nuestra masculinidad, de lo que las mujeres se esfuerzan en mostrar el lado tierno de su feminidad. De la anécdota relatada está condensada gran parte de la lucha humana por la preservación de la vida, con sus maldades y sus bondades. El sadismo cruel, el honor, el odio, la complicidad, la sumisión, el oportunismo, la agresión, el terror, el interés, el altruismo y la amistad, todo formaba parte de un sistema educativo ignorante y cómplice. En este contexto, la agresión garantizaba la supervivencia, era definitivamente adaptativa e imposible de eliminar. No teníamos otra opción. Pese a que la educación ha cambiado, la estructura básica de muchos sociodramas colegiales se mantiene. Es posible que, en algunos centros educativos modernos, los antagonismos adquieran un carácter más psicológico, menos épico y más civilizado, pero el tema de la violencia competitiva sigue estando presente. Los varones siempre nos esforzamos mucho más en mostrar el lado agresivo de nuestra masculinidad, de lo que las mujeres se esfuerzan en mostrar el lado tierno de su feminidad. De manera inexplicable, creemos que la rudeza nos reafirma, pero nos destruye.

Como dije anteriormente, la nueva masculinidad no desea matar al guerrero, sino aprender a utilizarlo.

La ira es una emoción indispensable para autoafirmarse en los derechos y superar obstáculos, pero mal utilizada puede ser un arma de doble filo. Cuando la ira está bien procesada se renueva en asertividad, es decir, la expresión adecuada de sentimientos negativos sin violar los derechos ajenos: decir "no", expresar desacuerdos, dar una opinión contraria, defender derechos, expresar rabia, y así. La idea no es castrar al varón y convertirlo en un eunuco falto de toda gracia masculina, sumiso y manipulable. Tampoco se trata de transformarlo en un chimpancé "inteligente", armado hasta los dientes, ensayando tiro al blanco: la clave está en aprender a discriminar cuándo se justifica y cuándo no, expresar la emoción primaria de la ira y darle paso a la consciencia, la autoobservación y los valores.

Cuando la ira obra al servicio de los principios, estamos humanizando al guerrero. El estilo de vida hostil, exigente y arrogante, que instauró la típica sociedad patriarcal, desvirtuó la lucha natural por la supervivencia y decretó el abuso del poder como un valor masculino. La consecuencia de este atropello fue la inhibición violenta de toda expresión positiva emocional.

Más allá de toda transmutación posible y de cualquier intento que permita revaluar el arte de guerrear, muchos varones estamos cansados de pelear por pelear para tener que sentirnos verdaderos hombres.

A más de uno, la leyenda del indomable nos tiene hartos y saturados. Ya es hora de quitarnos esa pesada y limitarte armadura, y de poner a descansar al organismo de tanta testosterona. Cuando disminuyamos los niveles de agresión, entenderemos que lleva más tiempo hacer enemigos que hacer amigos. Aunque muchos varones pendencieros se sientan tocados en su hombría, no hay alternativa: para vivir en paz, hay que bajar la guardia.


Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet
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