sábado, 23 de noviembre de 2013

¿NI CONTIGO, NI SIN TI? ¡CORRE LO MÁS LEJOS POSIBLE!


Ni contigo, ni sin ti,

tienen mis males remedio;

contigo porque me matas,

y sin ti porque me muero.

ANÓNIMO

La duda en el amor

acaba por hacer dudar de todo.

AMIEL


Conflicto insoportable, desgastante. Llevas tiempo tratando de acomodarte a una contradicción que te envuelve y te revuelca, te sube y te baja: «Sí, pero no», «No, pero sí». Un amor inconcluso, que no es capaz de definirse a sí mismo, puede durar siglos: cuando estás a mi lado me aburro, me canso, me estreso, pero cuando te tengo lejos, no puedo vivir sin ti, te echo de menos y te necesito. ¡Qué pesadilla! ¿Cómo manejar semejante cortocircuito y no electrocutarse? ¿Semejante contradicción, sin asfixiarse?

Esta duda metódica sobre lo que se siente, que no siempre se expresa claramente, funciona como las arenas movedizas: cuanta más fuerza hagas por salir, más te hundes. Las personas víctimas de este amor fragmentado e indefinido, bajo los efectos de la desesperación, intentan resolver la indecisión del otro investigando las causas, dando razones, cambiando su manera de ser...en fin, haciendo y deshaciendo los intríngulis sin mucho resultado. La razón del fracaso es que los individuos que sufren del «ni contigo, ni sin ti» se inmovilizan y se quedan dando vueltas en el mismo círculo, a veces durante años. En la cercanía, la baja tolerancia a la frustración o la exigencia irracional les impide estar bien con la persona que supuestamente aman, y en la lejanía, los ataques de nostalgia minimizan lo que antes les parecía insoportable y espantoso.

Un paciente tenía una novia que vivía en otra ciudad y se veía con ella cada diez o quince días. Consecuente con el síndrome, cada encuentro terminaba en una guerra campal y cada despedida en un adiós torturante, repleto de perdones y buenas intenciones.

En una consulta le pregunté por qué no terminaba de una vez por todas con semejante tortura, y me respondió: «Yo sé que lo nuestro no es normal. Cuando estoy con ella no puedo contenerme y le hago la vida imposible. En esos momentos pienso que necesito alguien mejor y estoy dispuesto a terminar, pero no soy capaz. Al despedirnos me siento muy triste, los pocos momentos agradables que hemos tenido pesan mucho. Después nos llamamos veinte veces al día, nos decimos que nos queremos, que no podemos vivir el uno sin el otro y todo es así, como un karma que se repite una y otra vez...». La conclusión de su relato era poco menos que sorprendente: ¡mi paciente no amaba a su pareja, sino su ausencia! Estaba enamorado de una fantasma que obraba como un demonio. Volví a insistir: «¿Por qué no terminas con todo esto y te das la oportunidad de encontrar a alguien que puedas amar las veinticuatro horas, sin tantas fluctuaciones?». Su respuesta fue: «Siento que nunca le he dado una oportunidad a la relación». Pregunté una vez más: «¿No son suficientes cuatro años?». El hombre siguió diez meses más en este tira y afloja, hasta que conoció a una persona en la ciudad donde vivía; sin embargo, el «ni contigo, ni sin ti» volvió a manifestarse al poco tiempo. El problema no era la distancia, sino su manera distorsionada de amar. Cada vez que se enamoraba, dos sentimientos hacían su aparición e interactuaban: el miedo
al compromiso y el apego sexual. El «quiero» y «no quiero» oscilaban entre el pánico a establecer una relación estable y el deseo desbordado. Obviamente, él no era consciente de lo que le ocurría y sólo logró estabilizarse después de varios meses de terapia.

¿Estás en un embrollo similar? ¿Lo has estado? Si no es así, no cantes victoria,
porque cualquiera puede involucrarse en una relación de éstas. Los indecisos afectivos andan por la calle, rondan tu espacio vital y, por desgracia, es posible que le gustes a más de uno. La premisa que debes incorporar a tu mente y que luego operará como un factor de inmunidad es la siguiente: Si alguien duda de que te ama, no te ama. Directo y a la cabeza. Que no me vengan con cuentos: a los enamorados de verdad hay que frenarlos y no empujarlos. El poeta, pintor, novelista y ensayista libanés Khalil Gibran afirmaba en su sabiduría: 

«El amor y la duda jamás se han llevado bien». 

Y es verdad: si se harta con tu presencia, ¿para qué vuelves? Si tiene tantas dudas neuróticas, ¿por qué no te alejas hasta que las resuelva? Un joven le mandó el siguiente e-mail a una novia «ni contigo, ni sin ti» que lo estaba enloqueciendo:

Tu indecisión afortunadamente no se me ha contagiado. Yo sé lo que quiero, te
quiero a ti... Pero te quiero dispuesta, segura, comprometida, feliz de que yo esté en tu vida, en vez de tratarme como si yo fuera un problema. Como no sabes lo que quieres, trata de definirte; yo, mientras tanto, empezaré a salir con otra. Cuando estés lista me llamas y veremos si estoy disponible o no... Ya no quiero hacerme cargo de tus dudas, eres tú quien debe resolverlas, no yo.
De inmediato, como era de esperar, a la chica se le activó el «sin ti» y entonces
suplicó, llamó a todas las puertas, juró y perjuró hacer lo que fuera, pero el joven no dio su brazo a torcer. Su argumento era simple: «No te creo». Al mes, ella seguía con su duda metódica (no había cambiado un ápice), mientras él ya estaba con una mujer menos insegura y más coherente.

Extracto del libro:
Manual Para No Morir de Amor
Walter Riso

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