martes, 26 de noviembre de 2013

APEGO SEXUAL

Algunas causas del «ni contigo, ni sin ti»

No pretendo que con esta información te conviertas en psicólogo o psicóloga aficionada y trates de rescatar a tu desorientada pareja del mal que padece. Lo que te propongo es una mayor comprensión del problema y que puedas identificar más claramente el lío afectivo en el que te hallas inmerso. Aunque hay muchas causas posibles, señalaré las cuatro razones más comunes por las que la gente termina sumido en un amor ambiguo y contradictorio.




APEGO SEXUAL (razón # 1)
El apego sexual, cuando es lo único que existe, genera una forma de atracción/repulsión. Su funcionamiento es más o menos como sigue: «Cuando no estás conmigo, el deseo me impulsa a buscarte a cualquier precio, pero luego, una vez me sacio, quiero escapar de tu lado porque tu sola presencia me genera fastidio».

¡Qué fácilmente confundimos el amor con el sexo! Además de que el orgasmo parece tener cualidades místicas, una de las principales razones de la confusión es que el deseo sexual une fuertemente a las personas. Todo enamorado desea «devorar» al ser amado. Un hombre me decía: «¿Por qué quiero casarme? ¡La amo! ¡La necesito! 

¡La deseo!». La semántica del amor y la del sexo superpuestas: sentimiento, posesión/apego y sexualidad. ¿Cómo dudar, si hay de todo? Pero si lo único que te une son las ganas sexuales, cada vez que Eros se va o acaba, el otro se hace insoportable. 

El apego sexual a una persona es similar a cualquier adicción en cuanto a sus consecuencias y características. No hablo de la dependencia «del sexo por el sexo», sino de la dependencia sexual a alguien, a un cuerpo, a una anatomía específica, a una aproximación que encaja a las mil maravillas con uno y se hace extremadamente placentera. 

En cierta ocasión le pregunté a una mujer qué era lo que más le atraía de su amante. La respuesta duró varios minutos: «Su olor... ¡Dios mío, su olor! Huele a almendras tostadas... Y sus brazos, la forma de sus bíceps... tan desarrollados... Las venas de su frente cuando se excita... Sus hombros en el momento de la eyaculación, que se inclinan para atrás... lo veo como un egipcio, como un faraón. Siento como si su pene me perteneciera y me completara en cada orgasmo... Puedo tener cuantos quiera y cuantos más tenga, más sigo teniendo. Y otra cosa, el calor que emana de su cuerpo nunca cambia, esa tibieza me vuelve loca... Antes nunca había reparado en los glúteos de un hombre (mi marido casi no tiene) pero los de él, tan bien puestos y tan redondos, ¡me excitan y quiero mordérselos! ¡Es demasiado amor!». ¿Es amor lo que experimenta? 

Lo dudo, más bien sentía una pasión irrefrenable al placer que le proporcionaba un cuerpo; dependencia sexual a la enésima potencia. ¿Qué echaba de menos de él cuando no lo tenía a su lado? Lo fisiológico, sus recovecos, su piel, su temperatura corporal, sus venas, sus músculos... En fin, la apetencia de la que no era capaz de prescindir. 

Me pregunto ¿qué habría hecho esta mujer si su amante hubiera tenido un accidente que lo hubiera dejado inválido? ¿Habría amado (en sus términos) igual a ese hombre con unos diez kilos de más y un abultado abdomen? Después de escuchar su descripción «sensorial» le pregunté qué otro atributo admiraba de su amante, y señaló dos cualidades, para ella determinantes: «Va al gimnasio y levanta pesas» 

Extracto del libro: 
Manual Para No Morir de Amor 
Walter Riso

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